Los medios de comunicación hablan de “accidente” en el que han perdido la vida más de cincuenta personas migrantes y desplazados en el sur de México, provenientes de varios países de América Latina. No considero que sea un accidente. En realidad se trata de las políticas anti-migrantes del Estado y de la exclusión que forma parte de la cultura del descarte en la que “viven” millones de personas en el mundo.
Redactando algunos comunicados para solidarizarnos desde diversos colectivos y redes, incluso a nivel latinoamericano, y denunciar la injusticia de las víctimas al haber perdido la vida más de cincuenta hermanos y hermanas migrantes, no encontraba palabras para expresarme.
No fue un hecho fortuito. En esta tragedia, la mayoría de los heridos y fallecidos eran jóvenes. Sin embargo también había mujeres, niños y adolescentes. Esta tragedia que se puede medir en cifras, en miles y millones de personas, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias (dijo el papa en Ciudad Juárez, en la frontera norte del país donde tantos migrantes han muerto). Se trata de vidas humanas descartadas. No encontraba palabras para redactar.
No fue accidente: es el resultado de la necropolítica y la indiferencia. Este sistema es una maquinaria que pulveriza vidas de millones de personas en el mundo como me comentó la Dra. Renee de la Torre.
Diversas organizaciones han manifestado la necesidad de reorientar las políticas para acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes, refugiadas y víctimas de trata. En este sentido, apoyamos la petición del Servicio Jesuita a Refugiados México, que indica que esta tragedia es el “resultado de políticas migratorias cada vez más inhumanas”. En este sentido, coincidimos con la Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana del Episcopado Mexicano, en la exigencia de que el Gobierno Federal proponga mecanismos de regularización migratoria para las personas migrantes, con el fin de salvaguardar tanto sus vidas como su dignidad, evitando así hechos tan lamentables como los ocurridos en Chiapas.
Hasta cuándo seguirá reproduciéndose San Fernando con su fosa criminal; hasta cuándo seguiremos contando a millones de náufragos y ahogados en el Mediterráneo y hasta el Canal de la Mancha; viendo niños pequeños como Alan Kurdi ahogado en las playas turcas; campos de refugiados incendiados en Moria con miles de personas dentro; aguas de Lesbos y Lampedusa con las maderas rotas y flotantes de las barcas hundidas con sus tripulantes, la persecución de migrantes pobres en las fronteras de países “católicos” como Polonia para salvaguardar su seguridad y sus derechos; lánguidos y enflaquecidos cuerpos pendientes de las vallas metálicas en Melilla tratando de llegar al “primer mundo”; haitianos y venezolanos atrapados en la selva del Darién donde las fieras felinas arrebatan a los pequeños niños y bebés de las madres migrantes; hasta cuándo seguirán siendo explotadas en la trata sexual y laboral niñas y mujeres pobres (aunque también niños y adolescentes); hasta cuándo seguirá apareciendo San Quintín y sus explotadores; cientos y miles de cuerpos haciéndose polvo y confundiéndose con las arenas de los desiertos entre México y Estados Unidos porque no pudieron llegar al “sueño americano”; niños y niñas separados de sus padres deportados…
No fue accidente.
[Imagen extraída de Agencia El Estado]