En este artículo, continuación de la primera entrega en torno a Yalal Al-Din Rumi, quisiera ofrecer un segundo grupo de perspectivas en torno a su poética, la cual he indicado está fuertemente fecundada por el eros-amor con el Amado. Esta segunda parte se dividirá en dos apartados: en primer lugar, considerar que el amante y el Amado se encuentran a partir de una lógica musical y danzante y, en un segundo momento, pensar cómo Yalal Al-Din Rumi nos puede ofrecer algunas pistas para pensar el diálogo interreligioso y nuestra espiritualidad.
El amante se vincula con el Amado desde el encuentro comunitario musical y danzante
Estas formas como Adán y Eva, es decir, los hombres y las mujeres que pueblan la tierra también son espacio para que el amante pueda vincularse con el Amado. A través del reconocimiento de una comunidad espiritual, de una comunidad afectiva y afectada por la presencia del Amado o por las cosas espirituales, se va generando una conciencia poética de apertura al vínculo amoroso, erótico y religioso. Uno de los poemas más hermosos de Yalal Al-Din Rumi, “Una comunidad del espíritu”, expresa el proceso de tránsito entre una condición marcada por el egoísmo a una vida vinculada y transformada:
“Existe una comunidad del espíritu/ únete a ella y siente el deleite/ de caminar por la algarabía de la calle/ y ser dicha algarabía/ cierra los ojos para ver con el otro ojo/ abre las manos si quieres que te abracen/ siéntate en este círculo/ deja de comportarte como un lobo y siente cómo te inunda el amor del pastor”[1].
Las imágenes que Yalal Al-Din Rumi ofrece son estéticamente interpeladoras. El hombre espiritual, es decir, aquél que busca encontrarse con el Amado debe ser capaz de transformar su mundo interno o intuitivo (el otro ojo), así como el cuerpo (dejar ser abrazado, sentarse en círculo, ser alguien que es amado por el pastor). En el espacio de la comunidad el místico se va transformando. Recordemos que los discípulos de Rumi, los derviches, practican una meditación de danza, música y oración en la que van girando en círculos y se sientan en círculos[2]. Entonces, el modo de encuentro entre amante y Amado pasa por el círculo vital en el que se despliegan los modos de encuentro, oración o meditación.
Cuando se va experimentando la presencia del Amado, Rumi indica que dicho proceso es profundamente contagioso. Dice el poeta y místico sufí:
“(…) así habla él, y todos los que le acompañan/ empiezan a llorar con él, a reírse como locos,/ gimiendo en la contagiosa unión/ de amante y amado/ ésta es la auténtica religión. A su lado,/ todas las demás son como vendas de desecho/ Esto es el sema de la danza conjunta del esclavo/ y el amo/ esto es el no ser”[3].
Se percibe en este verso el proceso de los místicos sufíes: hay llantos, risas y expresiones de embriaguez espiritual, en donde dicha embriaguez es el imaginario que busca explicitar o nombrar esa fana o unión mística con Dios. Para Rumi esto es la esencia auténtica del religarse con el Absoluto, religión que tiene la figura, los sonidos y el sentido erótico-corporal de la danza. A esto Yalal Al-Din Rumi le llama el no ser, apareciendo nuevamente la figura de una teología mística apofática o negativa, elemento que se sintetiza en el siguiente verso: “ni las palabras ni ningún hecho natural son capaces de explicar esto”[4].
La poesía erótico-mística de Yalal Al-Din Rumi como provocación para nuestra propia espiritualidad
No ha sido el propósito de este artículo ahondar en todo el mundo poético de Yalal Al-Din Rumi, sino más bien ofrecer algunas perspectivas sobre el carácter fecundador del eros en su propia experiencia mística y poética. Hemos recuperado algunas perspectivas para pensar el sufismo como marco general donde se ubica Rumi y hemos relevado dos posibles aspectos de su forma poética, a saber, el anhelo que mueve al amante al querer buscar al Amado en espacios naturales y, finalmente, la consideración de que el vínculo con el Amado se vive dentro del círculo, de la comunidad y del impregnarse de músicas y danzas. En este último momento de nuestro artículo, quisiera proponer algunas pistas que la experiencia particular del místico sufí Yalal Al-Din Rumi nos puede regalar para vivir nuestra propia espiritualidad cristiana.
- En primer lugar, la importancia del cuerpo, de los sentimientos y del eros como espacios de hacer experiencia religiosa o espiritual con Dios. Una de las cuestiones que caracterizan a Rumi es el reconocimiento de que a Dios se llega a través del cuerpo, del alma y que la Unidad, como gran propósito o meta de la experiencia mística es sensitiva. Aprender con el cuerpo, discernir a Dios desde nuestra interioridad y sensibilidad, abrazar a Dios con la razón y el corazón, muestran la importancia de una espiritualidad holística que, en nuestro tiempo, constituye un espacio apropiado de imaginación antropológica, espiritual y, también, de diálogo interreligioso.
- Un segundo elemento que me parece sugerente es el valor del diálogo interreligioso. La recuperación respetuosa de otras tradiciones religiosas o espirituales marca con fuerza el desafío del diálogo interreligioso. En tiempos de pluralidad como el nuestro, la fuerza de la vinculación en el círculo de Rumi puede ser una figura sugerente de cómo dialogar entre nosotros. Rumi no excluye la comunidad del modo de vivir la fana o unión mística, sino que para él es un elemento fundamental. La lectura, aprendizajes y puesta en común de tradiciones espirituales y sapienciales de diversas tradiciones es un elemento que nos abre el desafío y la práctica de lo interreligioso.
- En tercer lugar, la importancia de lo ecológico como espacio de vivir el encuentro con Dios. En el recorrido que he podido ofrecer sobre Rumi, se ha detectado cómo la naturaleza, el jardín, los ríos o el mar es el espacio donde amante y Amado se encuentran. La flor que espera hasta la Resurrección, el azúcar que abunda, los frutos en pleno invierno son imaginarios de belleza y espiritualidad para abrazar nuevamente la naturaleza que nos rodea y de reconocer la propia naturaleza que habita en nosotros. En tiempos de emergencia climática, las experiencias y sabidurías poéticas y místicas de estos grandes maestros nos abre una puerta de humilde reconocimiento y veneración de estos espacios creados por el Amado en donde lo podemos encontrar y, encontrándolo, transformar nuestra vida debido a su amorosa presencia.
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[1] Coleman Barks, La esencia de Rumi, 17.
[2] Félix Pareja recuerda que la congregación de derviches recibe el nombre tarîqa y que, dentro de estas congregaciones, se encuentran los mevlevíes los cuales entran en los estados místicos “por medio de una danza que consiste en girar sobre sí mismos y dar al mismo tiempo la vuelta a la sale en que se hallan, con movimiento cada vez más acelerado, como giran los planetas alrededor del sol” (Félix Pareja, La religiosidad musulmana, 417).
[3] Op.Cit., 26.
[4] Op.Cit., 27.
[Imagen de Hans Braxmeier en Pixabay]