El pasado mes de mayo el economista y filósofo indio Amartya Sen fue galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Se le concedía dicho premio por sus múltiples aportaciones a las teorías del desarrollo y la economía del bienestar y otras dirigidas a descubrir las raíces de la pobreza, la desigualdad y las hambrunas. Se le conoce como “la conciencia de la economía” y es uno de los principales críticos del capitalismo de nuestra época. Hace ya 40 años que presentó su tesis, que por entonces parecía revolucionaria: el hambre que padecían —y aún padecen— amplias capas de la población mundial no es consecuencia de la falta de alimentos, sino de los deficientes y desiguales sistemas de distribución de los países. En 1998 ya había obtenido el Premio Nobel de Economía.

Una economía alternativa

El caso de Sen no es único. En las recientes décadas, especialmente a raíz de la crisis financiera de 2008, han sido numerosos los economistas que han cuestionado determinadas lógicas del actual modelo económico, basado en el sistema capitalista y en la economía de mercado, pues no es capaz de dar solución a problemas que afectan a buena parte de la humanidad y que agudizan las desigualdades. El vigente sistema genera dinámicas que lejos de reducir las estructuras de distribución más injustas, las favorecen o, al menos, las permiten.

Las críticas van en distintas direcciones. Una de ellas cuestiona la omnipresencia del mercado. Tanto es así que es común hablar de economía de mercado e, incluso, de sociedad de mercado. Jean Tirole, premio nobel de economía, señala en su libro Economía del bien común que el mercado no puede ser nunca una finalidad en sí misma, sino un medio para promover un desarrollo equitativo e integral de las personas. Es un instrumento y, además, imperfecto. Por tanto, convendría cambiar el enfoque de tal forma que podamos llegar a decir sociedad con mercado, pero no de mercado.

Otra de las críticas es cómo las actuales construcciones económicas teóricas miran únicamente los efectos del sistema en la producción, la productividad o la distribución, pero no se considera la dignidad humana en su conjunto. El economista y científico social Karl Polanyi, en su famosa obra La gran transformación, criticaba que se trata a los individuos como entes abstractos y, que quedan desligados de la persona y del rico abanico de características que la conforman (no consideran su dignidad) y que la economía no podía estudiarse al margen del contexto social y político. Si bien esto puede parecer que es sólo sobre el papel, lo cierto es que terminamos por ver sus implicaciones en muchas realidades del día a día: quedamos reducidos a números ante las políticas económicas o los comportamientos corporativos.

Hay algo positivo en todo esto y es que, como en el caso de Sen, las críticas van acompañadas de intentos ilusionados y, al mismo tiempo, rigurosos de cambio y propuestas alternativas.

Economía, una forma de amar

Y es que, en esta búsqueda de una economía alternativa, más centrada en la persona, subyace una poderosa idea: la economía es una herramienta para la búsqueda de un mundo más fraterno, más equitativo y más justo. Es, por tanto, otra forma de amar al prójimo. De hecho, es una forma de amar muy eficiente, pues se puede beneficiar no sólo a un hermano, sino a muchos: a todas las personas de una ciudad, de una provincia, de una comunidad autónoma, de un país, incluso del mundo. Porque lo característico de las medidas de política económica o de actuaciones de instituciones o empresas es que pueden tener impacto en numerosos grupos de personas.

Cuando el papa Francisco habla de “el valor único del amor” en Fratelli Tutti, señala que éste implica buscar el bien gratuitamente. “Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello. […] El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida”. Y esto se puede lograr a través de la economía, bien desde las más altas esferas, pero también desde las más bajas. Por todo ello, cristianos y no cristianos deberíamos poner la suficiente atención en los asuntos económicos e involucrarnos de forma directa y decidida.

¿Qué podemos hacer?

Si damos por bueno que son necesarios los cambios hasta definir una economía más justa y más humana y que, a través de la economía, podemos prestar un servicio a la sociedad y a cada uno de nuestros conciudadanos, entonces tendríamos que preguntarnos qué podemos hacer. La economía puede parecer algo un tanto lejano o indescifrable a los legos en la materia y difícil a la hora de realizar nobles cometidos, a los más expertos.

Habría que empezar por señalar que seguro que más de uno de los que están leyendo estas líneas ya participa en alguna de las fases de la economía, sin ser plenamente consciente y otros, los más avanzados en estos conocimientos, lo hacen quizá de forma deliberada. En cualquier caso, viene bien explicar, desde un punto de vista conceptual, qué formas de participación podemos seguir. En este sentido, cabe hablar de espacios que se articulan en dos niveles: uno estructural y otro individual o colectivo.

La actuación en el plano estructural va dirigida a luchar contra las estructuras, los contextos y sistemas injustos, que favorecen generalmente a los que ocupan posiciones de poder y excluyen a los más débiles e indefensos. Esto es lo que trataba de explicar con la anterior referencia a los peligros que entraña el mercado, si éste no se regula y se ponen suficientes contrapesos. Este enfoque de cambio estructural se puede poner en marcha de distintas formas. Una de ellas es el plano académico, a través de la elaboración de nuevas construcciones teóricas basadas en hipótesis más justas y en el bienestar de la persona, por encima de la mera maximización del beneficio, de la simple búsqueda de la eficiencia y del crecimiento, de la racionalidad económica (las personas a la hora de decidir no sólo tienen incentivos económicos, sino también de tipo emocional o afectivo) o de no tener en cuenta el impacto que tienen nuestras actuaciones en la naturaleza y el mundo en el que vivimos. Este plano es especialmente importante pues el conocimiento económico que se transmite en colegios, universidades o escuelas de negocios condicionará nuestro futuro: los estudiantes de economía de hoy serán los directivos, emprendedores o ministros del mañana.

Otra forma de cambio estructural es a través de la política económica, esto es, a través del Estado y las administraciones. A través de leyes, políticas o compromisos se trata de crear las condiciones que incentiven comportamientos individuales y colectivos que favorezcan el bien común y los intereses de la mayoría, teniendo particularmente en cuenta los de los marginados y las clases populares. ¿Cómo se puede lograr esto? No existe una varita mágica, pero pasaría, en buena medida, por la progresividad de los sistemas fiscales y la redistribución equitativa de la riqueza, abolir los paraísos fiscales, buscar la igualdad de oportunidades, especialmente en la educación (como garantía frente a las diferencias que genera el medio en el que nacemos y crecemos), la buena gobernanza de los recursos naturales y prestar unos servicios públicos dignos. Al mismo tiempo, sería necesario regular los mercados, especialmente los financieros. El estado y el mercado son complementarios: el mercado necesita regulación y el estado, competencia e incentivos.

Por otra parte, en su búsqueda del bienestar para la comunidad, la economía engloba también la dimensión individual y la dimensión colectiva. Esto significa que cada uno de nosotros, como individuos o en grupo, podemos poner en marcha, en nuestro día a día, comportamientos o rutinas con un impacto económico positivo. Se puede hacer de diversas maneras. Por medio del consumo podemos premiar con nuestras compras a empresas de cercanía o socialmente responsables (aquellas que ofrecen salarios y condiciones dignas a sus empleados, que no tienen un impacto medioambiental negativo o, al menos, están en proceso de reducirlo), vivir con sencillez, consumiendo exclusivamente lo que necesitamos y evitando caer en la tentación de la publicidad y el marketing, o reciclar aquello que consumimos. En la otra cara de la moneda, también están aquellas personas que, por el lado de la producción, buscan que sus productos o servicios tengan un impacto enriquecedor para la sociedad. Tenemos a los emprendedores sociales o simplemente aquellos dueños de empresas o negocios que prestan un servicio a la sociedad dando trabajo digno, pagando justamente sus impuestos o buscando ser más sostenibles en sus procesos de producción. Por último, cabe señalar que, en el plano más colectivo, como sociedad civil, podemos ser críticos e intentar influir e incidir, exigiendo unas u otras políticas económicas a las administraciones públicas y partidos políticos y condicionando, aunque de forma inevitablemente limitada, la posición de las empresas con respecto a la sociedad.

¿Cómo puede ser esa participación? Un enfoque cristiano

Tras responder a la pregunta ¿qué podemos hacer?, tenemos que pensar en el cómo. Tal y como hemos visto, hay muchas iniciativas individuales o colectivas y muchos procesos puestos en marcha y nosotros, como cristianos, podemos y tenemos algo que decir.

Por un lado, si hay alguien que sabe sobre el bien común, también en la economía, esos somos nosotros. No hay más que darse un paseo por la Doctrina Social de la Iglesia para comprobarlo. La concepción del bien común que aquí más nos interesa enfatizar es aquella que incluye criterios tanto de agregación como de distribución. Por otro lado, por nuestras creencias y convicciones, sabemos que no se puede encauzar la economía sólo con criterios técnicos, que pueden llegar a ser injustos, sino también con perspectivas de preservación y fortalecimiento de la comunidad y de la libertad y dignidad de cada individuo.

Además, tenemos buenas noticias, pues ya hay propuestas concretas. Una de ellas es muy relevante, sobre todo, por quién la inició y promovió: la economía de Francisco. Se trata de una iniciativa puesta en marcha por el papa Francisco en 2019 y dirigida a jóvenes economistas y emprendedores de todo el mundo, inspirada en el santo de Asís, para promocionar una economía basada en la sencillez y en un humanismo de fraternidad. Se planificó un encuentro en Asís en marzo de 2020 con la presencia de jóvenes de todo el mundo, que, por motivos de la pandemia, se pospuso a noviembre y que se celebró finalmente de forma telemática. Durante este tiempo se han creado redes de trabajo y ha existido un proceso de reflexión y debate, que ha finalizado con un pacto para promover un cambio en la economía actual. Todo ello ha generado la creación de un movimiento que, a día de hoy, sigue trabajando en esta línea.

Declaración de noviembre de 2020: “Nosotros, jóvenes economistas, emprendedores, agentes de cambio del mundo, convocados en Asís por el Papa Francisco, queremos enviar un mensaje a los economistas, empresarios, decisores políticos, trabajadoras y trabajadores, ciudadanas y ciudadanos del mundo, para transmitir la alegría, las vivencias, las esperanzas, los retos que hemos madurado y recogido en este período escuchando a nuestra gente y nuestro corazón. Estamos convencidos de que no se puede construir un mundo mejor sin una economía mejor y que la economía es demasiado importante para la vida de los pueblos y de los pobres como para dejar de ocuparnos todos de ella”.

[Imagen de jordandemuth en Pixabay]

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Groc esperança
Anuari 2023

Després de la molt bona rebuda de l'any anterior, torna l'anuari de Cristianisme i Justícia.

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Especialitzat en finances públiques, regulació de el sistema financer europeu i riscos bancaris. És llicenciat en Dret i en Administració i Direcció d'Empreses (Universitat de Valladolid) i posseeix diplomes en Supervisió Bancària (CEMFI) i en Lideratge en la Gestió Pública (IESE). Membre de CVX.
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