Recientemente Trump ha visto como Twitter, y otras redes sociales (Facebook, Instagram), suspendían sus cuentas de usuario particular. Son muchos los artículos, posts y comentarios que ha suscitado este hecho. Estas líneas son una invitación a seguir dialogando y analizando en comunidad digital y abierta. ¿Se meten conmigo en el charco?
Las explicaciones que han dado los responsables de las plataformas (que son entidades privadas con ánimo de lucro) es que se han vulnerado reiteradamente las normas que se establecen para su uso, normas que el usuario ha de aceptar al registrarse en la plataforma.
Las desavenencias de Trump con Twitter vienen de lejos, de hecho Twitter ahora diferencia las cuentas de “personajes públicos” entre la “pública” asociada al cargo (POTUS en el caso de Trump como presidente) y la personal de un personaje público. Tal y como explica Miguel Presno Linera, Catedrático de Derecho constitucional, en la pública no se puede bloquear a las personas que quieran interactuar con el usuario de ese perfil porque eso iría contra el derecho de las personas a manifestar su opinión o divergir de lo que afirma el representante electo y así lo explica Twitter en su política sobre “Líderes mundiales en Twitter”. Presno Linera describe la situación como una confrontación de “poderes salvajes”: por un lado el de Trump que se ha atrevido a hacer afirmaciones sobre hechos que se han probado falsas unas y muy discutidas otras, y por otro, las plataformas que ejercen su poder de veto y de hacer valer sus normas en su espacio. Sin duda, las redes sociales (RRSS) están ejerciendo su poder de censurar y, en este caso particular, me parece muy adecuado que se censure, y no quita para que me sume a pedir que se censuren muchas otras cuentas que incitan a la violencia… El caso de Trump es paradigmático: ¿en qué otra ocasión las cadenas de televisión americanas han interrumpido la retransmisión de la intervención de un presidente por considerarla falsas?
Aportamos más voces a este diálogo. Josefer Juan habla de “fracaso ciudadano” porque entiende que deberíamos ser capaces de no leer, no seguir y por tanto no dar pábulo a estas arengas y fake news. Y lamenta el silencio de los intelectuales, los prudentes, los moderados. Sin duda que el debate está servido: ¿deben las cadenas interrumpir la retransmisión o deben advertir y hacer pedagogía de lo que se dice? ¿Cuál es el límite? ¿No hay un código ético y deontológico un “cuaderno de estilo” o estatutos por los que las cadenas y medios privados se puedan regir y que restrinjan qué contenidos se emiten? ¿Por qué eso no se puede aplicar a los representantes públicos?
Manuela Battaglini, por su parte, llama la atención sobre la enfermedad de fondo de la sociedad americana, la que lleva a la polarización extrema, la que propicia el caldo de cultivo para que la sociedad sea convertible en masas manipulables y en conflicto (mi super resumen con mis palabras; el timeline (TL) merece la pena), la desigualdad creciente en Estados Unidos. Ve en la toma del Capitolio y todo lo que está viniendo después los síntomas de una enfermedad profunda en el corazón de Estados Unidos. En ese sentido creo que no tiene desperdicio el timeline de la congresista Cori Bush quien afirma que la Norteamérica que asalta el Capitolio sí es la verdadera América, al menos la que la comunidad afroamericana ha conocido y padecido. Pensemos en el contexto de las manifestaciones de las Black Live Matter, del gesto de los/as jugadores con la rodilla en tierra para protestar por los abusos policiales, ante la toma del Capitolio la National Association for the Advancement of Colored People se pregunta (NAACP) :“¿¡Y pensaste que arrodillarse era demasiado!?“
Otro tema, es la espiral que está cogiendo esta tendencia. Recientemente, Amazon, Google y demás tecnológicas están vetando a “Parler”, una plataforma de intecambio de mensajes en la que habrían desembarcado los seguidores/as de Trump al ser expulsados de las RRSS “clásicas”, ejerciendo así una censura preventiva “en respuesta a la falta de moderación de los contenidos vertidos en Parler, que según estas mismas empresas, abre la puerta a teorías de la conspiración, discurso de odio y contenidos que instigan la violencia”, según recogía El País hace unos días.
En definitiva, el cierre de la cuenta de Trump de Twitter y de otras RRSS, la eliminación de aplicaciones por parte de las tecnológicas, ciertamente es un ejercicio de contrapoder que se mezcla inevitablemente con el debate de la libertad de expresión. Ahora bien, ¿se puede consentir que en nombre del ejercicio de un derecho fundamental, se incite a la violencia, y a atentar contra vidas o instituciones sociales, democráticas que pueden suponer la vulneración de otros muchos derechos? La discusión sobre la libertad de expresión es compleja, como señala Gerson Vidal Rodríguez: “Es difícil, por no decir imposible, establecer de forma abstracta y genérica los límites del derecho fundamental a la libertad de expresión. En nuestro sistema de derechos fundamentales y libertades públicas no existe un derecho o libertad que prime sobre los demás, ni existe una jerarquía fija que establezca la prevalencia de unos derechos sobre otros”.
Muy interesante también es la matización de Joan Barata: “Las redes no son un foro público, sino un espacio de carácter privado en el que los usuarios se sujetan a las normas internas establecidas por la plataforma correspondiente. Quienes ostentan, pues, el derecho a la libertad de expresión, son las propias redes sociales. La imposición legal o judicial de una obligación de mantener una determinada publicación en contra de su criterio o sus propias políticas de moderación de contenidos sería pues “forced speech”, y por ello una violación de la Primera Enmienda.”
En mi opinión y este post quiere ser una invitación al diálogo, las RRSS hacen bien en dotarse de mecanismos para ser espacios de diálogo y de discusión en los que se puedan intercambiar opiniones, datos, discutir teorías y el precio a pagar para eso es que haya una normas que regulen qué se puede decir y que no dentro de unos márgenes. En un mundo ideal las personas con una conciencia formada ejercerían su derecho a la libertad de expresión sin coartar los derechos de otras personas y no habría que limitar las RRSS como no habría que limitar el consumo de estupefacientes o bebidas alcohólicas para conducir o imponer límites de velocidad… Las RRSS como espacios de convivencia se dotan de reglas para regular las bases de dicha convivencia, como pasa en la sociedad no virtual y eso vale incluso para el presidente de una de las naciones más poderosas del mundo.
[Imagen de Gerd Altmann en Pixabay]