Manu AnduezaMe cuesta la Navidad. Se me hace difícil. Hace años escribí un texto (en catalán) titulado “Navidad para creyentes”. Lo he enviado a varias editoriales, pero todas me dicen que no es el momento de publicarlo. Tal vez. Tal vez lo tenga que escribir en castellano por si es cuestión de idioma.

El texto repasa el nacimiento de Jesús en los evangelios y lo compara con nuestras navidades culturales. La tesis del mismo es que hemos prostituido la Navidad. Un niño que nace en las periferias de la existencia, abandonado, en un lugar para animales. Quienes hemos vivido alguna vez, aunque sea esporádicamente, en una casa con animales sabemos del olor que se respira allí. Cambiamos por incienso y colonias lo primero que respiró Jesús. Un Jesús anunciado primero a los últimos, a los pastores. Un Jesús adorado no por unos reyes sinos por unos seguidores de estrellas, buscadores de sentido en la vida. Un Jesús, en definitiva, que como alguien muy bien intuyó al colocarlo en medio de un buey y una mula, nace en la esterilidad de la existencia para darle vida.

Y nosotros, para explicarnos quién es Dios hecho carne, hemos hecho de esa narración teológica un cuento de Disney lleno de luces en las calles, regalos para mantener un mercado que tiene que seguir girando, canciones cuya letra no dice nada serio y dan grima -¿la Virgen se peina entre cortinas?, ¿los peces beben agua?, ¿campanas en Belén?…-. Y mientras, nos olvidamos de la vida en los portales. Pero es tiempo de paz, harmonía y alegría… para algunos. 

Pero no todo es igual. Estoy cansado de palabras que me hacen daño. Este año llegó con fuerza la famosa pandemia del coronavirus. Una catástrofe. Pero no para todos igual. Me duele cuando escucho que no es para tanto, que afecta a los mayores, que con las restricciones más o menos podemos seguir con una vida normal. Las hay peores. Hay quienes dicen que han podido vivir la situación con bastante paz, con más tiempo para meditar. Incluso que quienes necesitan el sueldo diario para trabajar salen cada día y no les pasa nada.

Seguro que todo es cierto. Es verdad que muere más gente de hambre y no hacemos nada. Es verdad que algunos siguen con una vida más o menos normal gracias al teletrabajo. Es verdad que en muchos lugares quienes necesitan el jornal diario continúan con su vida.

Pero no todo es igual. El diario Crític publicaba un excelente artículo comparativo entre afectados por COVID y renta per cápita en Catalunya. Casualmente, a más renta, menos contagiados. Muchos seguimos con nuestra vida porque otros ponen en juego la suya. Cuántas personas, sobre todo mujeres, están haciendo viajes de dos y tres horas diarias arriesgando su salud para cuidar niños, limpiar casas, permitir que los señoritos continúen con su vida normal trabajando y teniendo tiempo para vivir en paz esta situación.

Cuántos han quedado por el camino olvidados. Ha aumentado la violencia contra las personas de la calle, las multas por estar fuera de casa en momento de confinamiento -¡multados por estar en la casa que nuestra sociedad les ha permitido!-. 

Ante todo esto, hablamos mucho y nos preocupamos. Que si no podemos volver a la antigua normalidad porque no es la vida que queremos, que si el gobierno debería hacer algo, que si Europa, que si…

¿Y yo? ¿Puedo hacer algo? Pues sí, oiga, sí. Seguro que algo podemos hacer. Ayer tuve un día duro. Así que hoy no he podido dormir bien. Ahora es de madrugada. En casa todos duermen y yo, con varias cosas en la cabeza, me dedico a teclear este texto para hacerte una propuesta.

Las propuestas son difíciles. Tienen su qué de responsabilidad. No puedes pedir nada que tú no estés dispuesto a hacer. Te exigen.

Recuerdo hace años, una charla de alguien de Cáritas que nos decía que en tiempos de crisis lo que teníamos que hacer era abrir nuestra casa, acoger a alguien si teníamos una habitación libre. Le pregunté si lo había hecho y qué tal había sido la experiencia. Aún espero la respuesta. Proponer apela a la conciencia personal y comunitaria.

Los que estamos bien en Navidad recibimos paga extra. Hagamos Navidad de esa paga, pero con dignidad. Propongo dividir en dos, por lo menos, esa extra. Y buscar -y si no sabemos cómo, seguro que hay muchas entidades que nos ayudan a encontrar la manera- a dos personas de barrios con poca renta que no tengan trabajo. Y contrátalos por un mes. Pagarles para que limpien la casa, o cuiden de los niños o nos pinten el baño, o decoren la cocina o lo que os dé la gana. Pero claro, con la que está cayendo, no podemos obligarles a jugarse la salud, a cuidar de mis niños y dejar a los suyos solos en casa, a decorar mi habitación y tener su comida sin comprar… Por lo tanto, les diremos que están contratados, pero que entendemos que no pueden venir. Les pagaremos por ese trabajo que están dispuestos a hacer, pero en este momento no pueden ejercer.

Ah, ¿qué parece una tontería? Con todas las que se oyen estos días, por una más no pasa nada…

Feliz Navidad.

Imagen de Simon Matzinger en Pixabay 

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Llicenciat en teologia i psicopedagogia. Educador per vocació i convicció. Treballa fent classes en un centre de secundària. Col·labora amb diverses entitats del món social. Responsable de l'Àrea Teològica de Cristianisme i Justícia.
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