Fernando Vidal. ¿Piensa el partido republicano estadounidense que ha perdido las elecciones porque no ha sido capaz de unir al país o porque no ha dividido suficientemente? Lo último es más probable si se responden positivamente las dos siguientes preguntas: ¿Hay margen para polarizar más la sociedad? ¿Existen todavía bolsas de población a las que deprimir y convertir en escépticos de la política común?
La clave para ganar a Hillary Clinton fue su satanización mediática y probablemente se considere que se ha sido demasiado blando con el tándem Biden/Kamala. Había más margen para la guerra sucia porque mientras Estados Unidos sea tan desigual y anticosmopolita, siempre existirá un amplio campo potencialmente polarizable. La guerra cultural es inversamente proporcional al desarrollo democrático.
Solo un proyecto mundialista será capaz de sacar a Estados Unidos de su ensimismamiento y la tentación del supremacismo. Solo una reducción drástica de sus desigualdades económicas y raciales podrá recrear la confianza en un proyecto común. Es la extrema desigualdad del país la que produce el estado de guerra cultural en que se encuentra el país. Cuanto menos democracia cooperativa se crea, peores son los términos de la guerra cultural.
La idea de guerra cultural ha ido mutando, de un plano principalmente religioso-conservador a otro en el que expresa sobre todo la desconfianza radical respecto a las elites del país. La Mayoría Moral fundada por la gran alianza evangelista conservadora en los Estados Unidos de la década de 1970, puso en circulación la teoría de la guerra cultural entre progresistas/liberales y tradicionalistas/neoliberales.
La politología foxista de Roger Ailes –Kingmaker desde Fox News- hizo mutar esa guerra cultural a una nueva versión con mucha más potencialidad de deslegitimación. Entendió que no se trataba de un enfrentamiento académico de ideas, sino de la destrucción de los agentes. No era una guerra de ideas, sino una aniquilación de las personas. El error de la guerra cultural de los grupos religiosos era su escrúpulo frente a la destrucción pública del otro. No se lucha contra ideas, sino contra personas. Para ello se han valido de la enemización y del señalamiento de chivos expiatorios.
La enemización es la conversión de rivales, competidores o agentes desfavorables en enemigos cuya influencia debe ser anulada. Para ello se han servido de todos los medios posibles: desde negar que Obama sea estadounidense, hasta la destrucción de la fama de los adversarios por asuntos de su vida privada. Porque en el fondo y forma, no se trataba de que unas ideas conquistaran la Casa Blanca, sino de que lo hicieran determinadas personas con determinados intereses.
El foxismo consiste en la guerra cultural por la enemización de personas y colectivos. Eso ha conducido a una radical desconfianza en todas las dimensiones, sean política, económica, cultural, educativa o religiosa. Esa destrucción de la confianza es un fenómeno social de carácter tectónico, que rompe por dentro una sociedad y se tarda décadas en recuperar. Es ese foxismo destructivo y polarizador el que quizás más ha prendido en el interior de las democracias europeas.
El primer producto del foxismo fue el régimen Bush y su segundo producto fue el trumpismo. Derrotado Donald Trump, algunos de sus aspectos más grotescos desaparecerán con el personaje, pero otros elementos se han incorporado: la mentira institucional masiva apenas ha recibido castigo, así como la enemización agresiva tanto interior como exterior. Sin duda ahora mutará a un nuevo producto político. Deberemos estar atentos a cuál, se llame Ivanka o tenga cualquier otro nombre al frente.
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