Josep M. Margenat. En los libros VIII y IX de su Ética a Nicómaco, Aristóteles trata sobre la amistad cívica, a la que otros se refieren como amistad fraterna. Introduce así a los lectores en la temática que desarrolla en sus libros sobre la Política. Ayer nos enterábamos de la muerte de Hilari Raguer, monje en Montserrat, a quien conocí hace 40 años. Hilari es para mí un ejemplo de la amistad fraterna que ha forjado el catalanismo cívico que es una de nuestras señas de identidad colectiva. Entonces licenciado reciente, preparaba mi tesina (así se decía entonces, hoy sería TFG o TFM). Hilari me ayudó. Mucho. Su generosidad fue siempre llamativa. Papeles, que luego serían editados por él: circulares del pare Torrent, oratoriano y vicario general de Barcelona durante la guerra de España, informes del cardenal Vidal a Roma, cartas de Carrasco i Formiguera desde su prisión en Burgos a su esposa, etc., pero no quiero ni puedo reducir este comentario a recuerdos personales.

Hilari Raguer –o Ernest, como se llamaba antes de hacerse monje de Montserrat– fue siempre para mí modelo de ese catalanismo cívico que ha contribuido a hacer nuestro país como es, de esa amistad cívica y fraterna que fundó la España de los años 60 y 70 y que dio a luz una ruptura democrática auténtica, la pactada. En las Cortes de 1977 se sentaron juntos vencedores temporales de una guerra incivil con derrotados, ahora moralmente vencedores, monárquicos liberales, socialistas, comunistas, republicanos, democristianos, nacionalistas vascos o catalanes, socialdemócratas, etc. El presidente de una institución republicana, republicano él también, regresó de Francia a Cataluña al frente de una institución en su origen monárquica –la Generalitat– que representaba otra legitimidad anterior a aquellas Cortes democráticas. Todo esto era posible porque hubo colectivos integradores y por personas, entre los que cuento a Hilari, que en los años 1950 habían decidido que una guerra fratricida entre españoles no volviera a ser posible nunca más. Aquel “pacto” no era muy distinto del otro pacto moral de socialistas, liberales y democristianos en Europa en esa misma década, gracias al cual por el Tratado de Roma (1957) vio la luz el germen de la actual Unión Europea. En algunas posiciones Hilari no coincidía con lo que otros pensábamos y decíamos. Poco importaba. La amistad cívica unía lo que algunas muy concretas ideas podían separar. Nos conocimos en Montserrat, aquellos mismos días en que nos dejaba Alfonso Carlos Comín, julio de 1980. Tampoco Comín, cristiano en el Partido, comunista en la Iglesia, coincidía en todo con otros. Era obvio. Pero en 1977 al parlamento español –Congreso y Senado– y en 1980 al Parlament de la Ciutadella había llegado una generación trabada en la amistad cívica, en una amistad que expresaba una alianza fundada en valores que soportaban las diferencias. Hilari fue monje, sobre todo monje; también un gran historiador, buen conocedor de la Escritura. Sus mejores años, pastoralmente hablando, fueron los que pasó en el monasterio benedictino de Medellín (Colombia). Así me dijo alguna vez. Tradujo e introdujo los salmos, dio muchos cursos sobre la Biblia. Como historiador, estuvo en el Congreso de Sevilla (marzo de 1999) en que levantamos acta de aquella reconciliación que llevó de la dictadura a la democracia en gran medida gracias a la acción de los católicos. Allí José A. González Casanova nos presentó respectivamente como “hijo” y “nieto” académicos. Efectivamente, Hilari, educado durante la guerra en la escuela catalanista de inspiración cristiana Blanquerna y alumno más tarde de la Escuela Pía de Balmes –me habló con mucho respeto del padre Bordàs– defendió en 1976 la primera tesis doctoral que se leía en catalán en una universidad barcelonesa después de la guerra. La tesis trataba sobre la Unió Democràtica de 1932 a 1939 –“i el seu temps”– y lo era en Derecho. La dirigía Jiménez de Parga y en el tribunal estuvo González Casanova. Aquella tesis coronaba los estudios de ciencia política empezados por Hilari en París con su “mémoire” bajo la dirección del politólogo bordelés Maurice Duverger. Hilari siempre fue un hombre libre que decía con respeto y con mucha precisión lo que pensaba. No se calló. Por ello sufrió incomprensiones en los años 60, cuando el “affaire Escarré”, y en los primeros años 2000, cuando fue “desterrado” al Miracle. Tras la huelga de los tranvías en Barcelona, ya había estado unos meses en la cárcel de Montjuïc, cuando se hizo monje benedictino en Montserrat. No se callaba, pero, sobre todo, siempre sonreía, siempre buscaba el acuerdo, siempre expresaba su bondad. Fue un gran catalán, un erudito sencillo, un monje. Gracias a la amistad fraterna de personas como él vivimos en el país que conocemos. Fue un hombre bueno.

Imagen extraída de: Religión Digital

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Groc esperança
Anuari 2023

Després de la molt bona rebuda de l'any anterior, torna l'anuari de Cristianisme i Justícia.

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Jesuïta des de 1990 i prevere des de 1996, és professor agregat d'institut de batxillerat i titular d'universitat, com a investigador i docent de Teologia política, Ètica social, Història de la Filosofia Política i Història de l'Església a la Universidad Loyola Andalucía i altres centres. Va col·laborar a El País i Revista de Fomento Social (com a director entre 2008 i 2018) i col·labora regularment a El Ciervo, Razón y Fe i Religión Escuela, a més d'escriure en alguns blogs. Ha publicat llibres sobre la construcció del consens passiu a Espanya (1934-1937), els cristians de la dictadura a la democràcia (1939-1975) i pedagogia ignasiana (traduït al francès i al portuguès). Membre de Cristianisme i Justícia, d'EIDES i del Centre Internacional d'Espiritualitat Ignasiana de Manresa, col·labora amb l'Institut de Teologia Fonamental i amb l'Institut universitari de Salut Mental. Viu a Manresa (Barcelona) des de 2020.
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