Olivia Pérez. He tenido el placer de participar hace un par de semanas en un curso organizado por Alboan y que apoyan otras instituciones del ámbito social de la Compañía de Jesús —Cristianisme i Justicia entre otras— y otras organizaciones como Cáritas Española o JOC. El curso “Fe y compromiso sociopolítico” busca acompañar a personas jóvenes en el descubrimiento y el discernimiento de su vocación sociopolítica que no es otra cosa que comprender que la fe está vinculada, desde lo más profundo, a la búsqueda de la justicia y la transformación de este mundo en uno que se parezca más al sueño de Dios. ¡Qué tarea!
Fundamentalmente porque tantas veces aún, en el siglo XXI, se sigue separando la fe de la justicia, la oración de la necesaria implicación en la transformación del mundo, la mística del cuidado de la naturaleza al modo de Francisco, de forma integral. Aun hay quien predica eso desde los púlpitos y las cátedras, incluso habiendo leído el evangelio: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 5,18-19).
¡Qué le vamos a hacer!
Pues esto, lo que hacen algunos y algunas. Seguir trabajando con las personas más jóvenes para que comprendan que una cosa y otra están profundamente ligadas y, de la misma manera que no trabajas por la justicia o sirves a los empobrecidos sin pensar que es lo que Jesús querría, no oras al padre-madre Dios dejando de lado lo que le ocurre a las personas que conoces o el mundo en el que vives. Dijeron de Domingo de Guzmán, el santo de quien aprendió Ignacio la vida de los seguidores de Jesús, que «siempre hablaba de Dios o con Dios».
En el curso nos hemos acercado a la realidad de este mundo que fabrica empobrecidos para seguir creciendo y de un planeta que sufre cada vez más por la misma causa; hemos conocido la realidad de los millones de personas que son expulsados de sus lugares para poder seguir viviendo con algo de dignidad y cómo algunas personas concretas —mujeres habitantes del barrio de San Francisco de Bilbao— acompañan a tantas y tantos descartados que están ahí cerca, al otro lado de la ría. Este encuentro hizo a algunas de las participantes en el taller encontrarse de bruces con la realidad de la violencia institucional que provoca la Ley de Extranjería que nos hemos dado en Europa y que obliga a una persona a vivir al menos tres años sin ningún tipo de ingreso legal en una tierra desconocida, hostil y que la rechaza. Tres años hasta, en el mejor de los casos, conseguir un permiso de residencia y de trabajo si antes has logrado un contrato que garantice que, de algún modo, alguien va a financiar tu estancia en el país. Hasta entonces, tres años, 1095 días de tu vida, tienes que levantarte cada mañana pensando qué vas a comer y dónde vas a dormir al día siguiente, tú y quienes dependen de ti.
Por si eso fuera poco, cada vez las personas que deben huir de su tierra y, como Abraham, ponerse en camino son más, debido, entre otras cosas, a las consecuencias de cómo hemos y estamos tratando a este pobre planeta que nos ha ido acogiendo a todas con afecto desde el inicio de la historia. Ningún elemento ha influido tanto en su transformación como lo estamos haciendo los seres humanos por lo que los expertos hablan de una nueva era geológica, el Antropoceno.
Hemos construido un territorio desfavorable para nuestra vida y un sistema que no logra posibilitar y mejorar la vida y que, tal como nos dijo en el curso el profesor Santiago Álvarez, no sirve. Y si no sirve, hay que cambiarlo.
Y así regresamos al inicio. Si el sistema no sirve y hay que cambiarlo, para que sea cada vez más justo, más acogedor y más respetuoso con la Casa Común y los seres que la habitan no se me ocurre mejor idea que contar con el grupo de hombres y mujeres que decimos seguir a Jesús para que se pongan manos a la obra en esta tarea.
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