Pablo Font OportoFrivolidades, futilidades, tonterías, chorradas… gilipolleces, en suma. El francés, más refinado, nos hablaría de frivolité. Los anglosajones utilizan una expresión más básica pero muy ilustrativa: bullshit.

Es lo que cualquier persona siente al escuchar lo que está sucediendo en el debate público en los últimos meses, donde pasamos de la videopolítica a la realpolitik en breves momentos, hasta acabar en la política ficción.

Videopolítica, término acuñado por Sartori, es lo que parece haberse convertido nuestra escena pública cuando lo que se observa es un permanente donde dije digo junto a la utilización de todas las técnicas psico-comunicativas posibles. Realpolitik es lo que en el fondo parece únicamente importarle a nuestra clase política. Política ficción, más que un ejercicio retórico, es donde podemos acabar de seguir por este camino. Por cierto, en el conflicto de Cataluña parece que también podemos observar mucho de todo esto.

Pongamos otro claro ejemplo: el caso de la formación de gobierno en España. Parece que Pablo Iglesias tiene unas ganas desesperadas por pagar su casita, mientras Pedro Sánchez no ve la hora de aumentar aún más su poder para poder hacer definitivamente lo que le venga en gana. Evidentemente, estoy simplificando mucho. Pero en el fondo, detrás de la falta de diálogo, la falta de acuerdo, la discrepancia en el relato, blablablá, ¿no me dirán que no parece algo así?

¿De verdad creen estos señores/as que podemos permitirnos unas cuartas elecciones generales en 5 años (qué decir en otros ámbitos territoriales) mientras la realidad espera?

Porque la realidad sigue ahí. La realidad con sus exigencias de ajustamiento a ella, como dirían insignes filósofos como Xavier Zubiri y José Luis López-Aranguren. Una realidad a la que no ajustarse implica un precio muy alto: la desaparición/extinción.

Una realidad que, por ejemplo, pone sobre la mesa la necesidad de afrontar la crisis climática o la alta contaminación existente en diversas ciudades (del inminente colapso de los recursos ni se oye hablar). Al hilo de este punto cabría aludir a la polémica en torno a la intención del gobierno PP-C’s de liquidar el proyecto Madrid Central. Las peregrinas explicaciones del señor Almeida sobre la posibilidad de reducir la contaminación simplemente incentivando desde los organismos públicos la renovación del parque móvil son un claro ejemplo de frivolité/bullshit. Este señor o no tiene ni idea o desea pedir la nacionalidad sueca (ya quisiera). Es sabido desde hace mucho que, como consecuencia del llamado efecto rebote o paradoja de Jevons, estas medidas no sólo son insuficientes de cara a estos fines, sino más bien contraproducentes. Por otro lado, los antecedentes del ministro Soria y su impuesto al sol invitan a considerar cierto aire escandinavo (pero no en el mejor sentido) en las políticas medioambientales del PP. Evidentemente los primeros perjudicados por esta nefasta concepción de la política, en especial la medioambiental, será la ciudadanía más vulnerable, pues es posible observar un claro nexo entre poder adquisitivo, disfrute de recursos y protección respecto a los efectos nocivos de su uso. Algunos teóricos, como Stephan Lessenich denominan este fenómeno como la sociedad de la externalización. En todo caso, ambos ámbitos victimizados por el actual sistema económico de mercado (masas empobrecidas y planeta Tierra) no parecen importar mucho a la clase política (por supuesto nada a los poderes económicos).  Ahora bien, en un mundo único es imposible llevar esta externalización al extremo. La clase política parece que no acaba de entender esto y cree que podrá seguir siendo incompetente mientras puedan seguir viviendo cómodamente de nuestros impuestos, sin preocuparse por futilidades como nuestra enfermedad, muerte y extinción (insisto, siempre primero la de los más débiles).

La Política con mayúscula, considerada por Aristóteles como la gestión del bien común, implica la misión de transformar la realidad en un mundo mejor. Pero lo que observo en estos meses es una degradación de este ámbito que esta llegando a topes que no se observaban desde antes de 2011 (antes del 15 de mayo de 2011, para ser más exacto). Este sistema tan restringido que tenemos, el de un régimen mixto aristocrático-democrático al que llamamos “democracia representativa”, solo permite una participación mínima, pero al menos debería incentivar su ejercicio. Ahora bien, si lo que la clase política española está pretendiendo es que de nuevo la ciudadanía se desencante y se retire del ámbito político incluso en esa mínima dimensión, lo está consiguiendo. Pero eso no será sin consecuencias. La primera que, ante la falta de preparación y disposición hacia un servicio orientado a la transformación social y controlado por el pueblo, entregados en manos del gran negocio globalizado en que se ha convertido este mundo, lo más probable será nuestra extinción (primero de los pobres, claro, ya lo hemos dicho). En fin, nada importante, pequeños detalles, bagatelas sin importancia, en suma… frivolités. Bullshit!

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

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Profesor de Ética, Filosofía política y Filosofía del Derecho en la Universidad Loyola Andalucía. Doctor en Derecho por la Universidad de Sevilla. Sus líneas de investigación son: derecho de resistencia histórico y actual, alternativas al paradigma moderno economicista-instrumental-colonial, análisis de las sociedades occidentales actuales, economía alternativa, pobreza y crisis del Estado social. Es coordinador de “Encuentros en la frontera”, un espacio de diálogo plural dentro de la Universidad Loyola Andalucía.
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