Tras una década de sangrientas acciones de terrorismo radical de inspiración islamista, se ha convertido ésta en palabra de moda a la hora de debatir la estrategia a seguir con sus ejecutores. Muchos de ellos permanecen presos en cárceles sirias e iraquíes, a la espera de ser juzgados in situ, y otros tantos encaran una posible devolución a sus países europeos de origen, de donde partieron para enrolarse en la yihad del Estado Islámico y cuya reciente derrota territorial podría forzarles a un retorno obligado. Si hace unos años el debate se centraba en un diagnóstico sobre la radicalización y sus causas, ahora el foco se sitúa en cómo abordar la tarea de desradicalización, su paso por cárceles europeas, su tratamiento jurídico-penal, las difíciles expectativas de una eventual reintegración futura…
El Estado Islámico ha sido derrotado militarmente en su sueño quimérico de creación de un Estado califal, embrión de una entidad universal islamista a la que se llegaría tras la derrota de todos los Estados infieles en la “madre final de todas las batallas”. No obstante, el reciente atentado de Sri Lanka, con más de 200 muertos, encierra un mensaje siniestro: El Estado Islámico y la miríada de grupos que pululan en la órbita del yihadismo radical, sobrevive en sus milicianos. Y pueden seguir haciendo mucho daño. Asistiremos a un replanteamiento de la estrategia del terror, que pasará de acciones teledirigidas, planificadas, centralizadas y territorializadas a un terrorismo más diseminado, difuso, de impacto mediático e igualmente internacionalizado.
La novedad radica ahora en combinar un trabajo de desradicalización “preventiva” para seguir evitando la captación de militantes (parece que su número ha descendido brutalmente) con el de una desradicalización “curativa”, a aplicar sobre los milicianos retornados. Y la pregunta es ¿cómo lo hacemos?
Las respuestas no son fáciles. Hay diferencias interpretativas. Si ya las hubo a la hora de llegar a un diagnóstico más o menos compartido sobre los factores explicativos de la radicalización, es fácil entender que también las haya para afrontar el enfoque de las políticas de desradicalización.
El intento de establecer un perfil más o menos estándar, algo así como el retrato, del tipo de motivaciones que conducen a que un joven residente en Europa, y en muchos casos educado en los valores occidentales, se decida a abrazar una causa ajena, de radicalismo extremo, y a hacerlo en el marco de una violencia fanática, pone de manifiesto un amplio y heterogéneo abanico de factores condicionantes.
En un intento de sintetizar sobre la naturaleza de de dichos factores, podría decirse que hay dos grandes líneas interpretativas, apadrinadas por dos expertos en la materia, verdaderos gurús en todo lo referente al mundo islámico, Gilles Keppel y Olivier Roy.
Para Keppel las explicaciones sociológicas y psicológicas no bastan. Tampoco la falta de integración social, el entorno desestructurado de las banlieus, la islamofobia en sectores de las sociedades de acogida… Pueden ser elementos presentes, aunque no siempre, pero no sirven por sí solos para explicar el fenómeno. Para él, la impronta del “factor religioso” es fundamental. Se trata de jóvenes sin referencias, tentados a buscar en un pasado mitificado, el del islam de los orígenes, revivido y falsificado por los salafistas, un orden que les va a proporcionar normas, valores, el sueño de una yihad que les proyecta en una existencia épica y la construcción de un califato como utopía terrestre, donde reina la justicia como anticipo del paraíso prometido. Y todo ello a través de una violencia yihadista ofensiva contra los enemigos del “verdadero” islam, y con el martirio como premio. La fuerza de un imaginario religioso sustentado sobre una visión binaria y excluyente es determinante en su análisis. Es por ello que para él estamos ante una “radicalización islamista” como explicación y factor desencadenante de esta violencia. En consecuencia, cualquier política orientada a la desradicalización debe plantearse en gran medida desde esos parámetros.
El otro marco interpretativo gira en torno a la opinión de Olivier Roy, que defiende tratarse de un fenómeno de “islamización del radicalismo” más que de radicalización del islam. Roy entiende que se cae en la yihad ofensiva porque las otras utopías redentoras han fracasado en la izquierda y ven en la causa islamista radical un banderín de enganche para sus ideales revolucionarios. En lugar de una hoja de ruta que iría del Corán a Daesh, apunta a una aproximación más transversal que trata de entender la violencia islámica en paralelo con otras formas de violencia y radicalidad. No niega el hecho de la componente de un islam fundamentalista, pero entiende que ese fundamentalismo no basta para producir la violencia. El fundamentalismo religioso existe pero no desemboca forzosamente en violencia política. No devienen radicales porque “lean mal” los textos sagrados o se dejen manipular por los imanes. Son radicales, viene a decir, porque la radicalidad les parece seductora. En resumen, no estaríamos ante islamistas radicales, sino ante jóvenes radicales que se hacen islamistas porque encuentran en el salafismo revolucionario el gran relato en el que inscribir su rebelión personal.
No creo que ambas interpretaciones sean antitéticas. Ponen más el acento en un factor que en otro pero no son excluyentes. Hay otros análisis más extremos como el de Rik Coolsaet, profesor de la Universidad de Gante, que sostiene que los yihadistas no están motivados ni por la religión ni por la ideología, sino por factores de índole psicológica y personal y que en consecuencia toda política global de desradicalización está condenada al fracaso. O la opinión del experto Lorenzo Vidino, que ha estudiado el fenómeno del radicalismo islamista en Catalunya, que entiende que es un estereotipo carente de fundamento atribuir el radicalismo a problemas de integración.
En definitiva, las políticas de desradicalización deben sustentarse en diagnósticos serios y solventes sobre las causas de la radicalización. Y no todos lo son.
Concluiré con una cierta dosis de optimismo. Europa enfrenta un desafío inédito en la nueva andadura que ahora enfrenta. Algunos países, sobre todo Francia, han puesto en marcha programas en distintos frentes: cárceles, formación de imanes, internet, reeducación… En España se ha avanzado bastante en la prevención de acciones y detención de responsables, pero no mucho en el tratamiento a seguir para revertir su radicalización. La tarea debe ser nacional pero también europea. Es fundamental la coordinación de acciones y la información compartida. Todos nos jugamos mucho en ello.
[Imagen de Horst Doehler en Pixabay]