Pablo Font Oporto. Contaba el cuento de Blancanieves que una malvada reina bruja consultaba diariamente su espejo mágico sobre la mayor belleza existente…
Ya saben cómo continúa la historia. Pero la anécdota del espejo me evoca una imagen curiosa: Mariano Rajoy mirándose a sí mismo en su comparecencia ante los medios en el famoso “plasma”. Me parece una estampa sugerente y simbólica de la perspectiva que el hasta ahora presidente del Gobierno español tiene sobre la democracia.
Permítanme un recuerdo personal. Corría el verano de 2013. El caso de los papeles de Bárcenas y el posible cobro de sobresueldos procedentes de la caja B del partido Popular parecía acorralar a Mariano Rajoy, especialmente tras aquel “Luis, sé fuerte”. El presidente tenía que comparecer ante los medios forzosamente tras un encuentro bilateral con el máximo representante de otro Estado. Un servidor se encontraba por aquellas fechas realizando una estancia de investigación en Malta. En mi apartamento alquilado en el municipio de Lija, y ante la gravedad de la situación, descubro que el canal de noticias Euronews va a retransmitir la rueda de prensa. La voz en off del presentador, se esfuerza por transmitir, en inglés, la gravedad de la situación, provocada por un gran escándalo de corrupción que salpica directamente al presidente español. En particular, afirma que el presidente español va a dar seguidamente explicaciones sobre su supuesta presencia en los papeles de Bárcenas. La rueda de prensa se va desarrollando, las preguntas se suceden, el presidente va esquivando las cuestiones sin dar ninguna respuesta clara, el presentador sigue insistiendo de cuando en cuando en que aquel va a dar explicaciones… El acto acaba, Rajoy se va y el presentador no sabe cómo explicar el hecho de que un primer ministro europeo sujeto a graves acusaciones no ha contestado a las preguntas que se le han hecho al respecto, saliendo indemne de la comparecencia.
Estas situaciones no son meras anécdotas, sino que marcan una reiterada línea de actuación por parte del registrador gallego. “Este señor del que les hablo” ha demostrado tener una particular visión de la rendición de cuentas que en una democracia deben tener los representantes del pueblo. En efecto, da la sensación de que no cree que la comparecencia de los mismos, ya sea en el Parlamento, ya sea ante la prensa, sea algo fundamental. Es más, el problema mayor que percibimos es que esta posición sobre el rol y las obligaciones del representante de la ciudadanía parecen vinculada a la consideración de que la participación del pueblo en el ámbito político debe ser la justa y necesaria. Lo cual no es una idea nueva, sino un enfoque bastante extendido en el conservadurismo, especialmente en el neoconservadurismo. Así se ha dejado traslucir en muchos aspectos a lo largo de estos años, sirva como botón de muestra el hecho de haber convocado unas elecciones generales para un 20 de diciembre…
Esta visión impacta incluso en la propia elección de los cargos y candidatos dentro de su propio partido. Se produce aquí además un claro incumplimiento de la propia Constitución, que establece que el funcionamiento interno de los partidos políticos deberá ser democrático. Cierto es que el Partido Popular no es el único con deficiencias en este aspecto, pero en su caso son superiores. Además, la gravedad de las mismas reluce mucho más últimamente dados los pasos dados en este ámbito por los demás partidos mayoritarios. Si bien en este problema los populares arrastran inercias anteriores, los cambios que en el entorno sociopolítico se han sucedido en España en los últimos años (15M, crisis de representatividad, nacimiento de los partidos emergentes) parecen no haber sido objeto de lectura alguna en el despacho principal de la calle Génova.
En última instancia, por tanto, es perceptible que la idea de una democracia participativa y deliberativa es rechazada y desechada como algo no necesario o incluso contraproducente en la gestión de los asuntos públicos. Pareciera que, desde esta perspectiva, lo único relevante fuera la eficiencia de dicha gestión, especialmente en las cuestiones macroeconómicas y siempre desde el enfoque ortodoxo. Sin embargo, a veces el cómo es tan importante como el qué. En este sentido, la falta de interés en la participación de la comunidad política en los problemas de la misma trae inevitablemente como consecuencia una determinada aproximación a dichos problemas, unas propuestas concretas sobre la solución de los mismos, y cierta selección de lo que se consideran realmente problemas necesitados de atención, al menos prioritaria. Así, es difícil detectar las necesidades no sólo de los colectivos más vulnerables y excluidos, sino incluso de las mayorías sociales que no tienen acceso a los resortes de los poderes fácticos.
En definitiva, los tics del señor Rajoy parecen revelar cuestiones de fondo que van mucho más allá de la posibilidad de cierta incomodidad o timidez en las exposiciones públicas y muestran que muchas veces el estilo de gobierno revela el modo en que se entiende la potestad recibida por el pueblo y la forma en que abordará las cuestiones necesitadas de atención en la polis. Es decir, el paradigma que tiene sobre el bien común.
El espejo en el que la malvada reina se miraba acabó por devolverle su verdadera imagen, limitada y llena de arrogancia. En el caso de Mariano Rajoy, parece que su propia forma de gestionar la comunicación de asuntos de tan extraordinaria gravedad como la corrupción de su partido y de destacados miembros del mismo ha pesado más que sus cuestionables decisiones en la presidencia del gobierno. Así, nuestro protagonista, alejado de los focos incómodos, refugiado en la seguridad de su “espejo” privado, tal vez no supo ver venir los cambios que la sociedad reclamaba en una cuestión que consideraba trivial. Sin embargo, aparte de otras cuestiones (como la gestión del procés), parece claro que este asunto ha sido clave en la reacción de la opinión pública tras la sentencia del caso Gürtel y, como consecuencia, en la ventana de oportunidad que los partidos de la oposición han visto para cavar su tumba mediante una sorpresiva moción de censura.
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