Agustín OrtegaEste artículo nace de mi reciente e inolvidable estancia en El Salvador, pueblo tan querido, con motivo de una serie de conferencias que realicé en la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA) dentro de la Cátedra Latinoamericana Ignacio Ellacuría-Departamento de Filosofía. En ellas expuse el pensamiento social, ético y educativo latinoamericano con la aportación de los jesuitas mártires de la UCA Ignacio Ellacuría e Ignacio Martín-Baró y otros mártires y testimonios como Monseñor Romero o Leonidas Proaño.

Además pude estar y compartir con otros supervivientes de este martirio como el jesuita Jon Sobrino SJ, reconocido teólogo y autor de tantos libros, en muy buena medida, acerca de estos entrañables mártires del Salvador. Y que sigue incasablemente trabajando y transmitiendo ilusión, entusiasmo y pasión por el legado de los mártires. Sobre los que sigue investigando, reflexionado y escribiendo con una entrega de vida digna de elogio.

Tuve también el regalo y alegría de ser recibido por Monseñor José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, digno sucesor de Monseñor Romero. Un hombre de Dios, de bien y de los demás, de paz y justicia con los pobres de la tierra como son, por ejemplo, los migrantes. El Arzobispo me comunicó esta pasión por estos santos y mártires del Salvador, como es igualmente el jesuita Rutilio Grande. Tal como nos trasmite en su imprescindible segunda Carta Pastoral: “Ustedes darán también testimonio, porque han estado conmigo desde el principio”.

Nuestros mártires como Monseñor Romero e Ignacio Ellacuría ejercieron la profecía, inspirados por Dios, anunciando la fe, la verdad y la justicia liberadora. Lo hicieron, como verdaderos profetas, desde esos pobres con espíritu y pueblos crucificados que, desde la fe en la Gracia de Dios, nos liberan de la mentira que aprisiona la verdad con la injusticia (Rm 1, 18-23). Los ídolos egolátricos de la cosas, del tener y poseer con el falso dios dinero siempre tratan de justificarse con la mentira. Y, de esta forma, encubrir el orden opresor e injusto negador de la vida, de la dignidad y los derechos humanos. “Este es el gran mal: la riqueza, la propiedad privada como un absoluto intocable y ¡ay del que toque ese alambre de alta tensión, se quema!” (Monseñor Romero, Homilia del 12 de agosto de 1979). Es el padre de la mentira que hace pasar el mal e injusticia por bien, que niega la liberación con Espíritu (Mc 3,28-30; Lc 12,10) que nos trae el Reino de Dios con su vida, paz y justicia con los pobres. Los poderes del mal e injusticia de la historia, permanentemente, pretender terminar con los profetas a través de mentiras y muerte (cruz). Aunque una vez crucificados, cuando ya no molestan, les hagan alabanzas y mausoleos (Lc 11, 47-54).

En la línea de la tradición y enseñanza de la iglesia como es su Doctrina Social (DSI) -nuestros mártires son sabios y testimonios vivos de esta DSI-, en forma profética anunciaron esta verdadera utopía de la civilización del amor: “la civilización del amor no es un sentimentalismo, es la justicia y la verdad. Una civilización del amor que no exigiera la justicia a los hombres, no sería verdadera civilización, no marcaría las verdaderas relaciones de los hombres. Por eso, es una caricatura de amor cuando se quiere apañar con limosnas lo que ya se debe por justicia; apañar con apariencias de beneficencia cuando se está fallando en la justicia social. El verdadero amor comienza por exigir entre las relaciones de los que se aman, lo justo” (Monseñor Romero, Homilia del 12 de agosto de 1979). Una civilización que antepone el trabajo al capital, la vida y dignidad del trabajador con sus derechos como es un salario justo antes que el beneficio, el lucro y los medios de producción.

La utopía de una economía que está al servicio de las necesidades de las personas y de los pueblos en la justicia con los pobres para un desarrollo humano, liberador e integral. La propiedad no es un derecho absoluto e intocable. Está subordinada al primer principio de la economía y de lo social: el destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos. La propiedad está en función de asegurar este reparto común y con equidad de todos los bienes, que Dios ha destinado para toda la humanidad. Una economía con unas finanzas-banca ética que nos libere de la especulación financiera y usura de los créditos e intereses abusivos, injustos y que empobrecen a los pueblos con deudas ilegítimas. Esta civilización del amor nos llama a esa autentica utopía profética, como es la santidad en la pobreza fraterna con la solidaridad de vida, de bienes y luchas por la justicia con los pobres. Y que nos hace libre de la esclavitud y muerte del dinero, del poseer y de la codicia que es la raíz de todos los males y violencias (1 Ti 6, 10).

A esta existencia mística y de santidad con profecía, utopía y esperanza entregaron su vida nuestros mártires, por amor a Dios y a los pueblos con los pobres que tanto los querían. Cuando estaba amenazado de muerte, Monseñor Romero tuvo ese gesto profético de rechazar escolta y protección: “yo tengo que arriesgarme como cualquier otro ciudadano de mi pueblo en la lucha por la libertad”. Por ello, el pueblo y el pobre reconoce toda esta profecía, afirmando que “Monseñor Romero dijo la verdad. Nos defendió a nosotros de pobres. Y por eso lo mataron”. Con esa fe en Dios, con el amor a los pueblos y a los pobres, nuestros mártires nos transmiten redención, vida plena y eterna. “Un obispo morirá, pero la Iglesia, que es el pueblo, no perecerá jamás… No creo en la muerte sin resurrección. Si me matan resucitaré en el pueblo. Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador. Si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad” (Monseñor. Romero, 24 de marzo de 1980).

Tal como nos transmite la fe profética de Ellacuría, “con Monseñor Romero pasó Dios por el Salvador…., él fue un enviado de Dios para salvar a su pueblo”. “He visto en la acción de usted el dedo de Dios”, sigue diciendo Ellacuría de Romero. Ciertamente, Dios se hace presente en todos estos mártires como Oscar Romero, Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró y sus compañeros jesuitas de la UCA. Dios clama en los pobres, en los pueblos crucificados y las víctimas de la historia que buscan esa utopía, esperanza y liberación definitiva que sólo puede venir del Dios de la vida. “Sólo utópica y esperanzadamente puede uno creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección…Más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador” (Ignacio Ellacuría).

Monseñor Romero

Imagen extraída de: Pixabay

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