José Eizaguirre. El pasado 22 de enero, el presidente de Telefónica España comunicó que su compañía había elegido Segovia y Talavera de la Reina como ciudades laboratorio para desarrollar la tecnología 5G, señalando que la compañía convertirá ambas ciudades, en colaboración con Nokia y Ericsson, en un “laboratorio vivo” durante los próximos tres años (2018-2020). El vídeo corporativo (3 min) confirma con preciosidad audiovisual que “a partir de 2018 Telefónica convertirá Segovia y Talavera de la Reina en un laboratorio vivo de 5G”.
Otras grandes compañías de telefonía no se quedan a la zaga: también Orange desplegará 5G en cuatro ciudades españolas, cuya elección ya está en proceso. Parece que el despliegue tecnológico 5G es imparable. Una nueva tecnología que permitirá, según la propia información de Telefónica, “incrementar la velocidad hasta obtener picos desde uno hasta 10 Gbps y reducir la latencia hasta llegar a un mínimo de entre uno y cinco milisegundos, además de disponer de alta capacidad, con la posibilidad de tener hasta 100 veces más dispositivos conectados”. ¡Uau!
Algunos medios de comunicación, como El País (propiedad del Grupo Prisa, uno de cuyos principales accionistas es precisamente Telefónica), corroboran las ventajas de la nueva tecnología: “La nueva generación de telefonía móvil tendrá impacto sobre el crecimiento económico“, generando miles de millones de negocio y, por supuesto, millones de puestos de trabajo. ¿Quién puede rechazar una tecnología así? Parece difícil ponerse en contra de un avance tecnológico que nos permitirá, por ejemplo, descargar una película de 1 Gb en menos de diez segundos y que además se presenta como buena para la economía y el empleo.
Sin embargo, algo nos dice que debemos ser cautos. Como advierte el papa Francisco en la encíclica Laudato si’: “La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras” (LS 114).
Sí, debemos ser, como mínimo, precavidos, como ya lo son algunas personas y movimientos. Hace poco (17 de febrero) el diario El Adelantado de Segovia publicaba en portada el titular “5G, una tecnología cuestionada“, haciéndose eco de la carta enviada por Ecologistas en Acción a la alcaldesa de esta ciudad, en la que se pide “que Segovia no sea un ‘conejillo de indias’ de las capacidades 5G, por los posibles riesgos para la salud y el medio ambiente”.
La carta en cuestión recuerda que “no se han experimentado previamente en un laboratorio -como debería hacerse con cualquier tecnología antes de extenderla- los efectos que las nuevas frecuencias puedan tener sobre células in vitro o sobre animales. De este modo, ser pioneros en este tema va a implicar que las personas y el medio ambiente de nuestra ciudad nos convirtamos en objeto de experimentación, no sólo de los detalles tecnológicos de implementación sino también de los efectos biológicos que puedan producirse sobre sus habitantes y sobre otros seres vivos”. Y alerta de “la gravedad de desplegar una tecnología que va a introducir nuevas frecuencias, que no sustituyen sino que se añaden a las ya existentes”. Nuevas frecuencias de mayor intensidad, pues las radiaciones 5G sólo son efectivas a corta distancia y atraviesan mal los cuerpos opacos, lo cual hace necesario multiplicar el número de antenas, hasta el punto de que Movistar convertirá tu router en una antena móvil para ampliar la cobertura. ¡Lo que nos faltaba!
Los riesgos para la salud de las personas están documentados. En la página web de la Plataforma Estatal Contra la Contaminación Electromagnética (PECCEM) encontramos abundante documentación divulgativa y científica sobre las consecuencias de la exposición a campos electromagnéticos. Entre ellos, la Declaración científica internacional de Bruselas sobre Electrohipersensibilidad y Sensibilidad Química Múltiple, de 2015, firmada por 189 científicos y médicos de 36 países, en la que piden a la UE la aplicación del Principio de Precaución y la paralización del despliegue 5G hasta que exista evidencia de su inocuidad para las personas y el medio ambiente. En ella afirman: “Nosotros, los firmantes, sabemos que al menos 2000 artículos científicos revisados por pares confirman que los actuales 2G, 3G, 4G y WiFi -incluso antes de que se agregue el 5G- pueden causar muchos tipos de graves daños a la salud no sólo para los seres humanos, sino también para los árboles, huevos, pájaros, abejas y otros animales salvajes”.
De hecho, desde el año 2000 se han producido más de 30 resoluciones científicas en este sentido, y organismos como la Agencia Europea de Medio Ambiente, el Parlamento Europeo o el Consejo de Europa han pedido que se aplique el Principio de Precaución. La Resolución 1815 (2011) de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, “Peligros potenciales de los campos electromagnéticos y sus efectos sobre el medio ambiente”, alerta sobre los riesgos de la tecnología inalámbrica, especialmente en niños y jóvenes, y enumera una lista de recomendaciones a los Estados miembros, basada en el principio de prudencia. Desde esa fecha, diversos municipios del Estado Español, así como el Parlamento Vasco y el Parlamento Foral de Navarra se ha adherido a la Resolución 1815.
El Parlamento Europeo, además, manifestó en 2009 “su profunda preocupación por el hecho de que las compañías de seguros tienden a excluir la cobertura de los riesgos vinculados a los CEM -campos electromagnéticos- de las pólizas de responsabilidad civil, lo que significa claramente que las aseguradoras europeas ya están aplicando su propia versión del principio de cautela”.
¿Por qué entonces, si hay tantos indicios de que esta tecnología puede ser dañina para la vida, se presenta con tanta preciosidad mediática el despliegue del 5G? ¿Por qué se ignoran las alertas de científicos, y las invitaciones a la precaución por parte de autoridades europeas y nacionales? ¿Por qué se hace de algunas ciudades “laboratorios vivos” de esta nueva invasión electromagnética?
No es difícil aventurar posibles respuestas. Por parte de las grandes empresas de comunicaciones y de los políticos que las apoyan, “el afán de ganancia exclusiva y la sed de poder ‘a cualquier precio'” (Cf. SRS 37), por encima del cuidado de la vida y de las personas. Por parte de los ciudadanos, una pasividad cómoda acentuada por una “cultura del bienestar que nos anestesia” (EG 54) y deslumbrada por una fascinación tecnológica fuera de toda crítica, un “paradigma tecnocrático” que “ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad” (LS 115).
Como leemos en la carta mencionada de Ecologistas en Acción a la alcaldesa de Segovia, “en los medios de comunicación solo hemos oído hablar de las ventajas del proyecto, de los puestos de trabajo que se generarían o de la rapidez que disfrutaríamos a la hora de navegar por internet, pero no se ha hecho mención a los potenciales riesgos ni a los llamamientos y resoluciones que se acumulan solicitando precaución. Necesitamos hacernos muchas preguntas, entre ellas qué importa más a la ciudadanía, si la diferencia de latencia de 50 a 5 milisegundos o su seguridad, bienestar y salud. Tecnología sí, pero segura y con garantías.”
Ante todo esto, ¿qué podemos hacer?
– Pensar por nosotros mismos, dedicar tiempo a informarnos. Preguntarnos qué nos importa más. Desmontar la mentalidad consumista vinculada al crecimiento material ilimitado. “Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo?” (LS 101).
– Juntarnos con otras personas que también se preguntan qué les importa más, intercambiar opiniones y fuentes de información, trabajar juntos. “A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales” (LS 219).
– Seguir hablando de esto, divulgar, hacer que otras personas también se hagan preguntas. Especialmente, preguntar a nuestros representantes políticos qué les importa más. Denunciar “el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas” (LS 54).
– Rechazar los servicios de las compañías de telefonía que ponen antes sus beneficios económicos que el cuidado de la vida. Elegir otras compañías que tienen otras políticas más respetuosas con las personas, aunque nos ofrezcan menos ventajas. Y explicar todo esto a nuestro alrededor, con humildad, sin creernos mejores que nadie, pero con decisión, en coherencia con nuestros valores.
– Cambiar nuestros hábitos, aunque nos cueste un poco de esfuerzo. Ser menos dependientes de la tecnología, preferir los teléfonos y las conexiones a internet con cable a los inalámbricos. Ir dando pasos para llevar una vida más sencilla y más cercana a la naturaleza, menos dependiente de la última innovación tecnológica. “Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera” (LS 114).
– Tener estas cosas en cuenta a la hora de posicionarnos políticamente y emitir nuestro voto. Dejar de apoyar opciones políticas que están fomentando el crecimiento económico desmedido y apoyar a otras que defienden el decrecimiento y “alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad” (LS 231).
– ¡Creer que es posible! Combatir la creencia de que no hay alternativa. “Es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral” (LS 112).
– Y recordar que todo esto es sin dejar de ser felices, haciendo todo lo que está en nuestras manos, desprendidos de los resultados. “Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (LS 244).
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