Javier Vitoria. Temo «meterme en camisa de once varas». Pero no lo quiero evitar. Me inquieta demasiado el conflicto político entre Catalunya y España como para mirar para otro lado. El conflicto es poliédrico en sus manifestaciones. Lo sé. Me preocupan especialmente sus fisonomías en la sociedad civil y en la comunidad cristiana. Tengo amigos, compañeros y compañeras eclesiales, en todas las posiciones posibles. El conflicto repercute en su vida de vecindad y en su vivencia eclesial, creando más dificultades para la experiencia inexcusable de la ciudadanía y de la comunión y la fraternidad comunitarias respectivamente.
En medio de esta intranquilidad ha caído en mis manos un libro de Juan Carlos Scannone SJ, La teología del pueblo. Raíces teológicas del papa Francisco. Allí he encontrado unas páginas del papa sobre «el conflicto» en la Evangelii Gaudium que dan qué pensar y que son una doble invitación. Primeramente a revisar nuestras actitudes ante el conflicto. A continuación a salir de nuestra preocupación para ocuparnos de su resolución. Cuestión que no es únicamente responsabilidad de los políticos.
Francisco sabe que la vida social y política no se da sin conflictos. Así que su ideal no es “la paz o la armonía de los cementerios”. Pero ante el conflicto son posibles tres actitudes. Dos de ellas son incorrectas. A saber:
a) La ignorancia o el disimulo de aquellos que «simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida» (EG 227), como lo hicieron egoístamente el levita y el sacerdote en la parábola del buen samaritano.
b) El bloqueo de quienes «entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible» (EG 227) porque «la realidad misma queda fragmentada… y perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad» (EG 226).
La actitud adecuada es la asunción del conflicto (EG 226). Asumirlo «es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (EG 227). Detengámonos en los tres verbos que utiliza Francisco para hacer posible el «largo camino» hacia la plenitud humana de todos, sin quedar entrampados en coyunturas conflictivas que detienen la marcha (EG 223-225).
Sufrir el conflicto remite a Cristo que «hace la paz mediante la sangre de su cruz (Col 1,20)» (EG 229); y evoca la teoría de René Girard, según la cual el Señor superó la violencia sufriéndola en sí mismo. A partir de aquí el papa nos indica que el sentido profundo de los textos bíblicos nos lleva «a descubrir que el primer ámbito donde estamos llamados a esta pacificación en las diferencias es la propia interioridad» (EG 229). Los políticos, los jueces, los agentes sociales, los ciudadanos, los líderes de opinión, los intelectuales, los obispos, los cristianos de base y los agentes de pastoral, etc. contribuyen a la resolución del conflicto cuando pacifican primeramente su corazón. Obviamente esto no es suficiente para alcanzar una auténtica paz social, pero «con corazones rotos en miles de fragmentos, será difícil» construirla (EG 229).
¿Cómo resolver el conflicto, asumiéndolo, sin ignorarlo ni quedar atrapados en él? La propuesta del papa relaciona tres elementos clave de su visión antropológica. El presupuesto de su propuesta de resolución es la dignidad humana de todos y cada uno de los intervinientes en el conflicto, aunque se trate de un adversario o enemigo político. El papa anima «a ir más allá de toda superficie conflictiva y mirar a los demás en su dignidad más profunda» (EG 228). Tengo la impresión de que en los últimos meses casi nadie ha respetado este presupuesto en el conflicto catalán. Obviamente el objetivo no es ningún tipo de «sincretismo ni la absorción de uno en el otro» (EG 228), ni siquiera «una paz negociada» (EG 230), sino la «comunión en las diferencias», la «amistad social», «una unidad pluriforme» (EG 228). El papa está convencido que el modelo geométrico de la realidad «no es la esfera… donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad» (EG 236)
La viabilidad práctica del presupuesto y del objetivo reside en «apostar […] por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna» (EG 228). La condición es no absolutizar la propia posición, como si esta agotara la verdad de la realidad, ni demonizar la contraria, como si no tuviera nada que aportar. Se necesita caminar en la dirección de la «multiforme armonía» (EG 220) y de la «comunión en las diferencias» (EG 228).
Este ideal humano solo se consigue elevándose a un nivel superior, desde el cual es posible comprender y asumir en cuanto tales las oposiciones bipolares en su tensión vivificante. No se trata solamente de sufrir y resolver el conflicto, sino de «transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (EG 227), para el bien de todos incluidos los adversarios. El método es el diálogo. Frecuentemente doloroso. ¡No olvidemos que hay que sufrir el conflicto! Los adversarios han de renunciar a absolutizar su propia posición a fin de reconocer la verdad parcial del otro, pues «aun las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores tienen algo que aportar que no debe perderse» (EG 236). Ese reconocimiento es una pieza clave de la propuesta papal de una «cultura del encuentro» (EG 221) que contrapese la «cultura del descarte» que se ha adueñado de nuestro mundo y de nuestras relaciones humanas (EG 53) La escucha del otro conduce a un reconocimiento ciudadano cada vez más pleno, que acepta, sin embargo, los límites propios de la condición humana. Dentro de esta tensión entre plenitud soñada y límite de la realidad habrá de discernirse históricamente la resolución del conflicto (la pacificación) que en cada caso ha de ser al mismo tiempo políticamente posible y éticamente ajustada y situadamente más justa.
El papa hace esta propuesta en el interior de otra tensión bipolar: la existente entre la idea y la realidad: «La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría» (EG 231).
Todavía un último aporte para creyentes cristianos. El papa cree que la paz social se basa en «la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades», no solo en el pueblo de Dios sino también en y entre los pueblos de la tierra y del Estado español: «la unidad del Espíritu […] supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis», que es fruto gratuito de la libertad ciudadana como respuesta a dicha acción primera del Espíritu: «La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada” (EG 230).
Obviamente las palabras de Francisco no son una panacea para resolver el conflicto catalán que tantos quebrantos y sufrimientos nos está produciendo. Pero sí que pueden ser útiles para participar más responsablemente en las elecciones del 21 de diciembre y en la tarea posterior de buscar y encontrar caminos para transformar el conflicto en un eslabón de un proceso que nos encamine a vivir en la «comunión de las diferencias».
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