Pepe Menéndez“Soacha para vivir mejor” es el nombre de una escuela pública de la red de Fe y Alegría, situada en la periferia de Bogotá (Colombia). Justo en la entrada de un barrio al que se accede por calles que son carreteras sin asfaltar, que van remontando la colina, que caracteriza su orografía. Allí mismo pude comprobar cómo se desplazan madres con sus niños en brazos o en precarios cochecitos, entre el polvo que levantan los numerosos camiones que transitan, escupiendo al tiempo por sus tubos de escape su humo contaminador. Los vehículos pesados transportan arriba y abajo piedras de una cantera, que algún grupo va esquilmando al margen de cualquier regulación, y también otro tipo de mercancías, invisibles a los ojos de la ley.

El nombre de la escuela, me explicaba su directora, es toda una declaración de principios de la voluntad educativa de sus educadores. Han aprovechado el eslogan de una campaña política, que buscaba dignificar la localidad, y que adquiere todo su sentido al vincularlo al propósito de la escuela.

Las familias que llevan a sus hijos a la escuela viven en ese barrio, que, como metáfora de las dificultades de sus habitantes, va empinándose colina arriba, sin que el transporte público pueda resolver un acceso natural hacia la propia escuela o hacia las carreteras principales que llevan a Bogotá. Hay niños que tardan hasta una hora en llegar desde sus casas hasta la escuela, entre el humo y el polvo que levantan los camiones.

Son los hijos de personas que han crecido entre los traumas de los desplazados por la violencia, agentes mismos de ella en numerosas ocasiones, y que continúan en la espiral del desequilibrio que provoca la lógica de una brecha social y económica, que conduce a muchos al abismo vital.

En medio de este mapa palpitan los corazones y las ilusiones de los niños y jóvenes que acuden a “Soacha para vivir mejor”, impulsados por un grupo de maestras, que se sienten profundamente educadoras, y que han decidido transformar profundamente los procesos de aprendizaje para que el presente conecte con el futuro de los alumnos.

Estas maestras me hablan de innovación educativa, de trabajo por ambientes de aprendizaje y de protagonismo de los alumnos, del mismo modo y con el mismo rigor que podemos oír y ver en muchas escuelas de barrios acomodados de Latinoamérica o de Europa. La innovación educativa tiene sentido porque es la respuesta a la equidad y a la inclusión educativas.

La educación es la esperanza de los más vulnerables. Se trata de una frase repetida hasta la saciedad, que muchas veces ha caído en el vértigo de los tópicos que van vaciándose de sentido. Por eso, escuchar la capacidad de razonamiento de los alumnos de “Soacha para vivir mejor”, comprobar sus ilusiones de futuro y observar su capacidad crítica han sido para mí la demostración empírica de que la educación adquiere toda su potencialidad de paz y de sentido cuando se vincula a contextos concretos, mucho más allá de las programaciones de los currículums oficiales.

Por eso en muchas ocasiones, me dolió oír el miedo que muestran algunas de las maestras, amenazadas por el desconcierto de los propios padres de los niños a los que ellas intentan mostrar un futuro diferente.

soacha

Imagen extraída de: Somos lengua

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