Manfred Nolte. La economía es la ciencia que trata de la administración de los recursos escasos susceptibles de fines alternativos. Por religión entendemos aquellas creencias basadas en la existencia de una fuerza o fuerzas sobrenaturales, que confieren a quien las profesan un atributo personal llamado fe, excluyéndose de ésta última las ideologías políticas y las filosofías seculares.
No parece que economía y religión sean ámbitos llamados a compartir espacios conceptuales comunes. Pero conviene recordar que aunque Adam Smith es conocido como el fundador de la economía moderna, fue sobre todo un filósofo moral. Smith puso los cimientos del análisis económico de la religión en un capitulo generalmente ignorado de ‘La riqueza de las Naciones’. El escocés argumenta que el interés propio motiva de igual manera al clérigo que al empleado común; que las fuerzas del mercado acechan a las iglesias al igual que acechan a las empresas; y que los beneficios de la competencia, el atropello de los monopolios y los obstáculos de las regulaciones gubernamentales son tan reales para la religión como para cualquier otro sector de la economía.[1]
El académico estadounidense Earl Johnson tiende el primer puente al interpretar la fe como ‘la economía de Dios’ remitiéndose a los textos bíblicos. En su esencia las sagradas escrituras no serían sino un vasto manual comprensivo acerca de la economía de Dios, es decir la administración familiar ejercida por Dios sobre la humanidad, consistente en que él mismo se imparte a su pueblo escogido a fin de que los humanos se hagan afines y similares a Él. El hombre, en consecuencia, sigue un proceso administrativo entre todos los recursos disponibles en los que se incluyen en todo momento las opciones religiosas, eligiendo su destino desde el coste de oportunidad frente al resto de alternativas vitales posibles, trazando de esta manera su destino. Puro acto económico decisorio.
El utilitarismo de Jeremy Bentham y el marginalismo de Carl Menger enlazan con la proposición anterior para interpretar la conducta religiosa desde una perspectiva económica. En principio, un monasterio cisterciense puede compararse a una franquicia de McDonald’s. Los productos que ofrecen son evidentemente distintos: la salvación eterna en un caso y una hamburguesa con chips en el otro. Pero ambos bienes pueden estudiarse económicamente desde el punto de vista de su sustituibilidad o complementariedad, de acuerdo con la utilidad total y marginal que al consumidor produzcan los referidos bienes. El micro modelo se completa si entendemos que la ejecución de las elecciones se realiza siempre en un espacio temporal y que el tiempo es el más escaso y más económico de todos los bienes. En otros tiempos–en realidad la práctica no ha sido descartada de forma oficial, aunque su apogeo tuvo lugar en los tiempos anteriores a la reforma protestante- un producto religioso, las ‘indulgencias’ inducían a los fieles católicos a un escrupuloso calculo utilitarista y marginalista entre el bien pecuniario, el dinero, y las indulgencias adquiridas con él, con el objetivo de reducir el penoso tiempo de estancia en el purgatorio, una vez traspasado el umbral de una vida de imperativos económicos a otra de ausencia de economía, ya que no hay acto económico si los recursos existentes no son escasos.
Otra línea de estudio se refiere a las consecuencias económicas de la religión, esto es las religiones como generadoras de bienestar económico, como creadoras de bienes y servicios materiales colaterales, en general, por la contribución que la propagación y sostenimiento diario de la fe proporciona al PIB de cada país. Y es que, solamente en Estados Unidos, la religión aporta más a su economía que Facebook, Google y Apple juntos según ha revelado un estudio de la Universidad de Georgetown en Washington DC[2]. El informe de los dos investigadores, Brian Grim, y de Melissa Grim, señala que la fe aporta un total de 1,1 billones de euros al año en Estados Unidos, emplea a cientos de miles de trabajadores y compra bienes y servicios por valor de miles de millones de dólares, por lo que su generación en términos de PIB equivale a la economía numero 15 del mundo. El cómputo incluye la actividad confesional de instituciones religiosas, centros sanitarios, escuelas, guarderías, organizaciones benéficas, los programas sociales y filantrópicos, y el personal y los presupuestos anuales de las congregaciones religiosas y de las jerarquías eclesiales.
Como es lógico, en estas cifras que representan flujos de renta anuales no se incluyen el patrimonio o stock inmobiliario o financiero de las organizaciones religiosas y movimientos confesionales operantes en Estados Unidos. Tampoco se ha tenido en cuenta –aunque se considera su trascendencia- lo que Tocqueville llama ‘el espíritu energético religioso’, que motiva al público en general a una mayor participación cívica y solidaridad social y económica. Ciertamente la ética protestante o la Doctrina social católica, por citar solo dos ejemplos, ejercen un influjo importante animando y dirigiendo la vida diaria de millones de estadounidenses. Finalmente el estudio confiesa abiertamente no evaluar ni detraer las graves diseconomías aportadas al sistema por actividades criminales de origen religioso, como el abuso sexual ejercido por algunos miembros de organizaciones confesionales, fraudes civiles y fiscales o el reclutamiento y financiación de terroristas, acciones que hay que detraer del resto de contribuciones positivas realizadas por instituciones de fe y sus adherentes. “Los datos son claros. La religión es un sector altamente significativo de la economía americana”, concluye el estudio.
Cabría asimismo hacer un repaso a la llamada ‘economía religiosa’ que comienza con los economistas islámicos y sus juicios sobre los principales temas económicos consistentes con los principios derivados del Corán y del Hadit. También incluye los escritos de los teólogos cristianos y la Doctrina Social de la Iglesia católica o los diversos escritos evangélicos protestantes. Todos ellos contestan en distinta manera los conceptos centrales del capitalismo, el socialismo, el interés, la usura, la propiedad, el mercado o la pobreza y la desigualdad. Bastará aquí su simple mención.
Y para terminar una referencia a un reciente libro de Torkel Brekke que lleva por título ‘Faithonomics’ en relación al papel de la confesionalidad del Estado y la intervención de este en la regulación religiosa. Según el autor es conveniente estudiar el mercado actual de religiones y su historia anterior para concluir que la intervención –y más aún la confesionalidad- del estado ha tenido a menudo consecuencias muy negativas. Acudiendo a un amplio repertorio de casos, Brekke sostiene que la religión debe ser tratada como cualquier otra mercancía o servicio y que el objetivo político debe consistir en crear mercados de religiones con las regulaciones adecuadas y con un alto grado de libertad.
Brekke omite que también hay un limitado mercado de terroristas que surgen de la irracional exaltación religiosa. Es evidente que ante ellos solo cuenta la democracia y el imperio implacable de la ley.
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[1] Adam Smith ([1776]1965, pp. 740–41 a 66) .“The teachers of [religion] . . . , in the same manner as other teachers, may either depend altogether for their subsistence upon the voluntary contributions of their hearers; or they may derive it from some other fund to which the law of their country many entitle them. … Their exertion, their zeal and industry, are likely to be much greater in the former situation than the latter. In this respect the teachers of new religions have always had a considerable advantage in attacking those ancient and established systems of which the clergy, reposing themselves upon their benefices, had neglected to keep up the fervour of the faith and devotion in the great body of the people “
[2] GRIM, B y GRIM,M. (2.016): The Socio-economic Contribution of Religion to American Society: An Empirical Analysis. ‘Interdisciplinary Journal of Research on Religion’. Volume 12. Article 3. http://www.religjournal.com/pdf/ijrr12003.pdf
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