Pepa Torres. No me gusta “aguar” las Navidades a nadie pero también me resisto a no llamar a las cosas por su nombre, máxime en estas fechas cuyo origen no es el espectáculo de consumo en que se han convertido ni de imágenes idílicas de familia que a menudo poco tiene que ver con las de “carne y hueso”. Su origen es el milagro de la vida y la encarnación de la esperanza contra toda esperanza.
Hay “Navidades blancas”, al más puro estilo americano, como el villancico de Bing Crosby, navidades estereotipadas ajenas a la realidad y sus esperanzas hondas y dramas y “Navidades negras”. Lo de negras no es ningún eufemismo, sino más bien sinónimo de subsaharianas.
Es decir, Navidades como las que viven los inmigrantes africanos en su largo periplo hacia nuestras fronteras. Porque la esperanza sabe de colores. La esperanza negra se organiza en los montes de Beliones o el Gurugú, luchando con la nostalgia de la tierra que se han visto forzados a abandonar y reclamando el derecho de la libre circulación de personas por el mundo, el derecho a migrar, pero también el derecho a no migrar.
La esperanza negra es experta en insertar clavos a las deportivas para que se agarren bien a las vallas de Ceuta y Melilla, como sucedió el 1 de Enero. En el tránsito de la Noche vieja al año nuevo cerca de 800 personas subsaharianas realizaron un salto a la valla de Ceuta. De ellos, setenta consiguieron subir y mantenerse durante toda la noche sobre este muro de la vergüenza y el odio.
Ni los perros, ni las concertinas, ni las porras, ni los gases, ni el material antidisturbios empleados consiguieron echarles abajo durante la noche. Pero al amanecer, el agotamiento y la tensión, finalmente les hizo descender y fueron devueltos en caliente inmediatamente ,sin respetar ningún procedimiento administrativo.
El hecho apenas ha sido noticia. Hemos naturalizado la violación sistemática de los DDHH en frontera. La legalidad ha declarado la guerra a los pobres, como denuncia el obispo de Tánger, Monseñor Agrelo, pero la Navidad Negra –y su esperanza- es experta en resiliencia, contra toda desesperanza y está de su parte.
Mientras a este lado la Blanca Navidad anuncia perfumes caros, sonrisas de plástico y Santa Claus obesos, al otro lado, hombres con cuerpos golpeados, sin apenas comida, recuperan fuerza con cantos en fula o bamún y organizan un nuevo salto.
“Hasta doce veces lo intenté…”, me dice un buen amigo camerunés de mi barrio, que ahora es jardinero… Mientras les esperamos seguiremos denunciando las devoluciones en caliente como miserables e inhumanas.
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