Manfred Nolte. Siempre impacta presenciar el surgimiento de un nuevo axioma o asistir a la aniquilación de una certeza indiscutible. Los populismos que ya constituyeron una categoría histórica vuelven a erigirse en uno de los temas cruciales de la convivencia social. Albert Camus decía que las plagas son cíclicas y recurrentes aunque no es fácil reconocerlas y acaban cogiendo a las gentes por sorpresa.
El efecto Trump ha activado las alarmas de aquellos países de la Unión Europea que encaran en breve sus propios comicios generales: Alemania, Francia, Holanda, Austria e Italia, que ya establecen como objetivo prioritario el evitar que el precedente yanqui se extienda al viejo continente. Para estos el magnate americano es el sinónimo de una nueva catástrofe. Al mismo tiempo un indisimulado alborozo cunde en líderes políticos como Putin en Rusia, Nigel Farage en el Unido Reino, Victor Orban en Hungría, Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia, y algunos más. A diferencia de aquellos, los dirigentes de estos países contemplan a Donald J. Trump como un socio fiable y realista, el garante del avance en el mundo de determinados planteamientos que no por radicales dejan de ser los estrictamente necesarios. No se trata de una vuelta a la tortilla meramente circunstancial, una rotación estadísticamente congruente, ni la simple constatación de las viejas teorías del voto económico y de la alternancia del poder en función de los desencantos económicos del electorado, el castigo que infligen en las urnas aquellos a quienes han vaciado los bolsillos o no los han llenado en modo y cuantía que ellos juzgan conforme a su subjetiva equidad. El porcentaje de votos a partidos populistas en Europa ronda el 13%, y tan solo era del 5% en 1960. En el mismo periodo el porcentaje de parlamentarios populistas se ha triplicado del 4% al 13%.
No va ya de los populismos incipientes o minoritarios que se emplazan en la esfera de las meras amenazas, sino megapopulismos de carne y hueso que se establecen en países directores del orden geopolítico mundial. Estados Unidos (Trump) y en su medida el Reino Unido (Cameron) han invertido la racionalidad y transitividad del concepto democrático tradicional constituyéndose en su principal opositor.
Si se nos permite teorizar sobre estas crudas realidades, el término populismo, de connotaciones históricas bastante precisas, al banalizarse se ha descontrolado. Casi cualquier cosa puede ser populismo al día de hoy. Populista se ha vuelto una especie de acusación genérica que se lanza simplemente para desacreditar al adversario, asociándolo con algo irregular, autoritario, demagógico, rupturista o peligroso.
Las líneas qué siguen aspiran a proponer qué tienen de común y nuclear todos los populismos, los populismos radicales de derechas y los populismos radicales de izquierdas. Cuáles son, en esencia, sus rasgos definitorios y más coincidentes.
El primer elemento común de los populismos se constituye en el más virulento de sus implícitos: la inversión democrática. Se trata de la revuelta contra la complacencia de las élites, de la “casta” alejada de los verdaderos intereses de los ciudadanos, de las estructuras del establishment, de la inoperancia de la sabiduría convencional y de la política convencional. A la casta se opone el ‘pueblo’, con la sutil restricción mental que por ‘pueblo’ solamente se entiende a ‘los míos’.
Todo ello abraza como postulado el rechazo de la democracia representativa y el estallido reivindicativo de la democracia participativa. El ideal populista residiría en una situación ideal de referéndums permanentes. El protagonismo reclamado por el individuo uno a uno, jaleado por redes y medios de comunicación, ha magnificado el malestar de los individuos que de una manera o de otra se sienten excluidos del sistema, se rebelan contra el ‘statu quo’ y aceptan jugar un papel gregario rupturista en favor de un caudillo que promueve mucho más un discurso de rechazo y aun de odio a lo que se deja que las bondades –siempre difusas- del programa que presenta. Ernesto Laclau, uno de los inspiradores de Podemos, lo resume del siguiente modo: “El populismo es una manera de construir la política. Juega la base contra la cumbre, el pueblo contra las élites, las masas movilizadas contra las instituciones oficiales fijadas”
Populismo es, sobre todo, el despecho a la democracia y la exaltación rebelde de la autocracia. Como ha señalado Pierre Rosanvallon, asistimos a la pandemia de una ‘patología democrática’. El populismo siempre ronda la democracia y si puede la suplanta. Ralf Dahrendorf, afirma que el populismo devalúa voluntariamente el protagonismo de los parlamentos y su debilidad. En consecuencia, la alter democracia de los populistas se construiría sobre los escombros de la democracia tradicional.
El segundo trazo común a los populismos reside en el trueque de la racionalidad por la rotundidad, y seguidamente en el trueque de la rotundidad por la mentira. Los programas populistas no cuantifican, porque solo están interesados en la ruptura y no en el cuadre de las cifras. Vamos a demoler la casa y ya veremos cuanto nos cuesta y quien pagará la nueva. Lo importante es erigirse en capataz y líder de la nueva edificación. Existen registros objetivos que censan en un 70% la falsedad de los mensajes de Trump en su campaña. El nuevo Presidente americano es hijo de una estrategia indigna pero exitosa: volcar su marketing en las redes sociales sabedor de que el 60% de los americanos no acceden a otras fuentes mas respetables y rigurosas de información. La estrategia de la mentira es siempre vencedora: Mientras haya personas que quiera oír promesas idílicas para sentirse bien, habrá políticos que se las hagan, aun a sabiendas de que lo que están prometiendo no lo van a poder cumplir.
El tercer rasgo común deriva de a las consecuencias económicas que ha creado el desigual reparto del fenómeno liberal de la globalización. Globalización y liberalismo económico son conceptos sinónimos. De modo que la generalidad de los populismos abjuran de ambos conceptos y se repliegan en los cuarteles del nacionalismo proteccionista. Se olvida fácilmente que la globalización ha sacado de la pobreza en los países emergentes a 1.000 millones de personas y que la desigualdad entre naciones se ha reducido en los últimos 30 años. A cambio se pone el énfasis a las desigualdades relativas producidas en el interior de cada país. Pero la ganancia mundial no es mi ganancia particular. ¡América para los americanos! y portazo a los acuerdos comerciales, vallas a la inmigración, elevación de aranceles, amenazas de las Instituciones globales de defensa, y, en los más cerriles, barra libre a la emisión de gases antropogénicos. Neonacionalismo proteccionista por neoliberalismo.
La sutil apariencia del populismo lleva a olvidar que la pujanza de una sociedad reside en sus Instituciones, las de todos, que el populismo aspira a desmantelar. Frente a la ‘patología democrática’ del populismo se impone la responsable humildad de considerarnos permanentes aprendices de demócratas, la verdadera democracia que hay que preservar.