Josep Lluís IriberriPoca gente sabe que el turismo religioso mueve millones de personas cada año. Hace pocos años la Organización Mundial del Turismo cifraba esa actividad en más de 300 millones de personas. Hablamos de desplazamientos con el objetivo primero y capital de peregrinar por motivos religiosos a un santuario, región, ciudad o escenario en el cual se ha dado un hecho milagroso o se venera algún elemento importante para una religión determinada.

El tiempo de ocio es el tiempo de libertad. El ocio se ha definido como un tiempo sagrado, en el sentido de que ocupa una esfera de la vida de la persona que sale de lo rutinario, de lo ordinario, y lo ubica en el espacio de lo extraordinario. Todos podemos dar fe de ello: nuestro corazón jubila al hablar de nuestras merecidas vacaciones y nuestra mente vuela a escenarios virtuales en los que nuestro ser se recrea, se rehace, se recompone de nuevo, superando los largos meses de vida cotidiana. Tiempo de ocio es sinónimo de vida a fondo, de plenitud. Por eso planificamos nuestro turismo cotidiano con esmero y nos preparamos a fondo para sacar lo mejor de ese tiempo.

Es en este contexto que la Compañía de Jesús inicia el proyecto de turismo religioso–peregrinaciones que llamamos “Camino Ignaciano”, siguiendo la Autobiografía de Ignacio de Loyola. Es esta una peregrinación que ha estado latente durante 500 años y que ahora en el siglo XXI ha experimentado un vertiginoso auge, siguiendo los pasos de otras peregrinaciones que han despertado en los últimos 40 años, como el Camino de Santiago, la Vía de los Franceses hacia Roma o el Camino de San Antonio, estos dos últimos más específicamente en Italia. Recuperado el 2011 por los jesuitas españoles, el Camino Ignaciano cuenta ya con más de 1300 peregrinos que han realizado la peregrinación (que conste en la base de datos, porque hay muchos peregrinos que no se registran, como pasa en otros caminos), y casi la mitad de ellos extranjeros.

Dicho esto, tal vez ahora es la curiosidad lo que nos instiga a seguir: ¿por qué ponerse a peregrinar en el siglo XXI? Y, ¿por qué con San Ignacio? Veámoslo brevemente:

  • Peregrinar es una escuela de humildad. Aceptar que no diriges la vida sino que tu papel en esta Tierra es el de caminar cada día, dando la posibilidad que la Vida misma se despliegue con todo su valor. Si no te pones a caminar no descubres la cumbre de los prados de Urbía (3ª etapa del Camino), que te emocionan no sólo por el esfuerzo realizado para llegar hasta ellos sino aún más por la inmensidad del verde y el azul que te regalan estos prados al abrir sorprendido tus ojos. Tanta belleza al alcance de tu mano, pero inalcanzable sin el esfuerzo de esa hora larga de angustia en las piernas y respiración entrecortada en el pecho.

Somos espectadores de la Vida, pero agentes al mismo tiempo de ella, porque es al decidir ponernos en camino cuando la Vida alcanza su plenitud. Quedarse sentado no es una opción. Hemos de avanzar, día tras día. Se puede ir más rápido o más lento, pero no nos podemos parar. Así es la peregrinación y así es la vida: siempre adelante. Nuestro humilde papel es el de dejar que fluya y crezca en nosotros y en todo lo que nos rodea.

  • Peregrinando aprendemos a ser flexibles, el valor de dejar fluir, de adaptarnos. No se puede ser rígido. El objetivo de etapa puede variar. ¿Qué podemos sacar de la inflexibilidad? Solo aumentar nuestras lesiones. Por supuesto no se trata de abandonar fácilmente, sino más bien de conocer los límites y aprender a discernir lo bueno de lo mejor.
  • Peregrinar es centrar la vida. A lo largo del Camino podemos aplicar la norma del AMDG de Ignacio, aquel principio de san Pablo explicado a los Corintios: que todo sea a mayor gloria de Dios. Hay infinidad de pequeñas cosas que hacemos a lo largo del camino (de nuestra vida) que pueden ser interpeladas por ese principio: todo lo que estoy haciendo, lo que hago en este momento o lo que voy a hacer inmediatamente, ¿es a mayor gloria de Dios? ¿Estoy centrado o tengo enfocada la mirada en Jesús o en el Padre, de tal forma que el fruto de mis acciones o decisiones sea para La Mayor Gloria de Dios (AMDG)? Este es el principio con el que Ignacio se plantea vivir su nueva vida como peregrino. En su Camino tendrá que e ir madurando y afinando su mirada y su discernimiento sobre la realidad cotidiana, pero el principio ya está bien fundado en él cuando sale de su casa en Azpeitia para dirigirse a Jerusalén.
  • Peregrinar es salir de casa, salir de la “zona de confort”. Ignacio sale de su casa experimentando la fuerza de esa decisión de alejarse de la zona de confort en la que había vivido hasta ese momento. Una zona de confort enmarcada en la corte del Rey-Emperador Carlos V, junto con sus sueños de realizar grandes hazañas en favor de una princesa que le había robado el corazón. Una zona de confort que correspondía a la normalidad de la vida cortesana, con posibilidades de futuro y bien situada de su tiempo. Lanzarse al Camino, convertirse en peregrino, fue aceptar la aventura de Jesús, situarse fuera de la norma corriente y optar por una vida incierta, fuera de lo habitual, marcada por la atención constante al siguiente paso. Íñigo, el peregrino, cree que tiene clara la meta final y hacia allí encamina sus pasos, pero a fuerza de cambios en sus etapas parciales, descubre que la meta final está en manos de Dios. Vive a la intemperie, llevando en el corazón una confianza absoluta en Dios y una acción de gracias permanente por tanto amor recibido de Su Misericordia. Ese es el equipaje del peregrino, saliendo de su zona de confort en Loyola. El peregrino ignaciano que se pone en camino se diferencia de otros peregrinos en que no se dirige a un lugar sagrado para alcanzar una gracia, una sanación o visitar un espacio marcado por un hecho milagroso, sino que al salir de casa se va con la experiencia germinal de sentirse llamado a la reconciliación y la misericordia en él, como Ignacio. El peregrino ignaciano se sabe salvado, ha recibido esa luz interior de la misericordia para el cambio, y el Camino ha de ayudar a que crezca en él esa semilla plantada. El peregrino ignaciano sale de su casa, de su zona de confort, empujado por el convencimiento de que Dios está esperándole en el Camino, para crecer juntos.
  • Peregrinar a la ignaciana es buscar la iluminación. Así es: llegados a Manresa, habiendo salido de Loyola y madurado en el Camino, el peregrino ignaciano ha de buscar y solicitar la famosa iluminación de Ignacio: ver todas las cosas antiguas como nuevas. Los meses de oración que pasó Ignacio en Manresa y las penitencias que practicó, encuentran su equivalencia en las durezas del Camino y en los muchos momentos de meditación que a lo largo del mismo el peregrino ha ido experimentando. Andando los más de 650 km de peregrinación, el Camino en sí mismo se transforma para el peregrino en el espacio que significó Manresa para Ignacio. Es así que el peregrino experimenta a lo largo de su mes de andadura las tres fases de maduración que experimentó Ignacio en Manresa: el voluntarismo inicial, la depresión en la sensación de fracaso y el abandono a la Gracia para fluir con ella. Por eso decimos siempre que la peregrinación ignaciana no consiste en llegar a ningún sitio, sino el experimentar a lo largo del camino el crecimiento interior deseado, que se manifiesta finalmente en la llegada a Manresa, con ese gozo interior de quien ha alcanzado la iluminación, la nueva visión sobre uno mismo, los otros, la vida y también Dios.

El Camino Ignaciano se adapta a las necesidades y posibilidades personales para poder ofrecer a los peregrinos y peregrinas todo este conjunto de elementos transformadores. Por supuesto, lo ideal es hacer todo el camino entero, pero no todo el mundo tiene treinta días para andar toda la ruta. Los 100 km a pie, lo que se considera una distancia mínima para alcanzar una experiencia de peregrinación en el Camino de Santiago, es también preceptivo en el Camino Ignaciano. No se es peregrino en un par de días. La experiencia requiere un tiempo de contacto con el terreno, un tiempo de silencio con uno mismo, un tiempo de escucha del propio cuerpo. Una semana es ya un buen inicio. Mucho mejor dos semanas. Cuatro semanas sería el ideal. Como ya se habrá imaginado, las cuatro semanas de los Ejercicios Espirituales nos están enmarcando esta experiencia de peregrinación ignaciana, y son la guía espiritual ideal para la experiencia completa. Pero para aquellos que no tengan esta disponibilidad, siempre es posible y muy conveniente el adaptarse a lo que se pueda hacer.

Por último, destacar que toda peregrinación ignaciana partirá de Loyola, de Ignacio, del encuentro con este personaje en su misma tierra y casa natal. A partir de aquí, según la disponibilidad, el peregrino escogerá su itinerario para alcanzar en el tiempo adecuado la meta de la iluminación en Manresa, contando siempre con la Gracia. El Camino será más largo o más corto, pero siempre alcanzando ese momento de la Reconciliación y del Amor en Manresa. Es indispensable el encuentro con ese Ignacio peregrino manresano, transformado por el camino, la oración y el esfuerzo. Manresa es la escuela del Espíritu para Ignacio y en esa ciudad el peregrino redescubre al noble caballero de Loyola convertido al mayor servicio del Señor. Volver a encontrar al hijo de los Loyola en su faceta de hombre de Dios y de hombre del Rey de España, es una experiencia fundante para el peregrino, que sella su propio Camino con la marca del Peregrino, amando y sirviendo en todo.

Como diría Ignacio: si quiere estar bien servido en la Vida, no deje de ponerse en Camino.

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Imagen extraída de: Pixabay

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