Josep Cobo. [La modificación] Cualquier intento de comprender la fórmula dogmática “Dios verdadero y hombre verdadero” da pie a la herejía, esto es, al malentendido, cosa la cual no deja de ser curiosa, pues en este caso el malentendido no refleja un déficit de inteligibilidad, sino al contrario, un exceso de claridad. Y es que lo ininteligible aquí es, precisamente, la fórmula dogmática. De ahí que la herejía consista grosso modo en reducir uno de los dos términos de la fórmula con el objeto de eliminar la aparente contradicción. Así, tenemos, pongamos por caso, el monofisismo y sus variantes, según el cual la naturaleza humana de Jesús de Nazareth fue absorbida por la divina. O también la postura de los ebionitas, para los cuales Jesús fue a lo sumo un hombre de Dios —un profeta—, pero no Dios mismo. La ortodoxia suele apelar aquí al misterio, pero quizá sea preferible remitirnos a lo denso. Pues puede que la gran aportación del dogma de la Encarnación sea haber transformado la relación religiosa entre Dios y hombre en una relación densa, en donde se desdibujan, de hecho, los extremos de la relación. Ocurre también, aunque quizá deberíamos decir sobre todo, en aquellos vínculos humanos más reales, más verdaderos y, por tanto, menos sujetos a los patrones paradigmáticos que proporcionan a esos vínculos, al menos de entrada, un significado o sentido ilusorios. ¿Qué diríamos, por ejemplo, de aquella mujer que abraza a su esposo, habiendo conocido y quizá sufrido, lo peor de ese hombre (pues eso es lo que tiene la convivencia)? ¿Amor? Probablemente. Pero ¿sin ninguna dosis de resentimiento o, incluso, asco? Aquí las simplificaciones del mito (o del concepto) fracasan a la hora de proporcionar inteligibilidad. No hay compasión que no sea ambivalente. Y por eso mismo la pregunta quizá no sea qué es lo que tenemos ahí, sino qué acabará siendo, esto es, cómo se resolverá.  Y por eso acaso también lo que en verdad tiene lugar —lo que acontece y no simplemente pasa— solo pueda ser contado, al fin y al cabo, como aquello cargado de un por-venir, aquello que reclama una última palabra, aún por pronunciar. Aquí el paso de la historia al concepto (a la respuesta a la pregunta por lo que es eso en verdad) es infinito: la verdad de la historia no puede resolverse, pues, como sistema, sino que exige un interminable midrash. En este sentido, podríamos decir que la resistencia de la dogmática cristiana a la inteligibilidad tiene el propósito, más implícito que explícito, de evitar la deriva hacia el mito. Y de ahí también que la dogmática cristológica, más que cerrar el asunto, obligue a cada nuevo creyente a preguntarse, como si fuera la primera vez, quién fue en realidad Jesús de Nazareth.

jesus-485411_640

Imagen extraída de: Pixabay

T'AGRADA EL QUE HAS LLEGIT?
Per continuar fent possible la nostra tasca de reflexió, necessitem el teu suport.
Amb només 1,5 € al mes fas possible aquest espai.
Es licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona. Desarrolla su carrera docente en el Colegio de San Ignacio-Sarrià, donde imparte clases de historia de la filosofía. Su trabajo intelectual se centra en la necesidad de recuperar la dignidad epistemológica de la tradición cristiana sin caer en el antiguo fideísmo y en constante diálogo con, por un lado, la crítica moderna de lo trascendente, en particular la que encontramos en los escritos de Nietzsche, y, por otro, con las tendencias transconfesionales vigentes hoy en día. Escribe diariamente en el blog La modificación. Es miembro de Cristianismo y Justicia, donde, desde hace varios años, imparte cursos sobre la significación y vigencia de la fe cristiana. Es autor de Dios sin Dios (con Xavier Melloni), Fragmenta, 2015 coeditado por Cristianismo y Justicia.
Article anteriorDignidades y encorvamientos
Article següent«Pobresa» s’escriu en femení

DEIXA UN COMENTARI

Introdueix el teu comentari.
Please enter your name here