J. I. González Faus. 1.- La caída de Jerusalén.
Inevitablemente el Brexit me ha hecho pensar en las lecturas del libro de los Reyes que aparecen en las misas de estos días: “Jerusalén nunca será tomada. Dios la protege”. Mientras tanto el pueblo seguía siendo infiel y sus profetas amenazaban que las cosas podían acabar mal. Y al final pasó: no pudo con nosotros el Senaquerib griego pero lo ha hecho el Nabucodonosor británico… Los judíos no se lo creían. Pero al final tuvieron la sensatez de reconocer que, por criminal que fuera el rey de Babilonia, también ellos tenían buena parte de culpa en lo que les había ocurrido.
¿Podríamos reaccionar nosotros de una manera similar? Vamos a intentarlo.
2.- Para empezar: si Europa había abandonado la Unión Europea desde hace tiempo, tampoco es de extrañar que hoy la abandone Gran Bretaña.
Aunque no lo reconozcan, los temores del sr. Junker y sus secuaces no son simplemente económicos: a fin de cuentas, según dicen los técnicos, peor le irá a Gran Bretaña. Lo que disgusta a los actuales dictadores europeos es que se ponga de relieve que no hay nada ilusionante en la Europa que ellos están forjando y desfigurando. La historia muestra que, cuando aparecen tsunamis nacionalistas simultáneos en varios sitios, son síntomas no de un supuesto sentimiento patrio, sino de un descontento más radical y más profundo: son comparables a lo que I. Ellacuría llamaba el “análisis de heces”, que puede reflejar que algo funciona bastante mal en nuestras vísceras interiores. Para mí, ese algo es sencillamente la justicia económica.
3.- Desde los comienzos, Gran Bretaña declaró que entraba en la UE no por compartir un proyecto común, sino por intereses económicos.
Desde entonces ha ido poniendo obstáculos a lo mejor de la UE: consiguió que, en la llamada constitución, las normas de economía liberal fuesen obligatorias y las de justicia social sólo recomendaciones; y así es imposible construir una verdadera unión. Ha ido jugando además a conseguir ventajas personales para ella sola si queríamos que se quedara…. La verdad es que, en esas condiciones, mejor no quedarse.
Me permito recordar (para no ser malentendido) que, hace ya casi 50 años, escribí desde Londres que hay muchas cosas admirables en lo “british” y que sería una pena que Europa las perdiera. Pero lo admirable británico son cosas como la Carta Magna o figuras como Shakespeare. No personajes como la señora Thatcher, Tony Blair o Nikel Farage.
4.- Un último punto debe quedar a la reflexión de los políticos y los juristas.
No sé quién dijo que los referéndums los gana siempre el diablo (de hecho Franco los ganó siempre). Pero me sorprende que si, para cambiar una Constitución, se considera necesaria una mayora de unos tres quintos, para algo todavía más serio como es una ruptura entre países, baste con una mayoría mínima: porque diferencias del 51 y el 49% son muy oscilantes, pueden cambiar según cómo soplen los vientos, y será normal que quién hoy perdió ese referéndum, intente repetirlo mañana con la esperanza de ganarlo entonces, y sin tener en cuenta que los perdedores de mañana podrán pedir repetirlo pasado mañana. El caso de Escocia ilumina esto. Pero naturalmente, estas cosas no pueden legislarse cuando ya “se ve venir al lobo” sino que han de estar decididas y establecidas desde mucho antes.
Este es otro de los puntos sobre los que me parece deberíamos reflexionar.
5.- Ahora, con Brexit o sin Brexit no olvidemos que por mucho que puedan separarnos las fronteras políticas, siempre contingentes, nos une más la condición de seres humanos y (dicho cristianamente) de hermanos como hijos de un mismo Padre.
Imagen extraída de: Pixabay