En 1960, un grupo de estudiantes se sienta en una cafetería del sur de Estados Unidos. Los camareros se niegan a servirles. Otros clientes comienzan a insultarles. Algunos los zarandean y ¡comienzan a tirarles azúcar y salsa por la cabeza! La situación está totalmente desbordada. Pero los estudiantes no abandonan sus sitios. Llega la policía y ¡arresta a los agredidos! La acusación: se han sentado en un lugar no permitido para ellos. Son estudiantes afroamericanos que han decidido sumarse a los “sit-in” (sentadas) para “integrar”, o des-disgregar, la sociedad americana. Y lo hacen ocupando los espacios que  son “solo para blancos”. Su acción es ilegal: han violado la ley de Jim Crow “separados pero iguales”.

Otro grupo de estudiantes y jóvenes profesionales se prepara en una “escuela” muy especial: High Lander, un centro de entrenamiento para los resistentes civiles en el que se forman concienzudamente para participar en acciones similares. Son los Freedom Riders, los caminantes de la libertad, los guerreros/as no violentos. Es el verano de 1960 y las acciones y las campañas por la conquista de los derechos civiles se multiplican por EEUU. Es el verano del compromiso y la lucha por los derechos. Tiempos de revolución no violenta, que fueron testigos del día en que Rosa Parks dijo “No me levanto”. La judicialización de su caso fue utilizada, junto con una de las huelgas multitudinarias más importantes de la historia de los EEUU, para conquistar la disgregación de los autobuses de Montgomery (Alabama). Y, poco a poco, las escuelas, los parques… Fue el verano de Martin Luther King Jr., y de miles de militantes no violentos que ocuparon, calles, plazas, puentes, cafeterías…

Esta campaña se ha convertido en paradigma de la Desobediencia Civil Clásica: los militantes quebrantaban conscientemente las leyes del apartheid para desbordar las cárceles y así poner en crisis todo el sistema. El objetivo: ayudar a la sociedad a corregir una situación inmoral. Establecer un diálogo en la sociedad civil por el bien común.

Mucho ha llovido desde entonces. Han surgido nuevas formas de protesta (algunas muy creativas), que quebrantan leyes que perjudican a minorías o que dificultan la libertad de expresión o leyes que sostienen el poder excesivo e invasivo del estado (muy recomendable leer Bella revuelta). Entonces como ahora, algunos participantes entusiastas toman la iniciativa sin esperar a que el movimiento esté del todo organizado o la técnica esté del todo depurada. Los primeros “sit-ins” que se hicieron famosos fueron en un acto espontáneo donde 4 estudiantes de Bostborom inspirados por Martin Luther King, Jr., pero su acción desencadeno tal adhesión que terminó con la des-segregación de los centros comerciales de Woolworth.

Estos activistas contemporáneos no consideran que el ser arrestado aporte legitimidad a su protesta y reivindican para sí el ejercer nuevas formas de desobediencia civil.

Recientemente un libro de Molly Sauter, The Coming Swarm, ha llamado mi atención sobre este punto. Sauter (@oddletters) reclama que recientes acciones de hacktivismo dirigidas contra empresas, bancos o estados, que pretendían corregir situaciones de injusticia y nivelar desequilibrios de poder, merecen ser consideradas y tratadas como acciones de desobediencia civil. En concreto la autora (con interesantes citas y referencias a otros autores) describe el paralelismo entre estas acciones DDOS con los sit-ins clásicos. Como en las sentadas clásicas, que buscan ocupar o bloquear el paso en un espacio concreto, los hacktivistas “ocupan” el servidor de su objetivo como modo de transmitir un mensaje, llamar la atención sobre un problema, provocar un debate o interrumpir una acción que consideran que atenta contra los Derechos Humanos.

Muchos, así de primeras, miramos con suspicacia a los #Anonymous y los hackers. Confieso que conforme los he ido conociendo, siguiendo, han ido ganándose mi respeto y simpatía. Frecuentemente olvidamos que, arriesgando su seguridad personal, son los que nos han facilitado los WikiLeaks o los papeles de Panamá y que son muchas veces canales de información alternativa a los mass media. Sauter (junto con otros autores) reivindica para estas acciones la categoría de ciber desobediencia civil e invita a reflexionar sobre la desproporción de las multas y condenas que estos ciberactivistas reciben actualmente. Más aún cuando estos ciberguerreros no violentos han desvelado en los #CableLeaks que estas prácticas son habituales por parte de los gobiernos que luego los persiguen y condenan.

Una de las líneas interesantes para seguir pensando y conversando que abre el libro de Molly, es el entender las acciones DDOSS (evito llamarlas “ataques” porque es la terminología que favorece su criminalización) como una interrupción de la narrativa oficial, de la comunicación de los poderosos. Es concebir el acallar el discurso oficial como un modo de dialogo en sí mismo, una disrupción como ejercicio de desobediencia civil y mensaje. ¿No resuena aquí la interrupción de la filosofía y la teología política (Metz, W. Benjamin)?, ¿la necesidad de generar narrativas alternativas para hacer contar las voces silenciadas porque no cuentan para los grandes productores de pensamiento y discurso de la filosofía y la teología de la liberación (Ellacuría, E.S. Fiorenza)?

Reconozco que el libro The Coming Swarm a mí me ha abierto los ojos, y me ha invitado a seguir leyendo y conversando sobre hacktivismo, desobediencia civil, formas creativas de protesta y… ciudadanía global.

[Imagen extraída de Pixabay]

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Groc esperança
Anuari 2023

Després de la molt bona rebuda de l'any anterior, torna l'anuari de Cristianisme i Justícia.

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Tinc diversos anys d'experiència treballant amb joves i com a professor de Secundària i Batxillerat. També m'he dedicat a la gestió d'ONG com a jesuïta. Activista per la justícia social, actualment treballo com a director general a la Fundació ECCA.
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