Daniel IzuzquizaYa he escrito en otro lugar sobre el viaje del papa Francisco a Lesbos y su regreso a Roma, acompañado de tres familias de refugiados, acogidas en el Vaticano. He leído también cómo algunas personas, creyentes y comprometidas, andan incómodas con el gesto. Yo mismo sigo notando cierta incomodidad, en parte por cómo me interpela este hecho, en parte porque hay interpretaciones que me parecen distorsionadas e injustas. Una de ellas se puede ver en este artículo de Ruth Toledano, de quien tomo el título y varias de las frases entrecomilladas que cito a continuación. A ver si consigo aclararme en tres pasos y medio.

Lo que se ve. Me parece indudable que el viaje del Papa ha servido para visibilizar una realidad sufriente e injusta, para llevarla al centro del debate. Quizá sea excesivo decir que la ha llevado al centro de los corazones y de las decisiones, pero ahí está, visibilizando lo invisible y a los invisibles. Poniendo rostro, palabra y llanto. Ya sé yo (y lo sabe Francisco) “que las autoridades ‘adecentaron’ el recorrido que haría el Papa, llegando a encalar muros en los que había pintadas de apoyo a los refugiados y de denuncia de su indecente situación”. Ya sé yo que hay ambigüedad cuando se televisan estas cuestiones (“que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda…”). Pero me parece que lo que hemos visto ha sido nítido. Solo que no hay peor ciego que quien no quiere ver. Hemos podido ver palabras, gritos, plegarias, pancartas, silencios, lágrimas, anhelos, abrazos, dibujos. Lo que se ve es lo que se vive.

Lo que se hace. Si el Papa habla de la situación de los refugiados, dicen que es palabrería; si los visita, le acusan de ‘postureo’; si toma una medida concreta como acoger a doce refugiados, dicen que “no pasa de ser un gesto caritativo y no una solución justa”. Pero, ¿por qué se oponen caridad y justicia? Cuando alguien está perseguido, encerrado, estigmatizado o amenazado de expulsión, sentir una palabra cercana y un gesto cálido es algo muy importante. Lo hemos vuelto a ver este sábado en Lesbos. ¿Eso es caridad o justicia?  Dicen que lo ha hecho “para acallar las conciencias”. ¿Para acallarlas o para incomodarlas, movilizarlas, agitarlas? Dicen que las Iglesias no han hecho caso a la petición del Papa, ya hace meses, de abrir las puertas de sus parroquias y conventos. “No lo ha hecho ni uno”. Eso es sencillamente falso y solo se puede afirmar por ignorancia o por mala fe. Lo cierto es que, a pesar de las trabas de los Estados a la reubicación de refugiados, en estos meses las Iglesias han acogido ya a cientos de personas (sin llamar la atención ni tocar la trompeta, trabajando en red con otras entidades y movimientos ciudadanos, como veníamos haciendo desde hace años), practicando la hospitalidad.

Lo que se dice. “¿Por qué no se refirió explícitamente a los acuerdos de la vergüenza?”. La pregunta es razonable. Incluso puedo pensar que el Papa “podía y debía” haberlo hecho. No siempre es fácil medir las palabras. Pero de ahí a decir que “la caridad es complaciente con los culpables” y que, por ello, el Papa “acaba por ser cómplice”, me parece excesivo. El Papa  debía “lanzar un mensaje a los gobiernos” sin “permitirse la tibieza”. Pero, ¿de verdad se la permitió? ¿Acaso no recordamos las palabras vigorosas del Papa denunciando que “esta economía mata” y criticando “la globalización de la indiferencia” que genera tanta muerte y exclusión? ¿O  es que no sabemos leer entre líneas? ¿O tampoco sabemos leer lo que explícitamente dice la Declaración firmada en Lesbos el sábado en la que pide urgentemente desarrollar un programa internacional de asistencia, “para sostener el estado de derecho, para defender los derechos humanos fundamentales, para proteger las minorías, combatir la trata y el contrabando de personas, eliminar las rutas inseguras, como las que van a través del mar Egeo y de todo el Mediterráneo, y para impulsar procesos seguros de reasentamiento”? ¿O tampoco recordamos las manifestaciones, explícitas y contundentes, de la Iglesia católica contra el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, incluyendo recogida de firmas y declaraciones de obispos?

Dicho esto, vuelvo al título. La santidad solo puede ser radical. Radical porque va a la raíz. Radical, pues, en el sentido místico del término, que nos enraíza en la Raíz más honda (para los cristianos, Jesús de Nazaret, el Cristo). Radical, también, en el sentido político, que nos exige luchar por la justicia social, no ceder ante poderes injustos y generar alternativas radicales. Para ello, la santidad debe ser radical también en el sentido eclesial, para alimentar una comunidad creyente que sea verdadera alternativa al sistema dominante. (Si alguien quiere, puede seguir leyendo en este post y en este libro). Pero, aún más importante que leer, es vivir, ver, hacer y decir.

Welcomerefugees

Imagen extraída de: Gráffica

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Groc esperança
Anuari 2023

Després de la molt bona rebuda de l'any anterior, torna l'anuari de Cristianisme i Justícia.

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Jesuïta. Actualment a Missió Almeria, col·laborant amb el Servei Jesuïta a Migrants (SJM) a la frontera sud. Ha publicat amb Cristianisme i Justícia La revolució des de sota. La política espiritual de Dorothy Day i Al partir el pa. Notes per a una teologia política de les migracions. Va formar part també del patronat de la Fundació Lluís Espinal-Cristianisme i Justícia.
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