Manu AnduezaRepasando el libro de Números, me sorprende la cantidad de veces que aparece el tema del olor. Dios pide constantemente unos holocaustos con un olor agradable.

Seguro que es porque la nariz de Dios es muy sensible a los olores y estaba harto de tanto sacrificio ofrecido y quemado que le daba dolor de cabeza por lo mal que olía. Imagino que a los hombres y mujeres que lo escribieron también les echaría para atrás más de un olor.

Pero volviendo a la nariz de Dios, que de hecho es lo que me preocupa… me preguntaba estos días cómo debe andar de olores el mundo, que es lo mismo que decir qué olores le deben llegar a Dios.

¿Cómo son los olores de Siria? ¿Y los de Lesbos? ¿Cómo debe oler el mare nostrum cada vez más nostrum y menos de ellos? ¿Cómo deben oler los campamentos de refugiados? ¿Cómo las acampadas de quienes esperan para intentar saltar una frontera hacia otro mundo? ¿Cómo debe oler esa África que llora sin agua y con tantas guerras? La lista es interminable…

¿Cómo debe andar la nariz de Dios? Seguro que sufriendo.

Pero también seguro que de vez en cuando busca espacios donde los olores son más sanos. El olor de la ternura de una madre cuidando a su hijo en medio de la miseria. O el de dos hermanos abrazados mientras viajan en una patera. O simplemente el de la mirada de ilusión que se lanzan dos desconocidos mientras intentan saltar una valla interminable que les conduzca al reino esperanza.

Quizás me preocupa el tema de la nariz de Dios porque tengo buen olfato. Y sé, que el mal olor se te mete hasta lo más hondo de los tuétanos y no puedes permanecer impasible ante él.

Recuerdo que hace algún tiempo escribía lo siguiente:

En la televisión más de una vez hemos visto imágenes de basureros. Basureros enormes en los que repente aparecen personas removiendo los escombros en búsqueda de algo que les pueda servir.

Hace un tiempo tuve la suerte, o la desgracia, eso nunca se sabe, de visitar uno de estos lugares en Brasil. El olor era tremendo. Pero aún más fuerte que el olor eran las miradas.

Comenzamos a pasear por el basurero. Al poco rato aparecieron unos camiones llenos de basura que la fueron arrojando haciendo más grande las montañas del basurero. Como si alguien hubiera dado una señal empezaron a salir personas de debajo de los cuatro palos y multitud de plásticos a los que algunos llaman hogar. Acudían a buscar algo en la nueva basura recién llegada, como quien va a abrir el último regalo de cumpleaños. Pero las personas no estaban solas. También acudieron los perros, las ratas, serpientes y buitres. De pronto un niño comenzó a gritar. Me giré y vi que luchaba con un buitre por un trozo de pizza.

Lo más duro llegó al marchar. Cuando estábamos saliendo, costaba mirar a la gente. Yo me voy… y ellos se quedan allí. Por un instante levanté la mirada. Me encontré con unos ojos profundos. Eran de un hombre que llevaba un zapato de cada color. No podía apartarle la mirada. Y él no dejaba de mirarme.

Cuando llegué a casa, después de un viaje sin poder decir palabra alguna por el impacto de lo que habíamos visto, fui corriendo a la ducha. No para quitarme el olor, sino para lavarme por dentro. Lloré amargamente, por esos a los que llamamos hermanos y a los que habíamos abandonado en el basurero. Lloré y me sentí sucio por dentro.

Durante años, en mi puesto de trabajo, conservé las fotos del basurero en la pared. Que nunca se nos olviden los basureros del mundo. En la memoria sigue grabada la mirada de aquel hombre. Y en el corazón, el deseo, o la obligación, de hacer algo por este mundo, para no que haya más gente viviendo en basureros.

P.d: Una cosa más. Sólo el título de un libro de D. Sölle que experimenté ese día: Dios en la basura.

Tal vez los cristianos tenemos que dedicarnos a ser expertos en perfumes. En buscar los buenos que haya y extenderlos, en hacer decrecer los malos y crear otros nuevos para que el olor que le llegue a la nariz de Dios sea agradable. Mientras tanto, corremos el riesgo de que el Jesús que celebramos resucitado sólo lo sea dentro de nuestros espacios sacros cerrados para evitar cualquier olor de fuera. Porque afuera sigue gritando en la cruz. Y si escuchamos bien, grita “resucítame”. Así como la Biblia nos dice que Dios resucitó a Jesús, hoy él nos dice que resucitemos a nuestros hermanos, a nuestros amigos, a nuestros lázaros ya embalsamados y envueltos en sudarios, metidos en lo más hondo de las rocas del olvido.

Y todo, por el bien de la nariz de Dios.

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Imagen extraída de: The Virtual Instructor

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Groc esperança
Anuari 2023

Després de la molt bona rebuda de l'any anterior, torna l'anuari de Cristianisme i Justícia.

Manu Andueza
Llicenciat en teologia i psicopedagogia. Educador per vocació i convicció. Treballa fent classes en un centre de secundària. Col·labora amb diverses entitats del món social. Responsable de l'Àrea Teològica de Cristianisme i Justícia.
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