Hasta fines de los años 80 el enemigo común del mundo occidental era el comunismo soviético marxista, el comunismo del telón de acero y de la cortina de bambú, del Archipiélago Gulag y del muro de Berlín.

La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 simbolizó el final de una época histórica, la caída del comunismo soviético del Este. Esta caída fue celebrada en el mundo occidental como el final de la historia, como el triunfo de la “american way of life”: en el futuro ya no habría más sorpresas, íbamos a vivir siempre más de lo mismo. El capitalismo neoliberal levantaba su bandera como la solución a todos los problemas.

25 años después los problemas no se han solucionado. Grandes sectores de la sociedad y de la humanidad  viven en la escasez y la miseria, la tierra ha sido contaminada y destrozada por los defensores del paradigma tecnocrático que defienden el mito del progreso sin límites a costa del descarte de muchos y de la destrucción del medio ambiente.

Al comunismo ha sucedido el consumismo, una forma tan insidiosa de materialismo como el materialismo dialéctico marxista. “Consumo, luego existo”, quienes no consumen no existen, son descartados de la sociedad del bienestar. La avidez con la que los ciudadanos del Berlín oriental después de la caída del muro se lanzaron frenéticamente  a comprar y beber en el Berlín occidental, puede simbolizar este tránsito del comunismo al consumismo.

Son muchas las personas lúcidas y de buena voluntad, los movimientos populares y sociales, las víctimas de un sistema que mata… quienes creen que otro mundo es posible y necesario, que el sistema actual ya no se aguanta, que necesitamos un cambio de estructuras, que hemos de cuidar nuestra casa común, que ni el comunismo ni el consumismo son la solución.

En la tradición cristiana existe la palabra “comunión” densa en contenidos: significa e incluye la comunión entre todos los seres humanos, en especial con los pobres y excluidos, la comunión con la naturaleza y en última instancia con Dios Padre que nos hace hijos e hijas, hermanos y hermanas, y derrama la lluvia sobre buenos y malos. El Padre ha enviado a su Hijo Jesús y al Espíritu para que vivamos en comunión y podamos participar de la comunión trinitaria. La Iglesia es un espacio de comunión y su centro es la eucaristía, el sacramento de la comunión con Jesús, al cual estamos todos invitados. La mesa compartida, sin excluidos ni descartados, es la imagen simbólica de este paradigma de la comunión con Dios, de la comunión con los hermanos y hermanas, más allá de las diferencias de género, etnia, cultura y religión, y de la comunión con la tierra, nuestra madre y casa común.

Como dice Francisco, los conflictos se han de resolver desde una síntesis superior, pues “la unidad prevalece sobre el conflicto”. Ni comunismo ni consumismo: comunión. Y el fruto de la comunión es la paz.

[Imagen extraída de: Pixabay]

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Jesuïta. Va estudiar filosofia i teologia a Sant Cugat, a Innsbruck i Roma. Doctor en Teologia per Roma (1965), professor de teologia a Sant Cugat mentre vivia a l'Hospitalet i Terrassa. Des de 1982 va residir a Bolívia on va treballar amb sectors populars i en la formació de laics a Oruro i Santa Cruz. Professor emèrit de la Universidad Católica Boliviana de Cochabamba, alternant amb treball de pastoral en barris populars. Ha escrit nombrosos llibres i articles. En 2018 va tornar a Barcelona on resideix actualment.
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