Manfred Nolte. Italia, Grecia y Macedonia constituyen las principales rutas migratorias de entrada a la Unión Europea buscando el libre tránsito garantizado por el Tratado de Schengen. Aproximadamente 350.000 personas, según estimaciones de la Organización Internacional para las migraciones (OIM) han alcanzado Europa en lo que va de 2015, con procedencias diversas, fundamentalmente desde Siria (120.000) y Afganistán (60.000). Más de 2.300 se han ahogado en el Mediterráneo en el empeño. Nadie puede permanecer impasible contemplando fotografías y reportajes de las tragedias que se producen en este tránsito desesperado, en pateras hacinadas, en campamentos inhabitables, en caminatas agotadoras, frente a fuerzas del orden o vallas alambradas como la construida por Hungría a lo largo de 175 Km en su frontera con Serbia. Hombres, mujeres y niños azotados por los conflictos armados, las persecuciones, la pobreza y la marginalización, amenazados de muerte de una u otra manera, arriesgando sus vidas, escapando a un destino sin presente ni futuro. Y, en más casos de los deseados, víctimas también de las mafias migratorias, salteadores sin alma.
Más allá de la reacción hacia la obvia solidaridad con estas gentes surgen dos reflexiones preliminares acerca de esta catástrofe humanitaria. La primera es que no hay un diagnóstico certero del alcance inmediato de los acontecimientos y que absolutamente todas las instancias que median en el conflicto se declaran incapaces de vaticinar unas pautas para su solución. Después de todo, no olvidemos que en este planeta tierra habitado por alrededor de siete mil millones de personas, un diez por ciento sigue sumido en la más absoluta pobreza, con un ingreso diario inferior a 1,5 dólares, o sea 45 dólares al mes equivalentes a 540 dólares al año, muy por debajo del salario mínimo practicado en España en un solo mes. Pero además, se estima que otros dos mil millones de ciudadanos de la tierra viven con una cantidad inferior al doble de la citada, esto es inferior a los 1.080 dólares al año. Ni la Unión Europea ni los países desarrollados en otros hemisferios (Estados Unidos, Canadá, etc.) tienen medios o recursos para encarar en propio territorio una fracción de este desventurado colectivo.
Hay que recordar que no todos los emigrantes que buscan refugio en otro país caen bajo la definición de ‘refugiados’. Los peticionarios de ‘asilo político’ que según la Convención de Naciones Unidas de 1951 corresponden al colectivo de ‘refugiados’, son personas que abandonan sus países al sufrir o temer razonablemente persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad u opinión política, en especial si huyen de la guerra. Quien escapa por otros motivos se considera un ‘emigrante económico’ y atañe a esa amplia zona de la humanidad atrapada por la trampa de la pobreza. La actual política comunitaria asume la acogida de refugiados pero se mantiene firme en el rechazo de quienes no lo son. La sensibilidad media y el sentido común, entendiendo todo lo dicho hasta ahora, admiten con relativa facilidad que la distinción entre estos dos tipos de colectivos desaparece o al menos se difumina en sus orígenes y causas. Y ambos problemas reclaman una aproximación y enfoque comunes. En el delicado puzle tratado tampoco puede omitirse el tema más de medio plazo de las necesidades inmigratorias precisadas por los países centrales en función de su declive demográfico.
El segundo atributo de la crisis migratoria en curso es la asunción de su gravedad, al quedar atrás –con condenables excepciones- políticas de intolerancia radical. Es un mensaje claro referido a que la negación del problema equivale a un acto de estupidez colectiva. Días atrás, la Canciller Merkel ha lanzado la alerta de que “los refugiados van a preocupar a Europa mucho más que la crisis griega del euro”. La dimensión e importancia del asilo político, ha agregado, “podría ser el próximo gran proyecto europeo”. Más allá de las acostumbradas ambigüedades políticas pocos dudarán de sus prioridades. El pasado lunes, la Canciller y François Hollande, más allá de una mera asignación de cuotas de emigrantes legalizados y de una financiación del tránsito migratorio con cargo a los presupuestos comunitarios se han postulado por la unidad normativa de la Unión y por una acción conjunta determinante, aspecto que se ha reiterado en la Cumbre de Viena del jueves 27. El liderazgo alemán, puede ser –una vez más– clave en el encaramiento de un grave problema humanitario. Junto a Suecia, Alemania es el país de la Unión Europea que ha acogido a un mayor número de asilados. Las peticiones pueden ascender a 800.000 en 2015, incluyendo a los Balcanes, uno de los flancos geopolíticos más débiles de la Unión.
Cualquier reforma o iniciativa que se adopte no será suficientemente urgente. De no hallarse soluciones el problema revertirá al interior de la Unión Europea donde los brotes de populismo y xenofobia tal vez no hayan hecho más que empezar. Una inmediata podría ser el acordar rutas legales de inmigración, cauces para que los solicitantes de asilo en Europa no deban arriesgar sus vidas en el intento. Otra podría consistir en la revisión de la Convención de Dublín , norma europea que regula las peticiones de asilo de acuerdo con la Convención de Ginebra. Establece qué Estado miembro es responsable de un peticionario particular. Habitualmente éste es el estado miembro en donde el solicitante ingresó por primera vez en la Unión Europea. En la práctica los refugiados son deportados al referido país de entrada, a menudo Italia o Grecia, con los consiguientes problemas de equidad y de provisión de coberturas sociales.
Sin una política de asilo decente, la Unión Europea se saltará los valores fundamentales que definen el proyecto europeo. Constituye una obligación moral salvar a personas en riesgo extremo de exclusión, pero ha llegado el momento de reconocer que se abre un capítulo nuevo en Europa que requiere el esfuerzo colectivo de todos los países para alcanzar una solución posible y duradera. Como ha vaticinado el relator especial de la ONU para los Derechos Humanos de los Migrantes, François Crépeau, “la migración está aquí para quedarse”.
El 14 de setiembre los ministros de Interior de la Unión Europea celebrarán el una reunión de emergencia el objetivo de “fortalecer la respuesta europea” a la situación que se vive actualmente, según ha publicado la Presidencia luxemburguesa en su red social. Camino errado. La convocatoria responde a una petición previa en la que los ministros reclamaban acordar rápidamente una línea común sobre los “países de origen seguros”, así como la entrada en funcionamiento antes de finales de año de los centros de registro de refugiados previstos en Italia y Grecia. Parches inocuos en un enfermo que se desangra. Y al mismo tiempo ignorar que se está cebando una bomba cuyo estallido puede tener un alcance sin precedentes.
Imagen extraída de: DW