Victor Codina. La nueva e impactante carta encíclica del Papa Francisco, “Laudato si’, mi´Signore”, “Alabado seas, mi Señor” sobre el cuidado de la casa común, ha despertado mucho interés y también duras críticas.
Francisco denuncia con fuerza profética el cambio climático, el deterioro ambiental y de la calidad de vida humana, la contaminación del agua, del aire y de los océanos, la deforestación, la pérdida de la biodiversidad… en gran parte debido al uso de combustibles fósiles y de agrotóxicos. Y los más graves efectos de todas estas agresiones ambientales los sufren la gente más pobre de planeta.
Esta situación no es casual sino consecuencia del mito moderno del progreso sin límites que causa graves estragos en la naturaleza. El paradigma tecnocrático solo busca beneficios económicos para una minoría, mientras excluye y descarta a la gran mayoría de la humanidad. La respuesta de los políticos en las diversas cumbres climáticas a esta situación ecológica es muy tímida y limitada.
La tierra, nuestra casa común, está en grave peligro, estamos dejando a las futuras generaciones un suelo desértico, un inmenso basural de porquería, con escasez de agua y de alimentos.
Frente a esta situación Francisco propone un cambio de paradigma, un cambio de vida, un estilo diferente de convivencia y de progreso, respetuoso con la tierra y la biodiversidad, un progreso sobrio y solidario, en el que la persona humana no se convierta en depredador sino en administrador responsable de los bienes comunes destinados a las generaciones futuras.
Para este necesario cambio de vida el Papa apela a los valores éticos y religiosos de gran parte de la humanidad que reconocen que la tierra ha sido creada por Dios, que su designio amoroso quiere el bien y la felicidad de todos nosotros y que no constituye al ser humano, a pesar de su preeminencia entre todos los vivientes y criaturas, en señor despótico y prometeico de la creación, sino en su cuidador responsable.
A los cristianos les pide el Papa que reconozcan que todo ha sido creado en Cristo Jesús, que Jesús ha entrado en nuestra tierra para enseñarnos a vivir una vida diferente, fraterna, capaces de contemplar cómo su Padre cuida a las aves del cielo y viste a los lirios del campo. El Señor resucitado transfigura toda la creación con su luz divina, anticipo de la tierra nueva y del cielo nuevo de la Jerusalén celestial.
Se nos exige como criaturas, como personas, como religiosos y como cristianos una conversión ecológica integral que no solo luche por el cambio climático sino que inicie un cambio alternativo de vida, comenzando por lo más cotidiano: evitar material plástico, separar los residuos, respetar a los seres vivos, usar transporte público, apagar las luces innecesarias…
No es casual que esta encíclica haya despertado críticas de parte de detentores del poder científico, económico y político. Por esto la carta acaba con una oración por la tierra pidiendo al Señor que toque los corazones de los que buscan solo beneficios a costa de los pobres de la tierra.
La figura de Francisco de Asís, presente en toda la encíclica, es para nosotros un modelo inspirador que nos lleva a sentirnos hermanos y hermanas del sol y de la luna, del agua y del fuego, hijos e hijas de la madre tierra: “¡Alabado seas mi Señor!”.
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