Nubar Hamparzoumian. Hace un mes muchas capitales tenían el centro de su ciudad paralizado por las marchas de las comunidades armenias que viven en ellas. Esto era el 24 de abril. Dos semanas antes el papa Francisco, como ya había hecho anteriormente como obispo y cardenal de Buenos Aires, denunció la impunidad con la que unos hechos tan brutales, como los perpetrados por el Imperio Otonamo entre 1915 y 1923, sigan pasando desapercibidos ante la justicia y la historia. Desde la cátedra de San Pedro, reconoció esos hechos como el primer genocidio del siglo XX. Detrás han venido otros –demasiados– genocidios: el nazi, el ruandés o el camboyano además de otras masacres que no se reconocen como genocidio.

Para que estos hechos se reconozcan como tal, desde el punto de vista jurídico, deben  cumplir unas condiciones concretas recogidas tanto en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948) como en la Corte Penal Internacional (1998). Pero desde el punto de vista histórico, el genocidio es un hecho que merece ser recordado para que nunca se vuelva a repetir. Los armenios están recordando este año el genocidio que sufrieron hace 100 por parte del Imperio Otomano. Entre los años 1915 y 1923 murieron más de un millón y medio de armenios, además de los que huyeron al Líbano, Francia, Italia, Argentina o Estados Unidos para salvar la vida de sus familias. Los hechos pasaron inadvertidos y fueron ocultados por el Imperio como un simple levantamiento. Pero la realidad es que intentaron aniquilar al pueblo armenio.

Un poco de historia

El pueblo armenio fue el primer estado católico de la historia desde que San Gregorio “El Iluminador” curó al entonces rey del país Tiridates III. Desde entonces no han dejado de ser cristianos a pesar de las muchas invasiones y dominaciones extranjeras. Más de 14 veces Armenia ha sido invadida por los persas, los bizantinos, los otomanos y los rusos, sufriendo muchas modificaciones en las fronteras de sus territorios, pero siempre manteniéndose fieles a sus creencias y cultura. Ejemplo de ello fue San Gregorio de Narek, religioso armenio del siglo XI, a quien el Papa Francisco nombró doctor de la Iglesia denominándolo “el San Agustín de Oriente” por su gran colección de escritos y poesía religiosa. En lo que respecta a esta cultura milenaria, bien es cierto que su transmisión fue oral hasta el siglo V en el que los clérigos, en previsión de una pérdida de la transmisión, comenzaron a sistematizar y crear una nueva grafía para que la cultura se pudiera mantener a través de los libros de manera pura.

Han pasado tres generaciones desde el genocidio, pero el recuerdo sigue presente y de ahí el lema que mundialmente se ha escogido para el centenario: “Recuerdo y exijo”. Un recuerdo que no puede caer en el olvido. Y una exigencia del reconocimiento que grita un respeto justo a la historia. El Papa Francisco alentó a que la Unión Europea animara a su vez a Turquía, heredera de parte del Imperio Otomano, a reconocer esos hechos como un genocidio, pero el gobierno del nuevo “sultán” Erdogán, aunque parece moderado, sigue obcecado en negar la evidencia. Han pasado tres generaciones pero el recuerdo sigue presente en cada uno de los que llevamos sangre armenia. Tres generaciones que intentan en sus países el mismo reconocimiento que el Papa Francisco proclamó.

Injusticias, masacres y el genocidio

Durante estos 100 años los armenios han recordado al más de millón y medio de muertos en campos de exterminio, a los degollados, a los maltratados y a todos/as quienes sufrieron las peores humillaciones por el simple hecho de ser armenios. El genocidio fue la gota que colmó el vaso de un levantamiento que los Jóvenes Otomanos, en defensa de la pureza de la raza otomana, cometieron persiguiendo hasta límites inhumanos a cualquiera que no fuera como ellos. El levantamiento, que iniciaron los Jóvenes Otomanos, fue la respuesta de un movimiento nacionalista de reacción ante las pérdidas de territorios que estaban teniendo en los últimos años del siglo XIX, como serían el actual Egipto, y los territorios cristianos de Serbia, Rumanía, Bulgaria o Albania. El levantamiento vino justificado por las pretensiones que tenía Rusia de conquistar la zona del Cáucaso y en la que colaboraron algunos armenios, que desde las “masacres hamidianas” entre 1894 y 1897 y dirigidas por Abdul Hamid II en las que murieron entre 250.000 y 300.000 armenios, estaban comenzando a levantarse contra las injusticias que sufrían al tener prohibido cualquier tipo de negociación, como la tuvieron los países balcánicos para su independencia.

Junto a estas masacres hay que recordar la masacre de Adana (provincia turca) ocurrida el 13 de abril de 1909 en la que el movimiento nacionalista impuso por la fuerza la ley islámica y proliferaron disturbios y combates, donde los armenios volvieron a sufrir la muerte de entre 20.000 y 30.000 personas.

Estábamos entrando en el siglo XX por la puerta de los intereses internacionales de unos pocos. El Imperio Otomano entró en la I Guerra Mundial el 29 de octubre de 1914. El 20 de abril del año posterior, las fuerzas dirigidas en la provincia de Van por Cevdet Bey comenzaron a requisar las propiedades de  los armenios, y ante su oposición ordenaron el asesinato de todos los varones. Acababa de comenzar el primer genocidio del siglo XX. Cuatro días después el gobierno central ordenó que 650 personalidades armenias, entre escritores, abogados, médicos, políticos, sacerdotes y músicos fueran apresados, deportados y asesinados. Como ellos más de un millón de armenios fueron confinados en campos de concentración, donde se les incineraba como después harían los nazis con los judíos o se les degollaba como trofeo del ejército que demostrase tener más cabezas. Otros fueron deportados o murieron de hambre en el desierto sirio.

No hubo negociación alguna para evitar aquel genocidio. Algunos pudieron huir. Muchos de los que lo consiguieron cambiaron sus apellidos por miedo a ser reconocidos, pero otros muchos murieron buscando la libertad en la diáspora. Los que consiguieron sobrevivir huyeron en su mayoría a países como Líbano, Argentina, Italia, Francia o Estados Unidos. Hoy en día están por todo el mundo recordando este fatal hecho que muestra la peor cara del ser humano y que nunca debería repetirse.

Recuerdo vivo

A los que somos herederos de esta historia nos emocionaron las palabras que el Papa Francisco pronunció animando a la oración en recuerdo del pueblo armenio que tanto padeció. Realmente sus palabras movilizaron los medios para que pusieran, durante un tiempo, su atención en Armenia y buscaran información. Pero lo que hace falta no es sólo conocer la historia, sino que al conocerla se reconozcan los hechos, porque si no, será más fácil que se repitan. Hitler se justificó a sus generales diciendo: “Tranquilos, ¿quién recuerda el genocidio armenio?”. Con el reconocimiento del genocidio vendrá el perdón, pero hasta entonces, los y las descendientes de quienes fueron asesinados hace 100 años seguiremos pidiendo a los herederos del Imperio Otomano que reconozcan su genocidio perpetrado por el odio y la avaricia de conquista indiscriminada a cualquier precio para imponer, sin dejar lugar a la libertad del ser humano, una cultura y una religión.

Somos el primer pueblo cristiano de la historia, y como tales honrar a nuestro padre y a nuestra madre es honrar nuestra historia como pueblo y honrar sus vidas. Más de millón y medio murieron y han sido canonizados por la Iglesia Apostólica de Armenia, la cual llevaba sin celebrar una canonización más de seis siglos. Los que se salvaron, nos dejaron en herencia una historia y la única petición de que ésta no cayera en el olvido. Lo peor que podría pasar es que se sigan repitiendo en otros países hechos como los perpetrados por el Imperio Otomano al no ser capaces de aprender de los errores. Recordemos la historia y aprendamos de ella.

Marcharmenians

Imagen extraída de: Wikipedia

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Estudiante jesuita. Colabora en la Pastoral Vocacional de la Provincia de España de la Compañía de Jesús, así como en su página web y redes sociales; también en el Casal Loiola en los grupos de Jóvenes Loiola y Universitarios. Graduado en Comunicación Audiovisual.
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