He estado todo el sábado arriba y abajo con los preparativos. Había celebrado antes fiestas con un eje central. Recuerdo una sobre la utopía, otra sobre el arte, y la última sobre el miedo. Mis amigos están acostumbrados a que les proponga veladas parecidas a la de hoy. Las asumen con desconcierto y familiaridad. Se hacen cómplices de “mis ocurrencias”. Dentro de nada llegarán once curiosos. No se conocen entre ellos. Solo me tienen en común a mí, y así evito que se formen subgrupos. Hablaremos sobre los jóvenes y el Estado de bienestar.
Todos son del 1984 –como la novela de George Orwell y como yo. Además de gazpacho, humus, pizzas, tortillas o ensaladas, traen experiencias. Los hay de ciencias y de letras, de izquierdas y de derechas, con y sin trabajo, con y sin coche, que viven en alquiler o hipotecados; todos tienen estudios universitarios. Celebraremos nuestra rebelión en la granja particular de Barcelona.
Hechas las presentaciones, proyecto un vídeo. Se llama El periodista y el camarero y trata de un joven periodista llamado Nacho que trabaja como camarero once horas al día para salir adelante. La consigna es que durante el pase se queden con alguna frase o imagen para comentar después. Ponerse a hablar de bote pronto de tu vida con desconocidos es incómodo y difícil. Necesitas romper el hielo. El vídeo ayuda a enhebrar un hilo común.
Acabada la proyección, acordamos que –tal vez– es un poco reduccionista, pero lo damos por válido. Empezamos la ronda de frases. Empieza Pablo, físico, quien nos recuerda esta declaración: “No soy capaz de hacer nada de lo que se esperaba de mí, nada de lo que esperaba de mí mismo, nada de lo que cabía esperar de mi condición”. Pablo ha ejercido como físico, pero trabaja de camarero. Habla de expectativas. Se arrepiente de haber sacrificado tantos fines de semana sin salir con sus amigos. Tanto estudiar para acabar haciendo algo que no tiene nada que ver con la física.
Desde pequeños se nos ha dicho que yendo al colegio, haciendo los deberes, sacando buenas notas, y luego optando por una carrera universitaria, la vida nos sonreiría, encontraríamos trabajo y podríamos salir adelante. Todos los presentes hemos cumplido con los eslabones de la cadena y solo dos han llegado donde querían. Adrián ha logrado ser lo que quería, piloto de avión, como me confesaba desde bien pequeño. Laura ha conseguido una beca para seguir investigando en biología molecular en Estados Unidos, aunque hubiera preferido quedarse.
Martina, economista, afirma que antes, cuando encontrabas un trabajo, podías estar tranquilo, sabías que más o menos sería estable y podrías conservarlo más de un año. Ahora tienes que vivir día a día, sin proyectar demasiado. Todo es fugaz. Algunos lo llaman líquido. Y se queda con esta frase de Nacho:“Vivimos a tiempo parcial, y no hay ninguna poesía en eso”.
El desánimo es lógico. Pero Alícia, diseñadora, suelta una carcajada elegante. Rebate a sus compañeros diciendo que no se trata de aguantar el momento, como declara Nacho en el vídeo, sino de atreverse y arriesgarse. Si no encuentras trabajo, debes imaginar algo e intentar llevarlo adelante. Ella lo hizo dando talleres de costura, y hace poco que abrió un pequeño local en el barrio de Gracia, en Barcelona. No le va nada mal.
Pablo no está de acuerdo. Le recuerda a Alícia que arriesgarse es un lujo, y que no todos pueden hacerlo. Son diferentes actitudes delante de la crisis. Los hay que dicen que es mejor irse del país; otros, que es mejor quedarse y levantar lo caído. Los hay que prefieren aguantar hasta que capee el temporal; otros optan por espabilarse antes de que llegue la supuesta calma. Adrián apacigua la tensión y propone un juego. “Imaginad que contáis con el capital para llevar a cabo el proyecto que queráis, ¿qué negocio creéis que podría tener éxito?”. Cada uno dice el suyo, aunque el más interesante parece ser la propuesta de Clara, que es arquitecta.
Clara habla de alquileres que tengan un coste inferior a las hipotecas, y que a la vez sean heredables. En los países nórdicos ya funcionan y llevan por nombre andel. Reúnen lo bueno de las hipotecas, un alquiler de por vida que incluso tus hijos pueden heredar, y lo bueno del alquiler: puedes dejar de pagar sin compromiso y otro ocupa tu plaza sin que tengas que cumplir con una hipoteca.
Jordi, politólogo y okupa, se anima a continuar la propuesta de Clara y destaca la siguiente frase del vídeo: “Lo hago por dinero”. Ante la pérdida de ilusión o la explotación laboral, Jordi va mucho más allá. Nos habla de bancos de tiempo, de vivir en comunidad, de cultivar en huertos urbanos, de ir a todas partes en bicicleta. “El coche ya es un bien de lujo, y el transporte público se encarece cada vez más”.
Hasta ahora todos estábamos pensando en el bienestar económico. A partir de lo que dice Jordi se nos presenta otra definición de bienestar. Laura subraya un sentido alternativo de la palabra “bienestar”: nuestra felicidad, nuestra tranquilidad, tener tiempo para la familia, los amigos, para el descanso. En resumen, no sentirse alienado, como Nacho expresaba en el vídeo: “La alienación es el proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición”.
Ana se anima a enseñar sus cartas. Es médico y trabaja doce horas al día en un hospital, de las cuales muchas no son remuneradas. No ve el bienestar por ningún lado, y en ningún sentido. Sobre la sanidad no se dice nada en el vídeo, pero es un tema que tiene que ver con el bienestar. Nos cuenta que debería ser un derecho alcanzable para todos, como la educación. Aquí se pisan Júlia, profesora, y Santiago, abogado. Doy la palabra a Santiago. Pero antes nos servimos un poco de vino blanco y brindamos.
Santiago quiere explicar el caso de un amigo suyo, parecido al que se publicó en la prensa sobre un chico llamado Francesc, arquitecto catalán y también de 1984. Muchos arquitectos trabajan sin contrato, y por consiguiente no cotizan a la seguridad social. La entrada en vigor de la nueva ley sanitaria deja sin asistencia sanitaria a las personas que están en la situación laboral de Francesc.
Júlia levanta la mano. Este año la han echado de un colegio y –por suerte– la han cogido en otro, pero solo para ocho horas semanales. Se dedica a la enseñanza pública, que ha sufrido importantes recortes en la plantilla de los profesores y un aumento en el ratio de alumnos. Tiene 40 estudiantes en el aula. En su situación no puede independizarse y salir de casa de sus padres –aunque lleve años deseándolo. Tres de los invitados viven aún en casa de sus padres. Uno es okupa. Otra tiene una casa en propiedad. El resto comparte alquiler ya sea en pareja o con amigos.
Xavi, periodista, va asintiendo con la cabeza mientras escucha a Júlia. Lleva un año intentando encontrar trabajo. Desde los 20 está fuera de casa, y no se plantea la posibilidad de volver con sus padres. Pero si el patio sigue así no le quedará más remedio. Nos dice que, ahora, la correlación es la siguiente: de cada tres personas en edad laboral, dos están trabajando y otra desempleada. Eso no se sostiene. Me mira e irónico pregunta: “¿Pero de qué Estado del bienestar quieres que te hablemos?”.
Sanidad, vivienda, trabajo, estudios, transporte, expectativas, independencia. Por suerte no todo es la crisis. Aún nos quedan momentos para bromear. Animados por Alícia, jugamos a dar forma al proyecto de Clara, el de los andeles nórdicos.
NOTA: Los nombres que aparecen en el reportaje “Adivina quién viene a cenar” son a veces reales y en otras ocasiones seudónimos por deseo de las personas que participaron en el encuentro.
[Este artículo fue publicado originalmente en la revista El Ciervo/Imagen extraída de Juventud Sin Futuro]