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La Feria de Ramos

Una mañana de finales de marzo, o de principios de abril, aparece un señor con un pincel y un bote de pintura blanca en Rambla de Cataluña. Entre la calle Aragó y la calle Consell de Cent, para ser más exactos. Repasa, paciente, cifras y ángulos que han quedado borrados en el asfalto por el paso del año. “Así los paradistas tienen claro en qué lugar va su caseta, y hasta dónde pueden ocupar… Cada uno tiene asignado un número, ¿ves?”, me indica el pintor con el mango del pincel y da dos golpecitos en el suelo. Falta poco para que empiece la Feria de Ramos.

La Feria de Ramos cada vez ocupa menos metros. Ha quedado reducida a una manzana. Aun así, la alegría y el sol se expanden de forma nítida. Nos preparamos para recibir a Jesucristo, que entra aclamado como Rey en Jerusalén. Quiere estar a nuestro lado estos días. Y nosotros lo acompañaremos, viendo cómo muere, viendo cómo resucita. «Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas» (Mt 21,9).

Cuando era niña estudiaba en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón. También en la Rambla de Cataluña, número 83. Fueron doce años de ir rambla arriba, rambla abajo. Cuatro veces al día. Me conocía todos los escaparates de memoria. Y antes de que me lo anunciaran las hermanas, ya sabía cuándo había llegado la Cuaresma. En las panaderías y en las pastelerías aparecían los buñuelos. Sólo los miércoles y los viernes. Ahora los puedes merendar cada día. Y más adelante, cuando la Pascua se acercaba, el aparador de la pastelería Vives nos asombraba con monas espléndidas y huevos de chocolate increíbles. Ahora, continúa siendo un espectáculo.

El hombre del pincel blanco, la madera verde de las casetas, el aroma a palma fresca, el laurel recién cortado, y mis primos que llegaban de Roma para pasar las fiestas con nosotros eran las pistas definitivas. El Domingo de Ramos había llegado.

Me pedía palmón, me gustaba su simplicidad y su movimiento: la cascada de los foliolos de un lado para el otro. Como si se tratara de una melena larga, rubia, lisa que libre se peinaba y despeinaba con flexibilidad. Las trenzas de las palmas no me convencían y tuve la suerte de tener una madrina poco insistente en la tradición. “Las palmas son para las niñas y los palmones para los niños”, oigo a una abuela explicándole a su nieto.

Palmas, palmones, rosarios de azúcar, huevos de madera, figuritas de plástico, pollitos amarillos, cintas de colores. Y un pasillo de luz solar que se extiende hasta el Tibidabo. “Las familias esperan con ilusión nuestra feria para comprar todo lo que necesiten para el Domingo de Ramos, como la primavera y el buen tiempo han llegado, es un buen plan venir a pasear por aquí y comprar, llevamos años de historia, señora”, me cuenta una artesana mientras me vende: “Este ramo de laurel, que lo he cortado hoy mismo y es de mi finca.”

Después de bendecir los ramos, los primos llegábamos a casa agitados. Salíamos al balcón y sujetábamos, con cordeles y alambre, las palmas y los palmones a las barandillas. “Aquí se quedarán todo el año, así protegerán nuestra casa y nos traerán buena suerte”, nos explicaba una tía; mientras que otra tía añadía: “Y luego los llevaremos a la parroquia para que los quemen; la ceniza que resulte, la usarán para el miércoles de ceniza. ¿Os acordáis, niños, de la cruz que nos dibujaron en la frente?”. Entonces recordaba el inicio de la Cuaresma, que se me hacía eterna y sabía que las casetas de la feria muy pronto desaparecerían.

[Imagen cedida por la propia autora]

La Nueva Era de Pekín (1): el desafío de la neocristiandad rusa

La Declaración Conjunta firmada por los presidentes Hu Jintao y Vladimir Putin en Pekín el 14 de octubre de 2004 tras la visita de Estado a China, afirmaba la integridad territorial, reforzaba la cooperación comercial y, sobre todo, confirmaba el papel insustituible de la ONU en la resolución de los problemas internacionales. Es sustancial el cambio respecto al nuevo documento marco ruso-chino firmado por Xi Jinping y Putin el 23 de marzo de 2023, con el título «Declaración Conjunta sobre la Profundización de la Asociación de Coordinación Estratégica Integral en la Nueva Era». En ella se consolida un bloque geoestratégico —aunque lo niega— alternativo a la civilización occidental y pega un giro que asiatiza Rusia. 

Pese a que la semántica de la declaración enfatiza la igualdad entre ambas naciones, la Guerra de Ucrania y la larga sombra de adversidad económica y aislamiento internacional que arrojará sobre Rusia las próximas décadas, muestran una realidad bien distinta: es la afirmación de que Rusia depende sistémicamente de China. La orden de persecución judicial dictada por la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya contra Putin lo convierte en una criatura aislada en 123 países del planeta por el que antes gustaba mostrar su pretensión imperial. 

Si Putin cambió su percepción del papel internacional de Rusia cuando Obama se refirió a ella como «potencia regional», ahora se ha convertido en un Estado cuya influencia moral internacional solo es viable al abrigo de China. Definitivamente Rusia se ha unido a China para constituir un bloque junto con una colección de Estados exsoviéticos, repúblicas africanas deudoras, el boliviarianismo latinoamericano y el explosivo rompecabezas sirio-iraní. Su influencia moral en Europa y Estados Unidos solamente pasa por la complicidad de los partidos ultraderechistas y secesionistas a los que da soporte. Para el resto de cuestiones es una adversaria del espíritu occidental. Rusia ha impugnado la civilización europea para asiatizarse. 

Aunque esto repugna a quienes amamos la cultura eurorrusa de Dostoievski, Tolstoi, Florenski o Sozhenitsyn y la consideramos puro oro de la civilización, es un paso que condicionará el próximo medio siglo del continente. Precisamente parte de la solución reside en la movilización de las fuerzas culturales y espirituales que habitan en el corazón del continente.

Rusia se asiatiza protagonizando una aparente paradoja. Mientras vuelve la espalda a Europa y Occidente, reclama ser el verdadero espíritu de la cristiandad, abrazando la religión ortodoxa a cuyo Patriarcado de Moscú eleva en la práctica a religión de Estado, y asumiendo las posiciones de la agenda cristiana más preciada por el integrismo respecto a la homosexualidad, la familia o el nacionalismo. En Rusia, primer país del mundo en aprobar el aborto, ya hace más de cien años, avanza el movimiento antiabortista que ha reducido los abortos que se practican anualmente en sus clínicas de 2.138.800 en 200 a 661.000 en 2018. Asimismo, respecto a la eutanasia, continúa aplicándose el derecho a la vida aprobado en su Constitución de 1993 y está prohibido el suicidio asistido ni la aceleración artificial del final de la vida.

Por tanto, la política geoestratégica de Rusia tiene dos movimientos: la asiatización y el liderazgo de un bloque ideoestratégico que quiere incorporar al cristianismo ultraconservador del mundo, una alternativa al Occidente liberal que considera ser la verdadera civilización occidental original.

De este modo, el imperialismo ruso consagra simbólicamente a Moscú como la verdadera nueva Roma moral de esta Nueva Era. Así como concede a Pekín ser la nueva capital económica del planeta, se reserva el papel simbólico de faro moral del mundo. 

Por mucho que Putin resulte una figura grotesca, sea presuntamente un criminal de guerra y arrastre un sangriento pasado de asesinatos —como el de Litvinenko—, su plan de neocristiandad no carece de perspectivas de desarrollo en un mundo progresivamente polarizado y tribalizado que extiende su divisionismo político al interior de las iglesias.

Occidente no puede basar su alternativa al bloque rusochino solo en la competencia comercial, la diplomacia suspicaz y la carrera armamentística, sino que frente al desafío de la neocristiandad, es imprescindible acentuar la laicidad inclusiva, la cooperación con las religiones y construir políticas de mayor profundidad en ámbitos bioéticos. Además, es preciso reducir las desigualdades que provocan sentimiento de abandono en la población y una nueva estrategia respecto a la democratización de la gobernanza mundial que reduzca la impotencia que padece la ciudadanía.

La asiatización rusa y su proyecto de neocristiandad no es meramente un enroque táctico, sino que en un mundo en el que las dictaduras y autoritarismos se han consolidado supone un desafío real que exige profundizar la democracia y cultura occidentales.

[Imagen extraída de Wikimedia Commons]

Cuando lo fácil es lo difícil

En una entrevista realizada por el diario Público y publicada el 22 de marzo a mi admirada Yayo Herrero, esta afirma que “cuando se le corta la luz a la gente que no puede pagar, se hace un reparto autoritario de la energía”.

No puedo dejar de pensar en ello desde que lo leí. Vaya afirmación más contundente y más tremenda. Yayo, ¿tienes razón? 

De pequeño me enseñaron que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Lavoisier ya en el s. XVIII lo aplicaba a la materia. No entraremos en disquisiciones físicas, pero sí que todo esto da un poco para pensar… 

Entiendo que la energía está en nuestro mundo y, por lo tanto, podemos transformarla y usarla. Hacer negocio con un regalo de Dios -diremos los cristianos-, del mundo -dirán otros-, es un poco feo. ¿No somos capaces de generar mecanismos que permitan que todos nos podamos beneficiar de los regalos del mundo? 

El otro día, en clase, hablaba con mis alumnos de la diferencia entre lo que sostiene la vida de nuestras sociedades y nuestras vidas. Parece que los motores de la sociedad vienen marcados por una economía que potencie el beneficio de unos y una política que permita dicha economía. Muchos lo veían como lo normal, lo que tiene que ser. ¿No es esto un uso autoritario de la política y de la economía? Porque, en su vida, en sus relaciones, lo que manda es otra cosa. 

Los mismos que afirmaban que si el mundo se acaba y habría que salvar solo a unos pocos escogerían a los más inteligentes y los que más tienen, reconocían que a sus amigos no los han escogido por esos motivos. A los amigos se les escoge por la afinidad, porque “nos encontramos bien”, porque… A fin de cuentas, porque cuidan de nosotros. El cuidado es fundamental. 

¿Por qué no lo es en nuestra sociedad? ¿Dónde queda el cuidado cuando hacemos un reparto autoritario de la energía?

También hay otras respuestas. Una vez, en una clase, hablando de lo que cuesta el alquiler -otro gran tema-, la comida de una familia, la luz, el agua…, un alumno levantó la mano de manera muy educada para explicarnos que la luz no, que la luz puede ser gratis. 

Tal vez sea cierto. Luz y agua deberían ser bienes comunes para todos, subvencionados por los estados pertinentes. Pero mi alumno iba por otro lado… Nos explicó que él y su padre -después ya le explicamos que se dice mi padre y yo y no yo y mi padre; más teniendo en cuenta que él iba de ayudante…- hacían unos apaños con los cables para engancharlos a los del vecino y no pagar luz. Y se ofrecía a explicarnos el mecanismo para evitarnos pagar la luz. Nada que objetar. Del desahucio hablamos otro día. Lo fácil es lo difícil. 

Intentamos argumentarle que eso no es ético, que no se podía hacer, que no… Todos daban razones. Qué bien preparados que tenía a los alumnos. Nos calló en diez segundos: «Mis padres no trabajan, es invierno, mi hermano pequeño tiene dos meses… ¿le matamos de frío además de hacerlo de hambre?»

Yayo, tienes razón. Detrás de ese “no puede pagar” hay tantos dramas, tantas historias, tantas vidas olvidadas… Si fuesen nuestros amigos, les cuidaríamos. Son los otros, esos fantasmas que no queremos ver para no descubrir que los auténticos fantasmas somos nosotros. Fantasmas que generamos un mundo difícil, de estructuras y normas incomprensibles, para justificar que unos tengan luz y otros no. 

¿Y dónde podemos encontrar a Jesús hoy?, preguntaba aquel… 

Mientras, Jesús le miraba con ojos de frío desde su casa sin luz. Otra vez, se la habían cortado porque no podía pagar. (Noséquién 25)

[Imagen de Suvajit Roy en Pixabay]

Marianella García Villas: su fe y la justicia fueron su sentencia de muerte

En el cuaderno Amigas de Dios, profetas del pueblo (2016) y en el blog de Cristianisme i Justícia voy poniendo por escrito la vida de mujeres cristianas mártires en América Latina y El Caribe.

El 4 de octubre de 2022 se publicó en el blog un artículo sobre la Hna. Isabel Arriola, asesinada en El Salvador el 17 de enero de 1981. Al intentar poner de relieve estas vidas deseo evitar su olvido y las razones de sus asesinatos. La Iglesia salvadoreña, junto al pueblo, sufrió durante los sangrientos doce años de guerra civil (1980-1992) un cruento martirio que ocasionó la muerte de más de 80.000 personas. El Salvador como muchos países de esta región fue arrastrado por la violencia de regímenes militares apoyados por las oligarquías locales, reforzados a nivel financiero, político, militar por EE.UU. y por intereses económicos internacionales.

Marianella García Villas nació el 7 de agosto de 1948. Su padre Mariano García Villas, había ejercido la magistratura en Barcelona. A causa de la persecución en España, se exilió en El Salvador, donde enseñaba Derecho en la universidad de la capital y donde se casó con la salvadoreña Antonia Sanabria, madre de Marianella. La familia formaba parte de la burguesía salvadoreña. Durante su adolescencia Marianella estudió en el Colegio de las Hermanas Teresianas de la calle Ganduxer[1], en el barrio de Sarriá (Barcelona). Al regresar a su país estudió Derecho y Filosofía, formó parte de la Asociación Católica Salvadoreña y con ella reflexiona y discute los documentos del Concilio Vaticano II, de Medellín, textos de Teología de la Liberación y profundiza en conceptos como “injusticia estructural”, “pecado social”, “opción preferencial por los pobres”… Junto a estas reflexiones se da el compromiso directo en favor de los pobres. Comienza a trabajar en una zona de fuerte marginación: “La Fosa”. La miseria que encuentra le obliga a interrogarse sobre sus causas. El estudio de filosofía le ayuda a entender los mecanismos de estas situaciones y a conocer las ideologías liberales que los apoyan; el derecho le permite conocer los instrumentos jurídicos que podrán ayudarla en la denuncia contra las injusticias y en la defensa de los que sufren abusos, violencias y torturas.

En 1970 se afilia a la Democracia Cristiana y en 1974 es elegida diputada de la Asamblea Legislativa. Su actividad en la Comisión Bienestar Público es significativa: visitan los lugares donde se masacra a campesinos por reclamar la distribución de tierras o salarios más justos. En el campo la situación es explosiva: los campesinos se organizan a nivel sindical; los terratenientes se oponen a cada petición de reforma y de cambio. Marianella y los demás diputados ven la violencia de la fuerza represiva puesta en acto por la Guardia Nacional. El trabajo en esta comisión le permite entretejer una fuerte red de relaciones con animadores sociales, comunidades de base, realidades sindicales, familias.

El 24 de noviembre de 1977 la Asamblea Legislativa aprueba la Ley de defensa y garantía del orden público que da libertad a los militares para la represión ante una sospecha o acusación de «subversión».

Al considerar a la Democracia Cristiana demasiado tibia con respecto a la desaparición de personas, la violencia y represión militar, Marianella abandona el partido. En abril de 1978, constituyó la Comisión de Derechos Humanos (CDHES), con el fin de coordinar la defensa de prisioneros políticos, recoger pruebas y declaraciones sobre las más graves y difundidas violaciones de derechos humanos. Poco tiempo después será su presidenta. Así como se valió de la política, como abogada utiliza el derecho para oponerse a la brutalidad de la dictadura.

Dispone de una cámara fotográfica para documentar lo que sucede, de un cuaderno para recoger directamente las declaraciones y de su voz para denunciar a nivel internacional la situación de represión en El Salvador.

Un factor decisivo para su actividad es el apoyo que desde el inicio le ofrece Monseñor Romero. Otro hecho que da a conocer el accionar de la Comisión es el encuentro con el periodista holandés Koss Koster (asesinado el 17 de marzo de 1982), quien realiza un servicio que se transmite en Holanda por la cadena televisiva Ikon: la realidad de represión emerge claramente. En la oficina de la CDHES hay un continuo ir y venir de personas que denuncian abusos y violaciones, presentan reclamos, piden ser defendidas, solicitan búsquedas por la desaparición de familiares y amigos. El escritor uruguayo Eduardo Galeano escribe:

«Cada mañana, al alba, se ponían en cola. Eran parientes, amigos o amores de los desparecidos de El Salvador. Buscaban noticias o iban a darlas: no tenían otro lugar donde pedir o testificar. La puerta de la Comisión de Derechos Humanos estaba siempre abierta. Se podía entrar también por el orificio en la pared dejado por la última bomba. El ejército no usaba más las cárceles. La Comisión denunciaba al mundo: «Julio: se encontraron decapitados quince niños menores de catorce años que habían sido arrestados bajo la acusación de terrorismo. Agosto: tres mil quinientos civiles asesinados o desaparecidos a principios del año…»»[2].

En un artículo, publicado en el boletín oficial de la Comisión de Derechos Humanos, Marianella explica:

«El gran desafío que nos llega de la historia es el esfuerzo para convertirnos capaces, sin evadir la realidad en que vivimos, de tomar distancia de esta misma realidad e interrogarla, interrogando a nosotros mismos para encontrar respuestas que estén más allá de la superficie de las cosas. Así se pasa de una conciencia ingenua a una conciencia crítica, así se va a las raíces de los hechos y nuestra visión se vuelve más completa y así llegamos a entender las causas y, más allá de las contradicciones, a hacer de lo cotidiano un evento histórico. Este es el saber. Esto se propone nuestra Comisión»[3].

Disminuyen los prisioneros, aumentan los cadáveres

El 12 de mayo de 1978, durante una manifestación de campesinos, la abogada es detenida y conducida por la fuerza a la central de policía. Durante la detención es torturada y violada, violencia sexual infligida sobre todo a las mujeres, señal de virilidad como práctica habitual e institucionalizada por las fuerzas de seguridad y el ejército (quien no lo hace recibe burlas, es ridiculizado y se le califica de impotente)[4]. Al día siguiente, una vez que la dejan libre, por la intervención de dirigentes de la Democracia Cristiana, se dirige a confesar todo a Monseñor Romero. Ella es miembro de la asistencia jurídica de la arquidiócesis. Ante esta terrible historia, el Arzobispo estalla en llanto y sus inesperadas lágrimas logran transformar su deseo de venganza en una mayor determinación por la denuncia de semejantes injusticias y violencias.

En el mes de marzo de 1979, gracias a las presiones de las organizaciones populares y de la Iglesia, es derogada la Ley de defensa y de garantía del orden público. Así, por un lado disminuyen los prisioneros, pero por el otro aumentan los muertos. A cada señal de violación los componentes de la Comisión llegan al lugar indicado para documentar lo sucedido: tienen que llegar antes que la policía, identificar y sacar libremente las fotos a los cadáveres, evidenciar la crueldad perpetrada, las torturas y recoger declaraciones de eventuales testigos. Cada semana Marianella transmite a Monseñor Romero reportajes de lo que ha sucedido en el país. Le proporciona noticias precisas y las circunstancias de la represión, con nombres de los desaparecidos, asesinados, heridos, junto con las indicaciones de las fuerzas militares o paramilitares responsables de tales violaciones, realidades respaldadas a través de las fotografías que logra capturar. El arzobispo prepara su homilía dominical, utilizando las informaciones que le llegan del Socorro o Asociación Jurídica, con el análisis de la situación y con la denuncia precisa y circunstancial de los episodios de violación, homicidios y secuestros. Como sabemos el 24 de marzo de 1980 Monseñor Romero es asesinado mientras celebra la Eucaristía. Un tiro de arma de fuego le llega al pecho. Muere poco después.

La lista de la represión se alarga cada vez más. El 2 de diciembre de 1980 las misioneras estadounidenses: Ita Ford y Maura Clarke, de la Congregación de Maryknoll; Dorothy Kazel, ursulina; y la laica Jane Donovan son detenidas, arrastradas a un lugar aislado, violadas y después asesinadas[5]. Otro episodio que sacude al pueblo salvadoreño.

El 25 de marzo de 1980, la CDHES traslada su actividad a la Ciudad de México a causa de las continuas amenazas de muerte. García Villas expresa:

“…para nosotros que tocamos las heridas, las señales de torturas sobre los cadáveres, para nosotros que recogemos cuerpos sin cabeza, cabezas sin cuerpo y los huesos de nuestros hermanos, para nosotros que hemos fotografiado a las víctimas, para nosotros que hemos escuchado testimonios, el llanto silencioso y anónimo de familiares anónimos de víctimas anónimas, todo esto es un panorama habitual, parte sustancial de nuestra vida, siempre pendiente de un hilo…”[6].

También se empeñó en tener pruebas para documentar el uso de fósforo y napalm contra civiles por parte del ejército en las zonas controladas por la guerrilla. Su objetivo era presentar esta documentación en una de las reuniones anuales de la ONU que se celebraba en Ginebra sobre la vulneración y violación de los Derechos Humanos. Para ello, entró en las zonas de combate a través de Honduras. Entrevistó y tomó fotografías de personas a las que les había caído fósforo blanco y que habían sobrevivido. Junto a un grupo de habitantes de la zona, se habían reunido en la plaza del pueblo en La Bermuda, cuando se anunció que los helicópteros militares estaban en camino. Según los testigos, todos corrieron a la iglesia a buscar refugio, pero fueron alcanzados por las armas automáticas. Muchos fueron heridos, algunos murieron. Ella quedó tendida en una zanja con una herida de bala en uno de los muslos. Un helicóptero aterrizó y se la llevó. Era el 13 de marzo de 1983, tenía 34 años.

El mayor Roberto D’Aubuisson[7], creador de los escuadrones de la muerte afirmó días más tarde, que Marianella era una líder guerrillera bajo el nombre de Lucía y que había muerto en combate. Gran parte de la prensa internacional dio por cierta esa información. Sin embargo, en la autopsia su cadáver mostraba signos de torturas y varios disparos. En un informe presentado por la organización de Derechos Humanos Pax Christi se afirma que Marianella García Villas fue llevada a la Academia Militar y torturada durante varias horas antes de ser asesinada. Como responsables se vincula al Batallón Atlacatl de la Fuerza Armada salvadoreña.

Fue una mujer creyente y una decidida defensora de la justicia y la democracia que luchó con las armas de la política y del derecho. La colaboración con Monseñor Romero la confirmó en su apuesta por la noviolencia y la denuncia valiente. Con el tiempo y las informaciones falsas, trataron de que fuera olvidada y que su testimonio de vida fuera silenciado. Aun así, sigue viva y presente en comunidades y organizaciones que se ocupan de los Derechos Humanos y de la noviolencia. Por eso es tan necesario rescatar de la memoria histórica a tantas santas y santos del pueblo, porque, aunque a muchos aún les pese, la vida de los pueblos está llena de memoria.

Marianella García Villas supo hacerse cargo de las carencias de campesinos y obreros salvadoreños; supo cargar con la realidad de su tiempo plagada de sufrimiento con su entrega personal y profesional hasta las últimas consecuencias, como San Óscar Romero, el beato Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría y tantos y tantas salvadoreñas, a semejanza de Jesús de Nazaret.

***

[1] Uno de los primeros trabajos del arquitecto modernista Antoni Gaudí (año 1887).

[2] Palini, A. (2015), Marianella García Villas. Abogada de los pobres y voz de los perseguidos en El Salvador. Ed. Asociación Marianella García Villas, Sommariva del Bosco, Italia p.15.

[3] Ibid, p.15.

[4] Entrevista, a Marianella y sus hermanos por Linda Bimbi y Rainiero La Valle, II Margine, 1984.

[5] Cfr. Cristianismo y Justicia (2016), Cuaderno N° 199, pp. 15-27, Barcelona.

[6] Paladini, A. p.25.

[7]Roberto D’Aubuisson Arrieta, el Capitán Antorcha, fundador del partido Arena, torturaba con soplete, graduado en la Escuela de las Américas de Panamá.

[Imagen extraída de la revista Vida Nueva]

¿Cuántos tanques tiene el papa para la paz en Ucrania?

Stalin preguntó en 1935 a Pierre Laval, ministro francés de Asuntos Exteriores, cuántas divisiones militares tenía el papa. Quizá hoy muchos liberales y socialdemócratas antiestalinistas, que intentan moldear con un pensamiento único la opinión pública sobre la guerra en Ucrania, se planteen irónicamente la misma pregunta ante las propuestas pacifistas de Francisco. Él propugna una salida de este conflicto que es distinta a las defendidas por Putin, la OTAN, la UE y Estados Unidos. Este papa es un líder global y merece ser escuchado. Su pensamiento está expuesto en los libros Contro la guerra, no traducido al español, y Una encíclica sobre la paz en Ucrania, publicado recientemente en nuestro país.

Francisco ha condenado siempre la invasión rusa de Ucrania. Los calificativos textuales son claros: violenta y repugnante agresión, masacre insensata, guerra sacrílega. Utiliza constantemente el término «martirizado pueblo ucraniano». Ha defendido la legítima defensa de Ucrania ante la invasión de Rusia, pero desde hace tiempo propugna que «callen las armas» y se intensifique la acción diplomática para la paz.

No se sale de una guerra prolongándola

La guerra en Ucrania la ubica en el contexto de las numerosas guerras regionales que asolan el mundo. El belicismo imperante es fruto de una geopolítica basada en la estrategia de los Estados más poderosos para defender sus intereses. Es una vieja lógica del poder entendido como dominación y avasallamiento. Esa geopolítica determina y traspasa el conflicto entre Rusia y Ucrania. Al ubicarse en una macroestrategia por la hegemonía global, piensa que estamos ya en una guerra mundial. A mediados de septiembre de 2022 lo dijo con toda claridad: «es un error pensar que esto es una guerra entre Rusia y Ucrania y punto. No: esto es una guerra mundial».

La escalada de la guerra como solución del conflicto que la engendra es rechazada. No se sale de una guerra prolongándola. Afirma claramente que «la verdadera respuesta no son más armas, más sanciones. Me avergüenzo cuando leo que un grupo de Estados están empeñados en destinar el 2% del PIB para adquisición de armamentos como respuesta a lo que está sucediendo. ¡Una locura!». El alto el fuego y el inicio de un diálogo multilateral para la paz son imposibles si el arte de la diplomacia no es más intenso que el arte de la guerra. Francisco habla y actúa desde el sufrimiento del pueblo ucraniano y del pueblo ruso, el cual debe estar por encima de los intereses de los Estados que desean alargar la guerra sin dar prioridad al cese de ese dolor popular. Es interesante su crítica al belicismo desde el feminismo: «si el mundo fuese gobernado por mujeres, no existirían tantas guerras».

Este planteamiento pacifista racional lo hace efectivo a través de un discurso público para generar una cultura de paz y de una intensa acción diplomática. Está en contacto con los dos presidentes de gobierno y con sus embajadores en el Vaticano, sigue intentando visitar los dos países, la Secretaría de Estado propuso en el pasado diciembre una Conferencia Europea de Paz, en un intento de reactivar el espíritu de Helsinki, y la Pontificia Academia de Ciencias Sociales está trabajando con un grupo de expertos internacionales en propuestas concretas de resolución pacífica del conflicto. Además, hay visitas y encuentros con las partes enfrentadas para generar condiciones de confianza mutua. No se improvisa el alto el fuego. Es difícil apoyar a Ucrania y mantener cauces de diálogo con Rusia, pero considera que este gran país tiene que encontrar su encaje en un mundo pacificado.

Es muy interesante constatar que Francisco contempla la guerra en Ucrania desde su anclaje en los problemas de África, Asia y América Latina. Su rechazo absoluto a la prolongación militar de esta guerra nace también del hecho de que está empobreciendo dramáticamente a los pueblos del Sur global e impide dar prioridad a los problemas del hambre, las desigualdades internacionales y la destrucción medioambiental. Ese olvido de las masas empobrecidas que tienen las élites políticas, económicas y militares que desean prolongar la guerra, está generando una escalada bélica que puede llevar a una hecatombe nuclear. Suenan los tambores de guerra hasta el final cuando Biden declara que «Ucrania nunca será una victoria para Rusia» y cuando Putin afirma que nada frenará su victoria final y suspende los acuerdos de control nuclear. Esta situación radicaliza su discurso pacifista racional. Por ello, en el libro Una encíclica por la paz en Ucrania recupera y aplica las tesis de relevantes científicos expuestas en el Manifiesto Russel-Einstein: «Tenemos que aprender a preguntarnos no qué medidas hay que tomar para que el grupo que preferimos obtenga la victoria militar, sino qué medidas hay que tomar para prevenir o detener la conflagración militar».

Para una paz duradera: Del alto el fuego en Ucrania a una nueva gobernanza mundial multipolar

Considero que, además de la resistencia a la invasión intolerable de Rusia y su guerra cruel, en el territorio ucraniano se está librando otra guerra por la hegemonía mundial de Estados Unidos que tiene como fondo su pugna con China. Esto también es intolerable. La estrategia de alargar la guerra para llegar a un punto de equilibrio de fuerzas y entablar entonces acuerdos de paz conlleva inevitablemente construir una gigantesca pirámide de sacrificios y muertes de la población ucraniana. Es un sadismo bélico vergonzoso vinculado con un cálculo político-militar incierto.

Hay que ir preparando un alto el fuego a corto plazo para una resolución pacífica del conflicto que ha de tener en cuenta los 10 puntos establecidos por Zelenski, bajo el beneplácito de la UE y Estados Unidos, y los que plantee Putin. Ya sabemos que son inconciliables de entrada. Por eso necesitamos urgentemente negociaciones y no escalada militar. Para que lleguen a buen puerto es imprescindible la mediación de un grupo de Estados e instituciones internacionales formado por China, Turquía, Brasil, India, Sudáfrica, entre otros. La UE y otras asociaciones interestatales tienen que intervenir.

Desde mi punto de vista, la perspectiva final es crear una nueva arquitectura de gobernanza mundial que, cambiando el marco actual de la ONU, se base en el policentrismo cooperativo, renuncie a hegemonismos imperialistas y acabe con el comercio de armamentos que alimenta las guerras existentes. Lo central y más importante es poner todas las energías en un programa mundial centrado en los problemas globales que más sufrimiento generan a los pueblos. No podemos tolerar que la gravísima situación social y ecológica que atraviesa nuestro mundo quede desplazada por el enfrentamiento armado. La inmensa mayoría del mundo que vive en el Sur global demanda otra lógica internacional y por eso no apoya la continuidad del belicismo imperante y el inmenso gasto militar que conlleva.

El problema de esta guerra puede convertirse en una oportunidad para una nueva geopolítica colaborativa. Es imprescindible una nueva relación entre Estados Unidos y China. La voz de las ciudadanías tiene que ser escuchada, pero para eso hay que movilizarse por la paz como se está haciendo en Alemania, en Italia y escasamente en España.

Francisco no tiene tanques, pero sí «armas del espíritu». Así las denomina y propone. Son la diplomacia activa, la generación de confianza mutua, el diálogo entre enemigos, la renuncia a cualquier forma de imperialismo, la capacidad de construir un mundo policéntrico, la visión de la realidad desde las poblaciones y no desde las élites de los Estados, la prioridad de los problemas sociales y ecológicos globales frente a los políticos-militares. Ciertamente, es un profeta desarmado, pero las «armas del espíritu» son más eficaces que las de la guerra.

Pienso que las estrategias de Putin y de la OTAN se parecen a las imágenes de la película Los Hermanos Marx en el Oeste, cuando van destruyendo la madera de los vagones para alimentar la máquina de un tren que llegará a la estación totalmente destruido. A eso nos encaminamos. Hoy se dan tanques a Ucrania, mañana aviones de combate e inevitablemente se pedirá y concederá la entrada de las tropas de la OTAN en territorio ucraniano. El envío de Polonia y Eslovaquia -miembros de esta organización militar- de aviones de guerra a ese país dan fundamento a lo que acabo de afirmar. De verdad, ¿es creíble que Ucrania puede vencer a Rusia sin la intervención de los ejércitos occidentales en combate directo? Estamos subiendo al precipicio de la III Guerra Mundial. Francisco señala un camino diferente que merece ser conocido y transitado.

[Este artículo fue publicado originalmente en el blog Otras miradas del diario Público/Retrato del papa Francisco dibujado a lápiz por Bogdan Solomenco y extraído de Wikimedia Commons]

Algo más sobre los 10 años de Francisco

View of the Tiber River in the center of Rome at night, Italy. Embankment street, multiple buildings and Saint Peter Basilica in the distance

Ha sido una buena idea dedicar un tiempito a los diez años de Francisco. Han surgido así una serie de reflexiones, positivas y negativas, que ayudan a hacerse una idea más global, al saber cómo perciben otros una serie de datos que, a lo mejor, yo percibo de manera algo distinta.

Pero quizás falta algo importante en esta conmemoración: preguntarnos y examinar también cómo hemos reaccionado nosotros ante esa pequeña revolución jesuánica de Francisco. ¿Por qué? Pues porque la historia que es maestra de la vida, enseña que, aunque las revoluciones pueden ser algo magnífico y necesario, los seres humanos solemos ser bastante malos revolucionarios: primero porque preferimos exigir más que colaborar y, además, porque a los dos días ya estamos peleándonos entre nosotros.

Por eso nos encontramos con que, hasta hoy, todas las revoluciones han fracasado en buena o mediana parte, aunque todas aportaron algo, pero por debajo de lo que de ellas se esperaba. Nombres como Lenin o Stalin, Pancho Villa o Madero o Carranza, Danton o Marat o Robespierre, Daniel Ortega… no son hoy admirados con gratitud, sino simplemente citados como información. Y cuando se les veneró no fue por aclamación popular sino por imposición autoritaria (guardo el testimonio de una comunista atea que volvió a plantearse el tema de la fe cuando visitó el mausoleo de Lenin en Rusia, y comprendió que eso de la superstición no es cosa exclusiva de la religión, sino típica del ser humano). Ahí está también mi amigo Lutero, que tenía más razón que un santo, pero que lo hizo bastante mal. Y el revolucionario que parece más admirado y que más ha conseguido es aquel Jesús de Nazaret que fracasó de la manera más ostentosa: tanto que ni sus mismos seguidores parecen creer que el suyo sea el camino a seguir.

Simplificando un poco, toda revolución tiene una doble tentación:

a) Conseguir lo que busca, de manera autoritaria e impositiva mucho más que por convencimiento y por aclamación democrática. Dando pie así a que se las acuse de “vuelta de la tortilla” más que de manjar nuevo.

b) Concebir la revolución como una realización inmediata de todos mis deseos, olvidando que nada exige más sacrificio que una auténtica revolución. Lo que antes llamé exigir más que colaborar.

Me preguntaron el otro día si temo que haya un cisma en la Iglesia de hoy. Respondí que no creo que haya cisma, pero que el peligro es real. Y ese peligro no viene de la derecha eclesial (que, por mucha ayuda económica que le venga de EEUU, bastante en evidencia está quedando la pobre), viene de que los mismos revolucionarios no serán capaces de entenderse entre sí.

Un ejemplo puede ser el entusiasmo con que hace poco invocábamos la palabra “sinodalidad” (camino conjunto de todos) y hoy hemos visto iglesias que parecen concebir la sinodalidad como “camino conjunto de los míos y yo” nada más. Y no digo esto como crítica a nadie, sino para que comprendamos aquello de Jesús: que la senda que conduce a las revoluciones es una senda estrecha y escarpada, no una autopista de cuatro carriles.

Reconozco que, dada mi edad (89), solo puede quedarme una vidita muy corta: suelo decir que estoy ya en la sala de embarque del aeropuerto esperando a que llegue una azafata, que conecten unos ordenadores y comiencen a llamarnos por filas, o por edades, por condición física o cuidado de niños pequeños… Y mientras llega mi momento me entretengo haciendo alguna llamada o enviando algún guasap. Reconozco que hay dos o tres cambios concretos que mucho me gustaría ver antes de partir, pero acepto que, si yo no los veo, tampoco pasa nada.

Comprendo que muchos que hayan leído hasta aquí tendrán unas ganas enormes de decirme: “cállate de una vez, viejo imbécil”. Y respondo (creo que con cariño): “no temas hermano, que en diez líneas me callo”. Pero, a lo mejor, dentro de 25 años podríamos volver a hablar de esto. Y déjame insistir en el consejo de autoexamen que di al principio.

Solo un minuto más para una postdata, dirigida sobre todo a los historiadores de la Iglesia: sería muy bueno que en adelante la historia de la Iglesia sea un verdadero “lugar teológico” y no una mera colección memorística de papas, concilios, herejías y fechas. Que se estudie la vida interna de cada época eclesial y no solo los sucesos externos que tuvieron lugar en ella. Creo que eso tiene un gran poder formador.

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Referentes de bienestar emocional

¡Ay, el lenguaje! El departamento de Salud ha incorporado en todos los centros de salud de Cataluña decenas de profesionales de la psicología y los ha llamado “referentes de bienestar emocional”. Un referente puede ser alguien que “haga referencia a” o alguien que “encarne unos valores dignos de ser imitados”. Espero por el bien de los profesionales y de las expectativas generadas que estos referentes lo sean por la primera definición, aunque, sin duda los felicitaré y aplaudiré si además son personas con un enorme bienestar emocional personal. 

Ya sin ironías, y con todo el respeto por esta nueva figura, sí que veo una dificultad e incluso un peligro en el lenguaje que utilizamos para abordar lo que hemos definido como “problema del malestar emocional”. Tal como hemos hecho tantas otras veces, vamos generando figuras y recursos para responder a síntomas, pero sin abordar al final las causas de este “malestar” que nos angustia. 

De acuerdo, contrataremos decenas de buenos profesionales y dedicaremos millones de euros, y lo anunciaremos a los cuatro puntos cardinales para que se vea que el bienestar de las personas nos preocupa. Pero nadie pondrá nombre a las cosas o denunciará que estamos construyendo una sociedad emocionalmente tocada en muchos sentidos pero no por falta de “referentes” (o también, sí), sino porque hemos destruido, en nombre del progreso y de un cierto orgullo ignorante, cosas que eran sagradas.

Hemos puesto en un altar valores (que lo son) pero que necesitan de otros como contrapeso para no acabar diluyendo como azucarillos elementos básicos que nos sostienen. Pondré solamente un ejemplo. El pasado mes de diciembre, en la campaña de Navidad, Cristianisme i Justicia presentaba un vídeo en el que se veía originalmente una herida que era recosida por unas manos mientras la voz en off reivindicaba la comunidad. Y creo, sinceramente que la cosa va por ahí. Seguramente en los centros de atención primaria de nuestros barrios hemos de poner referentes de bienestar emocional porque ya no nos soportamos demasiado los unos a los otros; porque hay mucha gente herida por cosas tan evidentes como la soledad o el abandono; porque algunos trabajos les someten a una presión brutal o han perdido su casa; o porque en todos los altibajos de la vida han perdido el sentido de vivir, porque el sentido de vivir, señoras y señores, no es algo tan evidente. 

Queremos seguir viviendo la vida igual que la vivimos ahora, pero queremos hacerlo además con bienestar y las dos cosas, a estas alturas no parecen siempre posibles. Quizás hemos de dejar de hablar tanto de bienestar y empezar a hablar más de reconciliarnos con la realidad de nuestra finitud y rebelarnos, en todo caso, contra todo aquello que niega la dignidad a nuestra vida. Reconciliarnos con nuestra humanidad y rebelarnos contra la inhumanidad. 

En mi vida los referentes de bienestar emocional, curiosamente, han sido aquellas personas que han sabido conjugar bien estos dos elementos: una humanidad vivida a fondo en la proximidad y el calor de las relaciones, y una rebelión sólida y sostenida contra toda forma de injusticia. Para mi estos han sido los referentes y el resto son parches que ponemos a un dolor y a un malestar que seguirá creciendo hasta que acabe por cubrir el mismo sol. 

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Buenismo espiritual

Como parte de una indagación, someramente compartida en mi columna anterior, conocí a Lucía Camo, española y creadora de contenidos en redes sociales. Entre otras cosas, Lucía publicó un libro titulado Yo he decidido estar aquí. Conseguí el libro, lo leí con mucho interés y posteriormente tuve un diálogo con la autora en el cual intercambiamos sentires e ideas.[1] Entre los muchos aspectos que rescataría de la conversación, quiero detenerme en un concepto que me parece fundamental. Se trata del buenismo espiritual. Lucía lo describe en los siguientes términos:

«Ojito porque el tema de ser buenos se nos cuela en muchos sitios y la espiritualidad es uno de los lugares donde a veces reina. El buenismo espiritual es un verdadero asco. Y me vais a perdonar por decirlo así pero he comido de él y me he rodeado mucho de su hedor a lo largo de mi vida. Usar la espiritualidad para generar identidad es caer en el mismo cuento pero con diferente retórica. La espiritualidad es el camino del espíritu y por tanto es un camino individual que nada tiene que ver con factores ni morales, ni éticos, ni sociales, sino sutiles e íntimos. Es un camino de pura intimidad con la existencia, y es sagrado. Por supuesto que, en este camino, al encontrarse con la verdad de lo que eres habrá cosas que no volverás a hacer más. Pero eso no implica que para ser espiritual debas empezar por manipular tu comportamiento. Estoy harta de ver a gente vestida de gurú aguantándose sus demonios y tragando bilis».[2]

Si bien podrían discutirse algunos elementos de su texto, mismos que parecen acercarse a la automodernidad descrita en otra columna (como su énfasis en la dimensión individual de la espiritualidad o su negativa a relacionar espiritualidad con ética y factores sociales), me interesa sobre todo recuperar su concepto de “buenismo espiritual” y comentarlo.

Desde que lo leí, quedé fascinado con el término. Me parece que complementa magníficamente la crítica a la moral del wellness, ese imperativo que confunde espiritualidad con bienestar. Las nuevas subjetividades espirituales -como el spiritual travel blogger-, atravesadas por el wellness y la automodernidad, se ven obligadas a “siempre estar bien”, incluso a tener comportamientos éticos y morales impecables dentro de sus propios criterios, que no necesariamente coinciden con otros grupos sociales. Si describiéramos a modo de caricatura al personaje “espiritual” contemporáneo -dentro del paradigma del que estoy hablando-, normalmente se le presenta como una persona “buena”, ecuánime, tranquila, calmada. Esta imagen puede estar directamente relacionada con la concepción psicologizada de la espiritualidad, la cual reduce las prácticas espirituales al trabajo con las ansiedades, traumas y aflicciones. Todo queda dentro del marco en donde uno se pule a sí mismo, trabaja sus emociones para conocerse y así “ser mejor persona”.

Lo anterior crea un estereotipo de “persona espiritual”, repito, que es calmada, se viste de cierta manera, fomenta cierto tipo de actividades y frecuenta cierto tipo de sitios. Como una persona espiritual tiene que ser una persona buena, se le castigan cruelmente sus debilidades e incoherencias, como si estas fueran contrarias a la búsqueda espiritual o no formaran parte del camino. Por dentro, sin embargo, este personaje espiritual puede estar viviendo una tormenta emocional, tragándose su bilis -como dice Camo- y encubriendo problemas reales que pueden no solo convertirse en serios obstáculos para la vida espiritual, sino que incluso pueden llegar a ser un peligro para sí mismo y los demás. Cabe preguntarse si no estamos frente a un nuevo tipo de puritanismo, una nueva forma de moralismo postmoderno heredado de ciertas corrientes cristianas o incluso si no se trata de una nueva versión de lo políticamente correcto.

El buenismo espiritual repite el mismo gesto que encontramos ya en la psicologización y medicalización de la espiritualidad, así como en el wellness espiritual. Se reduce la espiritualidad a un “estar bien”, tanto a nivel psicológico, físico y ahora en comportamiento. El ya aludido spiritual travel blogger es un buen ejemplo, puesto que su aparente libertad está condicionada a la aceptación o rechazo de sus followers, los cuales le juzgan constantemente impidiendo que se salga de personaje, e incluso si llega a hacerlo, tiene que justificarse ante ellos.

Esta manera contemporánea de entender la espiritualidad suele dejar de lado el trabajo con la sombra, o por lo menos la endulza reduciendo su papel. Peor aún, subraya la individualización de la espiritualidad, la cual deja de ser un contacto o relación comunitaria con la dimensión divina o mistérica de lo real, para terminar siendo un mero aspecto más del autocuidado, vivir una vida con sentido o parte de una identidad social entre otras. En lo que no puedo más que sopesar como un giro exagerado del personalismo moderno, muchas de estas nuevas formas de la espiritualidad contemporánea han dejado de lado la centralidad de los grandes protagonistas de la espiritualidad (llámense Dios, budeidad, el Tao, la Madre Tierra) para posicionar en su lugar el propio bienestar, el cultivo de la identidad individual o incluso una profesión.

El camino ético ha acompañado desde siempre a las distintas tradiciones. En el budismo, por ejemplo, toda practica meditativa ha de ir acompañada de Śīla, los principios morales. Cualquier comunidad de los pueblos originarios regula la vida a través de distintos códigos morales entre los miembros de la comunidad, y no me refiero únicamente entre humanos, también con los demás habitantes del territorio, tales como los bosques, lagos, animales y montañas. La mística cristiana, por su lado, ubica la práctica de las virtudes como el paso más elemental en la vida mística. Tradicionalmente se ha denominado como la vía purgativa, en la cual la persona se va deshaciendo de sus desórdenes en aras de cultivar la virtud.

En ese sentido, la ética siempre ha formado parte de la vida espiritual. El riesgo se da cuando los códigos de comportamiento se convierten en fines en sí mismos, confundiendo espiritualidad con legalismo. Tristemente esto ha sido demasiado común en las grandes religiones. Históricamente han sido las nuevas espiritualidades las que han criticado este moralismo -sobre todo el sexual- de las religiones. Lo curioso es que hoy contemplamos el retorno de este moralismo ahora en su forma de buenismo espiritual. Quizás ya no es la Iglesia o los gurús los que imponen normas morales opresoras, sino que es el propio estereotipo de “persona espiritual” la que sirve de vigilancia y castigo a quienes, diciéndose espirituales, muestran de algún modo u otro su humanidad.

Tal vez ya no es la clásica moral religiosa la que domina las narrativas espirituales contemporáneas, salvo importantes excepciones. Sin embargo, en la era de la psicologización y medicalización de la vida, una nueva moral se asoma para reclamar su hegemonía. Se trata de la moral del “bienestar” en todos sus niveles, misma que da como resultado el buenismo espiritual como una exigencia social -pero también autoexigencia- hacia las y los practicantes espirituales. Mientras nos empeñemos en reducir la espiritualidad a una serie de prácticas para “estar bien”, no podemos esperar otro resultado más que la condena y el juicio a todas y todos aquellos que según dichos parámetros no lo están. Y así, de nuevo, se cuela la jerarquización espiritual junto con todos sus males y peligros.

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[1] https://www.youtube.com/watch?v=ZnLcUH7JSH0&t=1s

[2] Lucía Camo, Yo he decidido estar aquí (Madrid: autoedición, 2020) 63.

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¿Francisco o Jorge Mario Bergoglio? Marcar a la izquierda, girar a la derecha

Hace diez años fue elegido el cardenal Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco para -según ha declarado recientemente- poner fin a la corrupción que estaba saqueando el patrimonio de la Santa Sede; disolver el centralismo vaticano y la mentalidad cortesana que pululaba alrededor del papado y acabar con la pederastia clerical. Casi nadie cuestiona que se ha convertido, desde entonces, en una referencia mundial. No extraña, por ello, que estemos asistiendo a un aluvión de valoraciones sobre su gestión al frente de la Iglesia católica durante el tiempo transcurrido. Ni tampoco que tales valoraciones respondan a una gran diversidad de tendencias ideológicas. Pero, de todas ellas, hay una que me ha llamado la atención: la de Luis Badilla, el director de Il Sismografo con R.C. Estos periodistas establecen una curiosa y, a la vez, interesante diferencia, entre el papa mediático -al que llaman Francisco- y el papa soberano, al que denominan Jorge Mario Bergoglio. 

A este último, reconocido así en recuerdo de su gestión al frente de la archidiócesis de Buenos Aires, le asquean las tramas cortesanas y las luchas por el poder, pero procede como un gobernante absoluto que controla todo desde “su fortaleza de Santa Marta”, interesándose, incluso, por las cosas más pequeñas. En el Vaticano, apuntan, no se mueve una hoja sin su consentimiento. Pero este papa coexiste con otro, con Francisco, muy popular. Es un gran líder, con muchísimo carisma en las calles, aunque, señalan críticamente, es bastante posible que esté demasiado inflado por cierta prensa y círculos periodísticos. La sorprendente conjunción de estos “dos papas” permitiría explicar que, a veces, tengamos delante un personaje dulce, afable y grandísimo comunicador y que, en otras, nos encontremos con un monarca absolutista, amante de ordenar, legislar y proceder con toda la autoridad que tiene, que no es poca. Con bastante frecuencia, concluyen, estos “dos papas” coinciden armónicamente. Pero no faltan las ocasiones en las que colisionan. Cuando ello sucede, emerge un personaje que “marca a la izquierda y gira a la derecha”. Y al revés. 

Esta inédita valoración me llama la atención no tanto por la trama de los tipos formales en juego, sino por su incidencia en un asunto que entiendo capital para el futuro de la Iglesia católica, al menos en la Europa occidental y para evaluar el papado de Francisco: su afrontamiento del clericalismo. Y más en concreto, dos datos: por un lado, la concentración de poder y sacralización del mismo que, según investigaciones recientes, explica el drama de la pederastia eclesial. Y, por otro, que la iglesia alemana se haya implicado en afrontar este problema con particular coraje y lucidez: el pasado septiembre los católicos y los obispos estuvieron de acuerdo en que la Iglesia necesitaba promover, como agua de mayo, “una cultura de deliberación y toma de decisiones conjuntas en la que la transparencia y la separación de poderes se pudiera realizar como expresión de la sinodalidad”, es decir, caminando todos juntos, sin dejar de desempeñar sus diferentes responsabilidades. 

Y para que eso no se quedara solo en un buen deseo habría que poner en funcionamiento el llamado consejo sinodal alemán; una nueva institución que, representativa de todos los católicos, tendría que estar capacitada para tomar “decisiones fundamentales” “sobre planificación pastoral, perspectivas de futuro y cuestiones presupuestarias”. ¿Cómo? Aceptando que, para que una propuesta se considere aprobada, es necesario que cuente con una mayoría cualificada de “dos tercios de los miembros de dicho consejo sinodal, lo que también incluye una mayoría de dos tercios de los miembros de la Conferencia episcopal alemana presentes”. Este consejo sinodal vendría a ser algo así como una cámara que, a la par que cuenta con dos ámbitos diferenciados e interrelacionados (bautizados y obispos), respeta la singularidad y responsabilidad de estos últimos en cada votación. Los católicos alemanes entienden que, al despojar a la autoridad de su formato absolutista en favor de otro más corresponsable, y, por ello, “vinculante”, se estarían empezando a cuartear los cimientos del clericalismo. 

Los pesos pesados de la curia vaticana no han tardado en indicar -con el consentimiento del papa- que la institución de tal consejo no es de recibo porque debilita la autoridad y el poder unipersonal de los obispos. El enfrentamiento está servido. Confieso que se me escapa cómo el actual papa puede ayudar, en último término, a resolver este problema y la tragedia que lo explica. Pero, vista la descripción ofrecida por Luis Badilla y R.C., más los  datos aportados, me temo que seamos muchos los que pensamos que, en este asunto, el monarca Jorge Mario Bergoglio tiene todos los boletos para acallar al popular Francisco. Pero como, a veces, también marca a la derecha y gira a la izquierda, “me daría con un canto en los dientes” si el papa Jorge Mario Bergoglio, escuchando a Francisco, abriera un nuevo tiempo para reconsiderar, de manera sinodal, este asunto en la Iglesia alemana; y, con ella, en toda la Iglesia católica.

[Este artículo ha sido publicado originalmente en El Diario Vasco/Imagen extraída de Wikimedia Commons]