¿Es la caridad un «lugar teológico»? Se habla de «lugar teológico» como uno de los «diversos ámbitos a partir de los cuales la teología puede elaborar su propio conocimiento o de las diferentes fuentes a las que recurre: la Escritura, la tradición, los Padres, el magisterio, la liturgia, etc.»[1], según la definición dada por el teólogo Melchor Cano en el siglo XVI[2]. Si de lo que se trata es de ordenar de manera sistemática el discurso argumentativo que se puede tener sobre Dios, entonces la caridad tiene pocas posibilidades de ser considerada un «lugar teológico». En efecto, es una experiencia de límites inciertos, con un lenguaje a veces vacilante y aparentemente muy frágil. El ámbito de la caridad no remite a elementos bien definidos, sólidos, estables y ordenados, como ocurre, por ejemplo, con un texto escrito. De hecho, todas las fuentes teológicas citadas por Melchor Cano son textos; pero con la experiencia ya no tratamos con argumentos que se pueden sopesar, comparar, etc. ¿Cómo entonces, partiendo de aquí, se puede ir hacia un discurso argumentativo?

Dicho esto, se podría observar que las fuentes citadas por Melchor Cano se refieren en efecto a experiencias, comenzando por las Escrituras, que para nosotros son la huella de la experiencia de Dios hecha por un pueblo y numerosos testigos. Conviene también añadir que la teología no se reduce a una recopilación de argumentos, sino que busca presentar la historia de la alianza y el acontecimiento de la salvación y dar cuenta de ello en un lenguaje comprensible. Por lo tanto, no solo se debe decir que la «caridad» es un lugar teológico, sino mucho más, que es el lugar por excelencia de la iniciación a la vida en Dios. El encuentro con Dios, de hecho, nos hace experimentar su amor. Por lo tanto, una teología que no esté centrada en el amor corre el riesgo de alejarse de su fuente, de secarse. Y luego, a partir de aquí, ¿no deberíamos sostener que toda experiencia de un verdadero amor introduce potencialmente al conocimiento de Dios?

Afirmar esto significa subrayar que el conocimiento de Dios no es en primer lugar una cuestión de doctrina, por más que esté correctamente expresada, sino que es un encuentro, una acogida y un camino hecho juntos, donde la relación con los demás y la relación con Dios están íntima e indisolublemente entrelazadas. Aquí está en juego el concepto de revelación propuesto por el Vaticano II: «Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas»[[3]]. En otras palabras, la revelación no es solo una doctrina, sino que son hechos, obras realizadas por Dios, asociadas a palabras que nos permiten comprenderlas y comprender a Dios. Por esto Juan puede escribir: «Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1  Jn 4,7). Si las palabras se separan de lo vivido (del amor del que se beneficia), entonces corren el riesgo de secarse.

Este conocimiento de Dios, que es acogida de su amor, es llevado por las comunidades cristianas, y por cada uno de sus miembros, en su manera de hacerse presentes a aquellos que encuentran. De esto se entiende que los compromisos caritativos y las luchas por la justicia no son para la Iglesia una actividad secundaria, periférica, respecto al núcleo de la fe, sino que para los cristianos y para las comunidades se trata de un encuentro con su Señor y de una manera de difundir el Evangelio del Reino. «Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia»[[4]]. El vasto mundo de la caridad constituye para la Iglesia la ocasión para reflexionar de nuevo sobre el lugar que para ella tiene la solidaridad: no un aspecto accesorio de la comunidad, sino una realidad que significa el corazón de su fe, de su experiencia de Dios, cuando deja pasar en ella, y por medio de ella, el amor que Dios le comunica.

¿Qué significado particular asume hoy este llamado a amar, que permite conocer a Dios? Esta pregunta nos obliga a proponer una lectura del contexto actual, que es el de la globalización neoliberal. A partir de aquí, nos podremos preguntar qué rasgos del rostro de Dios se ponen de relieve en este caso. Y cómo podría nacer una manera diferente de estar en el mundo.

¿Cuáles son los énfasis específicos para la caridad hoy?

La globalización permite a innumerables actores ponerse en relación. De por sí, es una buena noticia, excepto cuando la lógica de la competencia toma el control, hasta pretender regular de manera exclusiva todas las relaciones sociales y humanas. Entonces, cada actor se siente inseguro; se le plantea la cuestión de su propio valor, del lugar que puede tener y de su propia utilidad. Algunos —los más frágiles, los menos eficientes— se sentirán cuestionados en sus razones de estar en el mundo, en su misma existencia.

Se entiende entonces que personas, empresas e incluso regiones, países o continentes enteros vivan en la angustia de quedar como actores individuales, portadores de una historia y de una riqueza que solo ellos pueden expresar. Algunas islas corren el riesgo de ser sumergidas; minas devastan regiones enteras, mientras nuevas prácticas productivas desestabilizan las economías locales. Los ejemplos son innumerables. Y esto provoca reacciones de todo tipo, que a menudo contribuyen a hacer las relaciones aún más brutales.

Frente a todo esto, nos parece que la caridad enfoca la atención en tres puntos: 1) no se resigna al hecho de que las relaciones humanas sean reguladas por una lógica puramente contable; 2) busca siempre alcanzar a aquellos que «no cuentan» y que viven «a la sombra de la muerte» (Lc 1,79), para mantener con ellos los lazos de una historia compartida; 3) al hacerlo, nos obliga a redescubrir la importancia de esos lazos que nos llaman a la vida y nos mantienen en la existencia.

La «caritas»: resistencia a la invasión de las lógicas contables

En el ámbito de los intercambios institucionales, cada uno busca expresar lo que tiene de único. Cada uno se presenta a los demás y trata, con sus gestos, sus palabras y sus acciones, de comunicar su ser a los otros, de compartir con ellos el ser extraordinario que es y que sigue siendo en gran parte un misterio incluso para él mismo. Para hacer esto, está obligado a inventar nuevas maneras de expresar su singularidad, con el fin de hacerla accesible y comprensible a los demás.

Cuando el ámbito de los intercambios está dominado casi exclusivamente por la competencia, cada uno, instintivamente, tenderá a expresarse en la modalidad de lo que se puede comparar, medir, calcular. Como dice Byung-Chul Han: «En el régimen neoliberalista, la sociedad industrial masificada se transforma en una sociedad del rendimiento, en la que competimos con el fin de incrementar nuestro desempeño»[[5]]. Pero entonces, lo que en cada uno es único pierde interés, porque, por definición, no se puede comparar lo que es singular. Cada uno se ve, por lo tanto, obligado a dejar de lado sus cualidades propias, a favor de lo que puede entrar en el juego de la competencia, que es del orden de las capacidades medibles, de una eficiencia objetivable. Esta disciplina permite a los actores mantener su lugar en el campo de los intercambios calculados, pero difícilmente les permite decir quiénes son. ¿Vamos entonces hacia la extinción absoluta de las singularidades? No, ciertamente, porque las singularidades nunca renuncian a expresarse, pero todo lo que les queda para hacerlo son espacios marginales (vida privada, círculos de amigos, relaciones interpersonales), o bien modos de expresión accesibles solo a una pequeña minoría (la creación artística, literaria, los pasatiempos).

A muchos, privados de los lugares y los medios para decir quiénes son, solo les queda su enojo para hacerse escuchar. Se convierten en fervientes defensores de una identidad nacional, cultural o religiosa puesta por encima de las demás, a menudo ampliamente reinventada para la ocasión y políticamente instrumentalizada[[6]]. O bien se vuelven destructivos y violentos, pero entonces solo muestran una caricatura de sí mismos. En cualquier caso, un mundo que se organiza casi exclusivamente sobre la base de intercambios calculados se vuelve ciego a las singularidades: en él todo es estandarizado, homogeneizado, predecible y aplanado. Todo se mide, pero lo que es verdaderamente nuevo corre el riesgo de pasar completamente desapercibido.

Ahora bien, la verdadera novedad —quizás la única que esté a nuestro alcance— proviene, como ha subrayado Hannah Arendt, de la «actualización de la condición humana de la natalidad»[[7]]. El nacimiento de un nuevo ser, fenómeno absolutamente incalculable, es lo que verdaderamente sorprende al mundo. Y tales nacimientos no pueden ocurrir sin amor. Por eso, la caridad puede ser vista como aquello que lucha con todas sus fuerzas contra la reducción del mundo a un sistema de intercambios calculados. Lo hace con múltiples medios, y hace sentir su llamado cada vez que se rechaza la ley de la competencia, cada vez que se consideran otros criterios que, de una forma u otra, dicen que el otro es considerado por lo que es, y no por lo que puede aportar.

[Para leer el artículo completo visitad la publicación original, aparecida en La Civiltà Cattolica]

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[1] «Luoghi teologici», en P. Coda (ed.), Dizionario critico di teologia, Roma, Borla – Città Nuova, 2005, 785.

[2] En su obra más importante, De locis theologicis, publicada en Salamanca en 1563, habla de 10.

[3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Dei Verbum, n. 2; cursivas nuestras.

[4] Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 25

[5] Cf. B.-C. Han, Vita contemplativa o dell’inazione, Milán, nottetempo, 2023, 104.

[6] Cf. Documento de Abu Dabi sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, 4 de febrero de 2019: «Por esto, nosotros pedimos a todos que cese la instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo o al fanatismo ciego».

[7] H. Arendt, Vita activa. La condizione umana, Milán, Bompiani, 1994, 129.

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Étienne Grieu
De formación geógrafo y luego doctor en teología, ha sido rector de las Facultés Loyola Paris de 2016 a 2024. Sus temas preferentes de investigación abarcan: diaconía de la Iglesia, sacramentos, eclesiología, opción por los pobres y ministerios. Entre sus publicaciones cabe destacar la más reciente: Le Dieu qui ne compte pas. A l’écoute des boiteux et des humiliés (Salvator, 2023).
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