«No hay que ex-asperarse, hay que es-perarse.
La exasperación es una negación de la esperanza».
(Stéphane Hessel, ¡Indignaos!)
Hace varios años, la película de la directora libanesa Nadine Labaki, de la cual he tomado prestado el título para este artículo, nos relataba en forma de parábola un mensaje que nos es universal: las tensiones y los conflictos que se viven en una localidad determinada por las diferencias que existen entre los habitantes. Presentada como una comedia dramática, vemos a un grupo de mujeres, cristianas y musulmanas (acompañadas y coludidas con el sacerdote y el imam del pueblo), llevar a cabo una serie de acciones y hacer todo lo humanamente posible, para que los hombres de ese pueblo, del cual no conocemos el nombre, no desentierren las armas que tienen escondidas y retomen el conflicto armado que está esperando una pequeña chispa, la que sea, para estallar. Hacia el final de la película (advertencia: spoiler alert) y después de una serie de peripecias de este grupo de mujeres, Nadine Labaki cierra la película de esta manera: las mujeres han cambiado de religión, intercambiando sus ropas, las mujeres cristianas se han hecho musulmanas y las musulmanas se han convertido en cristianas. De esta manera, ahora los hombres no pueden atacarse entre sí, ni atacar a otros aldeanos, puesto que, a partir de ese momento, todos están casados con una mujer de la religión contraria a la suya. La película cierra con esta interrogativa: ¿y ahora a dónde vamos?, dejándonos en la incertidumbre de un final abierto, lo cual me hizo pensar en los últimos acontecimientos de la actualidad política francesa.
Han pasado varios días desde que tuvieron lugar las elecciones europeas y en la que los resultados motivaron a que el presidente de Francia disolviera la Asamblea Nacional, y con ello, organizar, de manera anticipada, elecciones legislativas, que, en el caso de Francia, conciernen dos vueltas. El resultado de la primera vuelta hizo tomar conciencia de la posible e inminente llegada de la extrema derecha al poder, y con ello, varias iniciativas nacieron para impedirlo: un grupo de jóvenes católicos miembros del colectivo Anastasis hizo un llamado nacional, en nombre de los valores del Evangelio, para bloquear a la extrema derecha, esto derivó en la firma colectiva de más de 10 000 personas de confesión cristiana para apoyarlo. Por su parte, los Obispos del norte de Francia (Arras, Cambrai y Lille) hicieron un comunicado haciendo énfasis en desarrollar una sabiduría política que en sus palabras se traduce en “una tradición humanista, fiel al servicio del bien común, atenta a los más pequeños, con humildad para escuchar y con solidaridad universal”; finalmente, el nacimiento del Nuevo Frente Popular permitió reunir a los principales partidos de izquierda en una gran coalición. Gracias a esta gran movilización ciudadana, la extrema derecha no podrá gobernar —por ahora— en Francia. Sin embargo, el país está fracturado, la sociedad francesa lleva muchos años con signos contundentes de la erosión del tejido social que se traducen en una crítica mayoritaria de las ayudas sociales de parte del estado hacia las personas en situación precaria (los desempleados o las personas indigentes), un aumento de resentimiento social de tipo “el pueblo vs. la élite” (aquí cabe recordar el conflicto de los Chalecos Amarillos de 2018 y las huelgas contra la reforma de la jubilación del 2023), el aumento del rechazo hacia la alteridad, que se traduce en una crispación exacerbada hacia las personas migrantes y de confesión musulmana, y una demanda cada vez más creciente de una figura de autoridad, una especie de figura mesiánica que va a resolver todo, el “hombre providencial”. Y al mismo tiempo, vemos la aparición de nuevas formas de compromiso social, así como de incidencia pública y cultural de la sociedad civil que tratan de dar un nuevo sentido a esta sociedad francesa que está cambiando, tratando de religarla a través del diálogo y de acciones que buscan encontrar caminos comunes que puedan ayudar a afrontar los desafíos de esta sociedad resquebrajada.
El resultado de la segunda vuelta de las elecciones legislativas nos hace sentirnos aliviados, sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer para reforzar la democracia: organizarnos y retomar el trabajo de base, con y desde la gente, militar para tener mejores políticas públicas, especialmente para las personas en situación precaria, para el cuidado y la salvaguarda de nuestra casa común, así como para acoger e integrar a las personas migrantes, entre muchas otras cosas más. Hoy, más que nunca, necesitamos construir una sociedad más inclusiva, más fraterna, más sororal, más justa y más solidaria, donde tengan cabida la interculturalidad, el reconocimiento de la alteridad y el diálogo interreligioso. No podemos olvidar que todos dependemos de todos, como nos lo recuerda Laudato Si’, “todo está interconectado”.
Leonardo Boff, en su libro La crisis como oportunidad de crecimiento, lo resume de esta manera: “hay momentos en la vida en que, para subir, es preciso descender y entrar en crisis… la crisis es el nicho generoso en el que se prepara un mañana mejor, y sabemos quedarnos firmes, aceptando el desafío y esperando contra toda esperanza… Recordando las sabias palabras de Platón, evocadas en los años treinta en Alemania, en tiempos de crisis e incertidumbre, por el gran filósofo Martin Heidegger: ‘ta megála pánta episfále’, es decir, todas las cosas grandes acontecen en la crisis, en el torbellino”.
En estos tiempos revueltos y turbulentos, como ciudadanos, estamos invitados a renovar nuestro compromiso en la construcción de una sociedad mejor; y como católicos, a arraigarnos en el Evangelio, haciendo nuestras estas palabras de esperanza: “En el mundo tendréis tribulaciones, pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
[Imagen de NnoMan Cadoret (@nnoman1)]