Una noche de otoño estuve hablando con Joan. Él y su esposa tienen una hija que se ha puesto enferma de una enfermedad de las que requieren mucho tiempo de atención por parte de la familia. Estuvimos compartiendo con Joan los sufrimientos, las desesperaciones y las esperanzas que conllevan la enfermedad.
Cuando nos despedimos, me sorprendió que en la larga conversación que mantuvimos, Joan no hubiera hecho ninguna de las dos preguntas que salen tan a menudo en este tipo de situaciones: «¿Por qué me ha tenido que pasar a mí?»; y «¿Si Dios existiera, por qué permitiría esta enfermedad?». Pensé que estuvo bien no dar vueltas sobre estos porqués: así tuvimos todo el tiempo para reflexionar, no sobre los porqués sino sobre los cómos. Pudo clarificarse y serenarse sobre cómo acompañar a su hija enferma, cómo trabajar la relación con su esposa, cómo acompañar a los otros hijos que están afectados e implicados en la enfermedad de la hermana, cómo encontrar espacios para descansar de un problema tan absorbente, cómo salir adelante en su vida profesional…
La situación de Joan –y la de tantos otros Joans o Joanes que sufren por enfermedades inexplicables de sus hijos– me hace pensar en unos versículos de la carta de san Pablo a los cristianos de Corinto:
«Los judíos quieren ver señales milagrosas y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos a un Mesías crucificado. Esto resulta ofensivo a los judíos, y a los griegos les parece una tontería; pero para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, ese Mesías es el poder y la sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios puede parecer una tontería es mucho más sabio que toda sabiduría humana; y lo que en Dios puede parecer debilidad es más fuerte que toda fuerza humana» (1 Cor 1, 22-25).
La sabiduría paradójica y escandalosa de Joan y de san Pablo consiste en:
- No querer –como «los griegos»– identificar las culpas/causas de acontecimientos malos: ni las inmediatas (¿por qué a mí?, ¿qué he hecho yo para merecerlo?) ni las remotas (¿por qué Dios lo permite?).
- No quedar paralizados –como «los judíos»– esperando un milagro: esperando un Dios mago que haga el prodigio de hacer desaparecer las enfermedades que requieren nuestra paciente atención.
- Y sentirse acompañados y apoyados por Jesús de Nazaret, que quiere a los humanos desde dentro, porque se ha hecho solidario de todos ellos hasta la muerte en cruz.
De hecho, cada acontecimiento es el fruto de miles de causas, muchas de las cuales no podemos identificar ni eliminar. Lo que sí podemos hacer es ir identificando en cada momento los cómos: las actitudes y acciones que permitirán que la gente implicada sufra lo mínimo y tenga la máxima paz.
Y es que el Dios de la tradición bíblica nos invita a no perder el tiempo buscando porqués y determinando con una vana sabiduría qué es el bien y qué es el mal (Gn 2,15-17). En realidad, buscando los porqués de lo que pensamos que es un mal («los griegos») o invocando fuerzas que lo supriman («los judíos») perdemos la energía para averiguar cómo hacer que aquella situación sea algo más buena de lo que nos parecía al principio. Dios gasta sus energías haciéndose solidario de nuestra historia humana. En Jesús, comparte nuestra condición humana hasta el final y nos enseña cómo amar a los que más sufren.
Joan –Joans y Joanes–: gracias porque amando a vuestros hijos enfermos, nos enseñáis cada día a amar como Jesús.
Una profunda y sencilla forma de afrontar lo inexplicable. Gracias por este escrito y por compartirlo.