Decía San Vicente Ferrer que “el momento más oscuro de la noche, es justo el instante antes del amanecer”. Durante la vigilia pascual, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, nos desplazamos, en medio de la noche, para escuchar un relato que nos invita a hacer memoria de la historia de un pueblo, que a través de un largo recorrido, atravesó muchas noches. De la belleza de la creación, a la nueva alianza con Abraham; del camino recorrido durante el éxodo al desarraigo en el exilio, de la voz de los profetas y al compás de los cánticos de los salmos, Dios va acompañando a su pueblo en medio de la penumbra y las incertidumbres, recordándoles con amor, que a pesar de todas las tribulaciones, Él va tejiendo amaneceres nuevos, pero para ello, es necesario ponerse en marcha, salir a lo desconocido, dejar nuestras (pocas) certezas y nuestras (muchas) inseguridades. A lo largo del recorrido de estas historias, llegamos a la Buena Noticia, a un Evangelio que nos anuncia que la resurrección de Jesús acontece en medio de la obscuridad y que la intervención de Dios es radical: la muerte no tiene la última palabra, Jesús está vivo y en medio de nosotros. Por ello, Pascua es una lección de vida, y la Resurrección de Jesús, una lección de fe, o en todo caso, una invitación a creer. ¿Y qué es lo que creemos? Creemos firmemente que Dios anuncia amaneceres resplandecientes para todos y para todas: Dios anuncia un mañana para el pueblo de Gaza así como para el de Ucrania, sin olvidar a todos los otros países que están en guerra o viviendo en regímenes autoritarios, obligando a toda su gente a vivir en el exilio forzado, buscando una tierra prometida. Dios anuncia mañanas luminosas para las madres buscadoras de los desaparecidos en México, así como justicia para las mujeres víctimas de feminicidio. Dios promete un porvenir digno para las infancias violentadas, para las minorías rechazadas, para todas las personas que se convierten en migrantes atravesando fronteras, para todos los empobrecidos y los excluidos de la tierra, los anawim de hoy, de nuestra casa común. Sin olvidar nuestros dramas personales o familiares, Dios va aclarando el camino gracias a la presencia de tantas personas que nos van aluzando, transformándose en el quinqué de nuestras vidas, resguardando la llama de nuestra esperanza. Si creemos en Jesús y si en esta Pascua hemos renovado las promesas de nuestro bautismo, estamos llamados a tomarnos su Evangelio en serio, a ser profetas de esperanza, a salir a los cruceros de la vida, a las orillas del mundo, a poner manos a la obra y pies en marcha, a ser fermento, ahí donde se encuentran los caminos de Dios con las realidades de la humanidad.
Que la fe en la resurrección sea nuestra fuerza discreta para transformar este mundo: con audacia colectiva, con mirada renovada, con paso firme y constante, traspasando las fronteras de este mundo y del otro que está por venir, con esperanza lúcida y fecunda, confiando y afirmando, a pesar de todo y contra todo, que la muerte no tendrá la última palabra en nuestra historia.
Que podamos hacer resonar con fuerza, todos los días, en lo cotidiano y en lo rutinario, las palabras que en alguna ocasión Leonardo Boff compartió:
Para los cristianos y las cristianas,
la hierba no creció sobre la sepultura de Jesús.
A partir de la crisis del viernes de la crucifixión,
la vida triunfó.
Por eso la tragedia no puede escribir el último capítulo de la historia,
ni de la Madre Tierra.
Este lo escribirá la vida en su esplendor sola.
¡Felices pascuas de resurrección!
[Imagen de Christoph Schütz en Pixabay]