Pongamos que se llama Juan y es vigilante del museo Thyssen-Bornemisza. Hoy le toca trabajar de tarde. A eso de las seis, una de las horas punta de visitas, se pasea por la sala donde está expuesta La piedad de José de Ribera –Jusepe para los italianos–. Juan conoce bien el cuadro, lo ha observado cientos de veces: María Magdalena besa los pies de Jesús; Juan, el único discípulo bajo la cruz, recuesta al Señor en el sudario; María, doliente, dirige una oración al cielo; el rostro de José de Arimatea se intuye entre las duras sombras de la escena.

Juan, el vigilante, está fijándose en las manos de su tocayo: sostienen a Jesús por los hombros. La mirada desciende en vertical hacia el sudario, la parte más luminosa de la obra junto al cuerpo del Señor. De repente, lo que han parecido siempre unos simples pliegues en la tela comienzan a dibujar otra forma, una menos casual y desordenada: un ojo. ¿Un ojo? ¿En medio del sudario? Sí, parece un ojo. Las arrugas de una sábana no podrían tener una forma tan definida. Después de que Juan lo contara y se hicieran los estudios oportunos, el dictamen fue claro: Ribera había pintado un ojo en el sudario que llevó el cuerpo muerto de Jesús.

No ha sido un añadido posterior, y empieza el tiempo de la interpretación. ¿A quién pertenece ese ojo? Sus líneas, su expresión, parecen esconder un gran enfado, rabia y cólera. ¿Podría ser el del Padre? Eso no parece casar bien con la teología de la cruz: todo estaba cumplido; Dios, si no contento, debería estar complacido en su Hijo, preparando junto al Espíritu la resurrección. ¿Será el ojo de Ribera? No se entiende: ¿por qué pintarse a sí mismo enfadado, pasar a la posteridad así, en medio de una piedad? Una hipótesis oscura, pero razonable, se abre paso entre las sombras: Ribera pintó, en el sudario de Jesús, el ojo rabioso del diablo.

En el año 1633 José de Ribera vive en Nápoles. Su estilo está empezando a cambiar: aparecen colores más vivos, ya no es todo tan negro. Desde la periferia napolitana, puede contemplar cómo Europa se desangra en los campos de batalla. Estamos justo a la mitad de la Guerra de los Treinta Años, esa que enfrenta, con la religión como pretexto, a casi todas las potencias europeas, y que cambiará –puede que para siempre– la relación entre el Estado y la fe. En medio del drama, Ribera pinta una piedad, el cuerpo ya descendido de la cruz del Hijo de Dios, víctima de la injusticia, siendo depuesto en un sudario. Y al diablo todo él presente en su ojo, sinécdoque con mayúsculas de la rabia y del enfado.

¿Por qué puede estar enfadado el demonio? ¿No sería tiempo, este de la guerra, para que Luzbel estuviese feliz, contento? ¿Qué ha pasado en el sudario de Cristo para que Satanás esté en él contrariado para siempre? Porque Ribera, pintando en el 33 del Seicento algo que sucedió en el 33 de la vida de Jesús, está proclamando con fuerza algo: lo que sucede en la escena sigue siendo verdad. El diablo continúa enfadado, increíblemente, a pesar de la guerra y de tanta muerte.

¿Qué le hace a Ribera afirmar esta locura? ¿Puede que el demonio supiera que Jesús resucitaría al tercer día? No lo sabemos. Aunque el sudario, lleno de sangre y sudor, vaya a ser el primer testigo de la resurrección, todavía no estamos en ese punto. Pero el diablo aparece ya, en su ojo, colérico y derrotado. Antes incluso de que venga la alegría y la vida nueva de la resurrección, Dios ya ha aceptado correr la misma suerte que cualquier víctima de la injusticia humana. Ya ha muerto en la cruz, su cuerpo descansa en el sudario.

Cómo le hubiera gustado al diablo que Jesús no hiciera eso, que se volviese a su casa, que dejase solos a los muertos de las guerras y de tantas violencias locas. El diablo odia el sudario, porque es el lugar en el que el Dios muerto se ha colocado junto a los cadáveres de las mujeres y los hombres, de los niños muertos injustamente. El lugar donde reposan juntos para siempre, ya antes de la resurrección, esperándola con el costado abierto.

Ribera estaba loco, pero tenía razón: el diablo está rabioso. Dios está todavía en el sudario. En todas las sábanas tristes del mundo.

[Fragmento de La piedad de José de Ribera]

¿TE GUSTA LO QUE HAS LEÍDO?
Para continuar haciendo posible nuestra labor de reflexión, necesitamos tu apoyo.
Con tan solo 1,5 € al mes haces posible este espacio.
Foto del avatar
Sacerdote jesuita. Licenciado en Teología Fundamental por la Pontificia Universidad de la Italia Meridional (Nápoles). Trabaja en el Grupo Comunicación Loyola y en la pastoral universitaria de la Compañía de Jesús en Valladolid. No sabe si le gusta Barbie.
Artículo anteriorJacques Loew, primero ateo, luego sacerdote obrero, luego…
Artículo siguienteAnte la nueva exhortación ecológica del papa

1 COMENTARIO

  1. […] No obstante para el Magazine Colectivo Perrotrespatas, bien vale la pena que los lectores ateos y creyentes, reflexionen ante la lectura humanista que se hace del Ojo y de su visibilidad en 2023, en la obra de 1633 de Josep de la Ribera, paradójicamente visible previo al Genocidio sionista israeli contra niños y bebes palestinos, desde el tanque de pensamiento de una de las pocas progresivas congregaciones cristiano católica, la catalana publicación Cristianisme i Justícia (octubre 27 de 2023): […]

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingresa tu comentario!
Please enter your name here