[Artículo escrito conjuntamente por Miriam Feu y Maria Bramona]
“La pobreza que mata es la miseria, la hija de la injusticia, la explotación, la violencia y la distribución injusta de los recursos. Es una pobreza desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas”.
(Palabras del papa Francisco con motivo de la VI jornada mundial de los pobres)
La subida de precios de bienes y servicios de primera necesidad ha llegado mientras todavía seguimos subsistiendo en los estragos de la pandemia. Y para muchas familias, sobre todo las más vulnerables, no ha supuesto más que el mantenimiento de la condena en la marginalidad y la exclusión que la gran recesión iniciada en 2008 decretó. Nada nuevo, y al mismo tiempo, nada tan alarmante.
Que las víctimas que sufren con mayor intensidad las consecuencias de las crisis sean siempre las mismas, los hogares en situación de mayor vulnerabilidad, lo hemos oído muchas veces. El último informe de la Fundación FOESSA, presentado a principios de 2022, nos mostraba cómo la exclusión social ha aumentado del 18,3% hasta el 23,4% en la población española[1], con 6 millones de personas descartadas de nuestra sociedad. Y son 2,2 millones en Cataluña[2]. En un informe posterior, recientemente publicado, FOESSA ha calculado el presupuesto necesario para una vida digna, y ha constatado que 3 de cada 10 hogares no disponen de estos ingresos mínimos[3]. Nada nuevo, nos repetimos, ante unas cifras que enmascaran rostros. No podemos dejar de recordarnos que la pobreza y la exclusión son hijas de la desigualdad, que aumentó durante la gran recesión de 2008, lo ha vuelto a hacer de forma más intensa durante la crisis de la Covid y sigue creciendo en la actualidad, convirtiéndose en un problema estructural y de gran magnitud en nuestra sociedad. Esta desigualdad es palpable y se vive, no es simple retórica. La podemos ver en los esfuerzos de las personas que no pueden diversificar sus recursos, porque se empeñan en sobrevivir pagando la alimentación y la vivienda.
Haciendo un ejercicio de abstracción, si dividiéramos a nuestra sociedad en un edificio de cinco plantas, siendo la primera planta los vecinos que menos ingresos tienen y la quinta planta los de más ingresos, veríamos que los vecinos que más renta han perdido han sido los del primero, los más pobres, mientras que los únicos vecinos que no perdieron renta durante la pandemia, sino que la ampliaron, fueron los vecinos más ricos, los del quinto. La desigualdad en términos de renta en Cataluña, entre vivir en la quinta planta o vivir en la primera, ha aumentado más del 40% en solo tres años, una cifra superior al incremento que tuvo durante la crisis de 2008. La pandemia intensificó las carencias estructurales de nuestro modelo socioeconómico, y amplió la distancia entre la realidad vivida por las personas que pudieron mantener su trabajo de forma ininterrumpida a pesar de la situación y aquellas que sufrieron el desempleo sin protección social, o un empleo reducido en jornada o en remuneración.
Cada vez más, la distancia que separa a las familias que disponen de un hogar, el lugar que les da seguridad y las permite descansar, y las familias que no pueden acceder o mantener una vivienda y deben buscar una habitación de realquiler como última alternativa a la situación de calle, marca la diferencia entre dos realidades paralelas. Y los niños y adolescentes que viven y crecen en esta segunda realidad, sufren sus consecuencias con una marca profunda no solo en su presente sino también en su futuro cuando sean personas adultas.
Ante este diagnóstico, no podemos normalizar la situación. No podemos aceptar como inevitable que una parte cada vez mayor de la población se vaya quedando atrás, se quede descartada. Es esta realidad concreta la que nos interpela, y nos llama a pensar y construir posibles respuestas para la construcción del bien común. No podemos desistir a creer que es posible desarrollar la capacidad de salir de sí mismo hacia el otro.
Son necesarias reformas profundas, con mirada a largo plazo pero que no olviden las situaciones de urgencia presentes; y por eso, debemos superar las lógicas electorales y partidistas. Las soluciones están ahí, existen políticas públicas que funcionan en otros lugares del mundo. Pero es necesario establecer las prioridades centradas en mejorar las condiciones de vida de los vecinos del primer piso de forma consensuada entre todos los agentes políticos. Y para ello, es indispensable que como sociedad reivindiquemos también la prioridad de construir un mundo habitable para los más pobres, débiles y vulnerables.
Nos hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad para con los demás y por el mundo[4]. Para ello, es clave superar los valores impuestos por el modelo neoliberal, que nos hacen vivir atomizados bajo el prisma del individualismo y trabajar en la creación de comunidad, espacios de pertenencia y participación de las personas. Es de vital importancia recuperar la idea de comunidad en lo concreto. Para todas las personas que viven situaciones de exclusión, poder vincularse a una comunidad dota de sentido y permite crear redes de apoyo. Permite también la participación en la sociedad, en las asociaciones y en lo político. Las actividades compartidas y la relación permiten tejer lazos sanadores. Su permanencia en el tiempo puede determinar las futuras posibilidades de salir adelante.
Así pues, necesitamos reaprender a buscar respuestas colectivas a las problemáticas sociales, desde una comunidad fuerte que no permita que nadie se quede excluido. Con la idea de fondo que la pandemia ha puesto de relieve: somos una humanidad de vidas frágiles que necesita de sociabilidad. Defendemos que la necesidad solidaria del “otro” debe poder convertirse en costura comunitaria. Solo en unión podemos rehuir del individualismo extremo imperante, para celebrar la capacidad de cuidarnos y salvarnos unos a otros.
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[1] Ved “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España”, Fundación Foessa, enero de 2022.
[2] Ved “Informe sobre desarrollo y exclusión social en Catalunya”, Fundación FOESSA, febrero de 2022.
[3] Ved “El coste de la vida y estrategias familiares para abordarlo”, Fundación FOESSA, noviembre de 2022.
[4] Laudato Si, 229.