La poeta indoaméricana Rupi Kaur, que ha conocido en su piel el sufrimiento de los que tienen que desplazarse y comenzar una nueva vida escribe: “…no importa lo oscuro que se ponga/la luz siempre viene de camino/tú eres la luz/regresa al lugar en el que vive el amor”.
Parece también sacado de un poema, el deseo que Noemí tiene para Rut, cuando ambas se ponen de camino hacia un futuro incierto: “Hija, quiero buscarte un lugar donde vivas feliz” (Rut 3,2). ¿No es el mayor drama de millones de seres humanos en nuestro mundo, el no tener un lugar al que poder llamar hogar, donde poder trabajar, donde poder ver crecer a sus hijos sin miedo? Dios pone en boca de Noemí, en el invierno de su vida, lo que él mismo anhela para cada una de sus criaturas: buscarles un lugar donde puedan desplegar sus vidas, donde puedan vivir con dignidad y con sentido.
Estas dos mujeres, en momentos vitales muy distintos, emprenden juntas la aventura de entretejer esperanza. Noemí ofrece cobijo y confirmación a Rut y desde su sabiduría y experiencia vital la acompañará en el proceso de su fecundidad. Ambas mujeres se dan amparo, se fortalecen juntas, y se ponen a caminar confiadas en que Dios actuará, aunque ellas no puedan todavía aventurar cómo.
Rut afirma la vida de Noemi al quedarse con ella y establecer un vínculo con su momento vital, con el lugar que habitará, con el amor a su pueblo y con la pertenencia al mismo Dios (Rut 1, 16). Le regala una comunicación apreciativa: le ofrece una fidelidad para lo mejor y lo peor, que no conoce ya vuelta atrás. Juntas confiarán en Aquel que es para ellas el que trata con bondad y el que bendice.
Mutuamente se ayudan a dejar emerger la fortaleza escondida en ellas, en medio de las pérdidas, aprenden el valor del cariño y la fidelidad y se vuelven resilientes. Ellas descubrirán la presencia callada de un Dios que aparentemente no interviene, pero provee pan/sustento, bendice la tierra, manda la lluvia y suscita un mediador-Booz-para hacer justicia a mujeres vulnerables.
Caminarán apoyadas la una en la otra, atentas a la presencia silenciosa del Dios que vive y las ve, como había experimentado Agar en la dureza del desierto (Gn 16, 14). A lo largo del viaje aprenderán que ser ayudadas es ser humanas. Las mujeres le dirán a Noemí cuando acune al hijo de Rut entre sus brazos: «¡Bendito sea el Señor, que te ha dado quien responda por ti, la que tanto te quiere! (Rut 4, 14).
La memoria de estas mujeres en el tiempo del Adviento nos hace presente al Dios-que-viene-y-está. El que viene por el lado más débil de la vida, el que no sabe sino aliviar. Rut ya no será en adelante una “extranjera” sino una mujer valiente que forma parte de pueblo de Israel, y cuyo nombre se integra en la genealogía de Jesús. Se han vuelto compañeras de esperanza en tiempos de fragilidad. Han descubierto que una vida abundante es una vida vinculada, compartida, donde nadie es extraño para nadie, donde cada criatura tiene un lugar y una vida que merece ser vivida.
[Obra de Francesco Monti extraída de Wikimedia Commons]