«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Mt 1,23
La expresión dar a luz es sinónimo de parir. Se trata de un giro lingüístico muy interesante. Por un lado, hace referencia a la acción de la mujer que está pariendo, es decir, ella se sitúa como sujeto principal del acto de parir: no solo es gestadora de vida, sino que es cauce para que la vida llegue a su plenitud. Por otro lado, la simbología de la luz, en el parto tan literal -de la oscuridad reconfortante del útero a la luz desconcertante del mundo- nos habla de un proceso de cambio que culmina con una experiencia nueva que produce un impacto fuerte en el recién nacido: el frío del ambiente, la nueva forma de respirar a través de los pulmones y el primer llanto.
Por otro lado, la expresión como metáfora, el alumbramiento o el dar a luz es hacer que la posibilidad se convierta en realidad: del calor al frío, de la obscuridad a la luz, del tiempo de espera al tiempo de la acción, del aletargamiento a la interacción. Nos habla de un esfuerzo por posibilitar algo, por traerlo a nuestra vida. Pero también nos habla de lo que supone salir a la luz: acción, autonomía, interrelación y frecuentemente sufrimiento. En este sentido, al contemplar y acompañar a María hacia la Navidad, nos podemos percatar de que María no prescinde de ninguno de los dos significados para vivir su propio Adviento. Todo el embarazo de María es un proceso físico que se conjuga con un proceso espiritual. El primero, el proceso físico, encarna los cambios por los que debe pasar el cuerpo de la mujer para poder gestar y parir un hijo o hija. Cambios que modifican la fisiología y que afectan así a sus sentimientos y a sus pensamientos y a su forma de comprender la vida. El segundo, el proceso espiritual, es el desarrollo de una espera progresiva de que la intuición del Magnificat (Lc 1,46-55) será alumbrada próximamente. El acto de dar a luz no se queda solo en el acto físico de parir a Jesús, sino que alumbrar es regalar luz cada día a la otra persona, en la sociedad y para un proyecto mucho mayor, para la salvación de la humanidad. Y esta acción no es para el sujeto protagonista, María, una acción fácil. Para ninguna mujer un parto es fácil. Tiene un riesgo siempre de vida, por mucho que la rodeen los medios médicos específicos. El parto es una actividad peligrosa, que requiere concentración y fortaleza, una entereza que muchas mujeres demuestran no solo en el parto, sino después en la crianza de los hijos e hijas. Criar es la continuación del parto, acompañar el proceso de alumbramiento con otros esfuerzos y otros retos. Así que dar a luz no es solo el hecho de parir, sino comprometerse con un ser nuevo, desconocido, a cuidarle, acompañarle y mantenerse fiel a su vida, una vida regalada. Lo más hermoso y deseable es que esto se pueda hacer después en pareja, en familia, en “tribu” y en sociedad, aunque no siempre es posible compartir los dolores y las alegrías del alumbramiento de personas.
Dar a luz es, por tanto, un signo de los tiempos. En la memoria peligrosa, decía Metz, de recordar el alumbramiento como fidelidad en la vida posible de la otra persona, estamos ante una actualización de las promesas del Adviento: esperar, cuidar y mantenerse abierto/a a la posibilidad. En la era de la reproductividad, donde miles de imágenes, tendencias y tópicos se consumen rápidamente experimentando una fidelidad fugaz a lo factible, el Adviento nos recuerda que la Esperanza cristiana radica en la fidelidad profunda a la fragilidad arriesgada de lo posible. El acto deseado, esperado y sufrido de dar a luz es una apuesta por la vida, por sus procesos y ritmos lentos. Es así que el alumbramiento se convierte en compromiso de acompañar los procesos de maduración y acompañamiento, y de los procesos de crisis y resiliencia de otras personas.
La experiencia del alumbramiento puede darnos la clave para entender y vivir el Adviento como la espera confiada y la celebración deseada de un parto que uno/a prepara para otros/as. Quizá este tiempo es tiempo de preguntarse cuáles son los espacios de lo posible en los que esperamos y preparamos alumbramientos, no puntualmente, como tendencia o moda, sino como inicio de un camino arriesgado de una nueva relación de amor con otros y otras que nos implica y complica, pero que construye futuro.
[Imagen de Jeff Jacobs en Pixabay]
Gracias! Muy iluminadora reflexión.