Recuerdo la universidad de Friburgo. En el frontispicio del principal edificio está escrito en letras prominentes: «La verdad os hará libres”. Un leitmotiv extraído del Evangelio de Juan, muy apropiado para los que se dedican a la investigación o a la docencia.

En el relato de la pasión, Pilato exclama: «¿Qué es la verdad?» La pregunta sería legítima. No rehuirla, para intentar responderla humildemente y con sinceridad, es propio de personas maduras. Incoherente con el gesto del gobernador romano de lavarse las manos para escurrir el bulto.

El tema es de actualidad. Pensemos en las fake news o noticias falsas. Tenemos al alcance y de forma inmediata más datos que nunca. Al mismo tiempo, una capacidad inimaginable de distorsionar la realidad. Vemos un cruel ejemplo en Ucrania, donde la guerra también se libra en el frente de la propaganda y la manipulación de información. La primera medida consiste en hacer callar a quien no piensa igual.

En la vida cotidiana, frecuentemente relativizamos la verdad y nos sometemos al absolutismo de algunas emociones y del individualismo. A veces oímos decir: «tu verdad no es la mía». Incluso en eso somos posesivos y no desprendidos, excluyentes y no inclusivos.

Para acercarnos a la verdad, hay que discernir. Como todo ejercicio, requiere un cierto esfuerzo por reflexionar sobre los sentimientos que nos mueven. La verdad es amiga de la paciencia, no de las prisas. Puede ser poliédrica, ya que nadie tiene la capacidad de abarcarla toda. La verdad no es una posición intransigente, y menos aún un instrumento de control para ser impuesta a la fuerza. El diálogo, siempre que fuera abierto al reconocimiento del otro y al cambio en consecuencia, ayudaría a encontrarla. Y no la confrontación de monólogos para generar debate, a la cual nos hemos acostumbrado.

Todos -y los cristianos en particular- estamos invitados permanentemente a descubrir la verdad, porque ésta no se alcanza de una vez por todas. La verdad engendra vida y justicia. He aquí una prueba: cuando algo las destruye o las pervierte, se aleja de ella. Por eso Jesús dice que es el camino, la verdad y la vida. Él mismo, que la proclama, no lo hace desde el pedestal del poder, sino con la sencillez de quien nace en un establo y muere crucificado por amor.

La verdad requiere buenos investigadores que la rastreen, periodistas transparentes que la difundan, políticos honestos que fundamenten su acción sobre ella, jueces imparciales que la indaguen para aplicarla a casos complejos, hombres y mujeres honrados que la busquen con misericordia, para construir juntos un mundo más habitable.

[Traducción del artículo publicado en El Senyal, Revista de la diócesis de Girona. Número 218. Junio-septiembre 2022/Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay]

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