Un fantasma recorre el mundo. La expoliación y el despojo son dos de las constantes de las compañías inmobiliarias que mueven millones de dólares por medio de la especulación financiera inmobiliaria. Los afectados son habitantes de barrios, zonas habitacionales, pueblos enclavados en las ciudades, fraccionamientos y asentamientos humanos urbanos y suburbanos en cualquier ciudad del mundo. Cuando la especulación financiera entra en la vivienda y el suelo, el derecho a tener una habitación decente simplemente no existe para miles de personas.
En términos urbanísticos se habla de la «ciudad capitalista» que está diseñada, o mejor dicho re-diseñada, no para ser habitable sino para que los grandes inversionistas inmobiliarios a nivel mundial sigan aumentando sus ganancias. Dicho de otro modo, se trata del megaencarecimiento de la vivienda y el suelo por la especulación financiera.
La intervención de las inmobiliarias en las ciudades, muchas de ellas enormes compañías transnacionales o grandes grupos inmobiliarios nacionales, tiene patrones financieros y de actuación permitidos por una laxa legislación y por la complicidad a gran nivel de autoridades corruptas.
El proceso de encarecimiento inmobiliario reviste en las ciudades una nueva forma de privatización o re-privatización. Espacios públicos y privados, aparentemente feos o en peligro, abandonados o habitados, son cooptados por las voraces inmobiliarias que demuelen, tiran o remodelan edificios, barrios y zonas urbanas marginales o céntricas. Entonces la ciudad se va remodelando, aparecen nuevas zonas con carácter «exclusivo» que detentan en su publicidad, tarjetas de presentación atrayentes, tecnología de vanguardia, espacios con vistas a la ciudad «como nunca antes se habían proyectado», acceso a centros comerciales, gimnasios, hospitales, zonas de oficinas exclusivas, colegios, etc. Todos de inmejorable oportunidad. Pero los habitantes originarios ya no pueden habitarlos.
Además tienen una función estética para el neoliberalismo. Presentan a las ciudades -que no pierden, sino al contrario, acentúan las desigualdades, el descarte y la exclusión- como ciudades bellas, modernas y de paso legitiman estos procesos porque las ciudades se modernizan.
Por otro lado, lo que exhiben estos hechos es, en primer lugar, la fuerza del modelo neoliberal que amalgama la desigualdad social y económica, en una nueva tendencia de exclusión habitacional, que conlleva un proceso progresivo de falta de acceso a las oportunidades y falta de acceso a infraestructura urbana por el encarecimiento de los bienes raíces y las rentas. Hay zonas nuevas en las ciudades donde no hay transporte público, único medio de acceso para trabajadores y trabajadoras.
Esta tendencia de exclusión habitacional se genera por muchos factores, pero sobre todo porque la vivienda se encarece y de frente a este hecho, la vivienda de interés social ha sido en gran parte un fracaso de las políticas públicas. La política pública apostó desde el inicio al olvido.
Estos son modos viejos y renovados del neoliberalismo. Vivimos en las ciudades un urbanismo neoliberal.