No se me borran de la mente las imágenes de los centenares de cuerpos amontonados ante la valla de Melilla. Muertos, malheridos, inmóviles, pero aún vigilados celosamente por centenares de otros cuerpos cubiertos en su totalidad por protecciones y armados con porras. Hablo de cuerpos, pero se trata de personas, y me viene a la cabeza el título del libro de Primo Levi Si esto es un hombre.

Sí, son hombres, personas que unos minutos antes se movían, respiraban, pensaban, deseaban… Personas con nombre y apellidos, con vidas de 15, 20, 30 años que se podían contar, porque todas las vidas (también las nuestras) tienen un relato. Nacidos en Juba, El-Obeid, en Bokoro o Anefir, con padres, hermanos, parejas, hijos… Con una memoria hecha de momentos buenos como los partidos de fútbol con los amigos el domingo por la tarde en un descampado o las celebraciones religiosas cristianas, musulmanas o animistas que marcaban el paso de los años. Pero también una memoria hecha de momentos de mucha dificultad, de guerras, de violencia, de amenaza, de hambre, de pobreza … ¡Vete tú a saber! Cada uno sabe su propia historia, cada uno tiene historia. Y todo esto es lo que un día se interrumpe ante una valla o un muro construido (dicen) para disuadir, pero ¿cómo disuadir a alguien de buscar un futuro posible? Detrás son expulsados de una vida imposible y delante topan con un muro. Esto no son políticas migratorias, esto es una trampa migratoria para interrumpir vidas que querían continuar teniendo vida, que tenían todo el derecho a seguir viviendo. Sí, esto son hombres… y es lo que parece que hemos olvidado al ver las imágenes de aquellos cuerpos amontonados unos sobre otros como una masa informe y después enterrados en fosas comunes sin nombre.

Y son también hombres los verdugos, parapetados dentro de uniformes que parecen hechos a medida para esconder su humanidad. También ellos tienen historia: lugar de nacimiento, padres, hermanos, parejas, hijos… Personas que han encontrado en este “trabajo” un camino de supervivencia en un país tocado por la corrupción y una crisis económica agravada por la pandemia. Hombres a quienes se les ha enseñado durante años a deshumanizar al negro, al inmigrante, al que vive en los asentamientos esperando el momento de saltar. Hombres que obedecen órdenes y que quizás descarguen en cada golpe de porra y en cada pedrada la frustración de una violencia que ya se ha hecho connatural a sus vidas. Hombres que van borrando con cada golpe de porra y con cada pedrada su propia historia, hundiéndose en el fango del mal y la indiferencia.

Y también lo son, hombres quiero decir, los que trafican con los sueños. Los que explotan, los que engañan, los que cobran por adelantado porqué en el tráfico de personas, a diferencia de las otras mercancías se cobra por adelantado y no hay que garantizar la llegada a destino. Sí, también son personas, algunas embrutecidas por la maldad y la avaricia, otras que han encontrado en esta actividad la pura supervivencia. Algunos quizás han sido ellos mismos migrantes…

Pero no hemos de dejar de hacernos preguntas aquí. Nos hemos de preguntar si también lo son los que hacen posible las políticas migratorias vigentes en Melilla, en México, en Australia y en tantas fronteras calientes de nuestro mundo. ¡Y sí, lo son! No hay duda que los funcionarios y los burócratas de las agencias como Frontex encargadas de externalizar en terceros países nuestras fronteras son también seres humanos. A diferencia de los otros, trabajan en edificios inteligentes, en cómodos despachos con aire acondicionado y con la foto de la familia sobre la mesa. Son los encargados de firmar partidas presupuestarias para las vallas y los muros inexpugnables que se construyen a centenares de kilómetros de allí donde se toman las decisiones. Ah, y también son seres humanos los empresarios que ganan concursos para construir muros y vallas cada vez con tecnología más cara y sofisticada. Y, claro está, lo son los responsables políticos que van perdiendo humanidad y convicciones con el paso de los años, y que consideran que una operación con decenas de muertos y heridos es “un asunto bien resuelto…” “del que hay que felicitarse…” Parece mentira, pero incluso estos son hombres.

¿Y nosotros? ¿Lo somos nosotros? El peligro de acostumbrarnos a todo esto y de hacernos indiferentes es tan grande… Tenemos razones, excusas y argumentos que interponemos entre nosotros y aquellas imágenes que nos rebotan por doquier. Imágenes que recibimos en nuestro TL en medio de una inmensa cantidad de información que más que sensibilizarnos nos paraliza. Quizás que nos indignemos, quizás que la impotencia nos haga enfermar, pero la mayoría pronto olvidaremos el episodio, porque nos cuesta reconocer que también tenemos una parte de culpa en todo esto. Porque votamos a los políticos que votamos, quizás porqué hemos perdido el hábito de protestar, quizás porqué vivimos cada vez más encerrados en nosotros mismos y en nuestros miedos.

Lo que ha pasado en Melilla lo hemos calificado de tragedia, masacre, asesinato… Quizás los cristianos deberíamos hablar de fratricidio porque, como hemos visto, todos somos seres humanos y en el momento en que lo olvidamos, la indiferencia nos rebota, la fraternidad se rompe y también lo hace nuestra misma humanidad.

[Imagen extraída de Wikimedia Commons]

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Miembro del equipo de Cristianisme i Justícia. Licenciado en Psicología por la UB, en Teología por el Instituto de Teología Fundamental y máster en Teoría Política por la Universidad Pompeu Fabra. Presidente del Patronato de la Fundación Migra Studium.
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