¡Cristo ha resucitado, aleluya, aleluya, hoy Cristo ha resucitado!
Tengo bien grabadas en el corazón estas palabras cantadas durante la vigilia de Pascua. Habíamos ido a buscar por los bosques, troncos gruesos y ramas para preparar una hoguera de las buenas. Acampados en tiendas cerca de la masía donde una pequeña comunidad de hermanos nos acogía, convivíamos durante unos días previos, leíamos, estábamos en silencio; contemplábamos los brotes nuevos de las hojas de los árboles, disfrutando del verde, de las flores, del aire libre. También conversábamos con los visitantes esporádicos que nos explicaban sus opciones de vida, desazones, deseos…: aprendes de saber de los horizontes de los otros. Y esperábamos la noche de Pascua con deleite para sentir el crepitar de las llamas y los cantos alegres de todos los de la casa y de los que subían a celebrar la fiesta del paso, la fiesta de la reconciliación y la confianza renovadas.
La noche de Pascua es telúrica. Bendecimos los elementos básicos que nos sostienen, el agua y el fuego como símbolos de vida y de amor. Por eso, de este fuego bendito encendemos el cirio pascual, elaborado con cera auténtica de abeja, que presidirá todas las celebraciones del tiempo de pascua para recordar la luz de Cristo; y bendecimos el agua con que renovamos nuestro bautismo y bautizaremos a los niños y a los jóvenes que quieran ser acogidos en la comunidad.
El agua está presente en relatos como el de Nicodemo o la samaritana (Jn 3 y 4). A Nicodemo, Jesús le propone “nacer de nuevo” y no le entiende, a pesar de ser magistrado; le pide a Jesús si se puede nacer de nuevo del vientre de la madre cuando ya se ha salido de él. Jesús le responde que hay que nacer del agua y del espíritu para “ver” y para colaborar en la basileia (el espacio de relaciones armónicas, de respeto y dignidad para todo el mundo).
También, en el diálogo con la samaritana[1] ante el pozo de Jacob en Sicar (o Siquem), Jesús le ofrece el agua viva y le promete que nunca más tendrá sed. La samaritana sabe que Jesús está transgrediendo las leyes del honor para pedirle públicamente a ella, una mujer, de la región de Samaria (el norte heterodoxo y pagano), que le dé agua para beber. Pero ella no se siente menos, ni se esconde, escucha y dialoga con Jesús. Que Jesús le haga ver que no está bien casada ni ha mantenido una relación fiel con un solo marido, no es ningún reproche moralista ni ninguna advertencia de comportamiento de género. Es una forma de mostrarle que la conoce a fondo; que puede ser honesta; y es una bella metáfora nupcial, en la que Jesús le ofrece una relación de tú a tú. Eso la transforma, le devuelve la palabra y una nueva identidad, y ella corre a anunciarlo a los suyos.
En la noche de pascua recordamos, también, la palabra y el gesto eucarístico. Por eso releemos los textos de la tradición que explican el paso de la esclavitud a la tierra prometida que mana leche y miel, a donde se dirigía el pueblo israelita desde la vulnerabilidad, la provisionalidad y la esperanza. Es un relato simbólico pero histórico de aquellos que nos han precedido y que se arraiga en la experiencia vital de salida de la oscuridad hacia la luz. Encontramos la experiencia de la presencia de Dios en el camino de liberación que es el suyo y convite para nosotros.
En la segunda carta de Corintios (2Co 5, 17), Pablo recoge esta imagen bautismal que tiene la Pascua, “el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; han sido hechas nuevas”.[2] Para Pablo, llegamos a poseer la propia “vida” individual (psiché) -la vida sobre la cual tengo responsabilidad- en el momento que la recibimos y la damos a los otros. Jesús lo hizo asumiendo la muerte en cruz y la transformó en fuente de perdón y de gracia para que nosotros tengamos vida. Cristo es la plenitud de Dios encarnada y, por medio de él, todas las criaturas viven la sintonía armónica y dan gracias, cantan, alaban y disfrutan de la comunión de Dios que es gloria (Ef 3,19). Veo expresada esta joya en unos versos de un himno cristiano antiguo -que podría pertenecer a la tradición pero que Clemente de Alejandría (s. II-III dC) incluye en una de sus obras. La trinidad está descrita en imágenes femeninas para señalar este amor acogedor que nos nutre: “Cristo Jesús, leche del cielo, de los dulces pechos de la novia, de las gracias de tu sabiduría destilada, los niños con tiernas bocas amamantados, del pezón de la palabra con espíritu de rocío saciados”. [3]
Para el mundo cristiano, la resurrección de Cristo fue una experiencia de plenitud de Dios, de gozo y de esperanza[4]; las diferencias sociales y los privilegios quedaban abolidos para los miembros de esta ekklesia (asamblea), “porque no tiene importancia el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, porque unidos a Cristo Jesús, todos sois uno solo” (Gálatas 3,28). El mensaje cristiano se forjaba a contracorriente de los códigos hegemónicos y continúa siendo, hoy, una fe que no es meritocrática, ni tampoco es una fe retributiva (recibo según las acciones morales hechas). Vivir la plenitud de Dios desde la libertad es experimentar a Dios como aquel que vivifica lo que está muerto o apagado. [5]
En 1Co 15,4, se profesa que Cristo muere, es sepultado y “resucitó” al tercer día, núcleo de la celebración del triduo pascual; “en Cristo, todos tendrán vida” (1Co15, 22). En este cambio, tiene protagonismo la acción del “despertarse”, “levantarse”, “ponerse de pie” (en griego, egeiro o anistêmi y el sustantivo anástasis).[6] Es también el “talita qum”, – “levántate”-, que Jesús dice en arameo, su lengua, a la hija de Jairo que ya creían muerta (Mc 5, 41). Son relatos de conversión, como tantos otros, y de experiencia de este amor compasivo que nos empuja a actuar, a andar y a ser para los otros.
Pero podemos preguntarnos, ¿cómo opera este cambio? ¿Cómo puedo mostrar gozo si estoy apesadumbrado? ¿Soy capaz de saborear en comunidad esta leche y esta miel prometidas? ¿Cómo podemos llegar a vivir el gozo de la samaritana o a nacer del agua y del espíritu? ¿Cómo liberarnos de todo lo que es tiniebla, error, envidia, mal y sufrimiento?
Los relatos de la tumba vacía: la voz de un silencio sutil
Los relatos de la tumba vacía son de los más antiguos que tenemos y cuentan cómo las mujeres recibieron la primicia de la novedad y del anuncio de pascua porque, al alba, llevaban perfumes y ungüentos para ungir el cuerpo muerto de Jesús. Vieron que la piedra que cerraba el sepulcro se había desplazado y el cuerpo de Jesús no estaba.
Quiero fijarme en el evangelio de Juan (Jn 20, 11-18) porque, si bien es cierto que da el protagonismo al discípulo amado de quien dice que vio y creyó, explica la experiencia de pascua de María Magdalena. La vemos triste, con dolor, trastornada por la muerte de su amigo y maestro ante la tumba vacía y no es capaz de reconocer a Jesús que se le aparece. Lo confunde con el hortelano y no es hasta que Jesús la llama por su nombre, que ella da un “giro” y comprende. Tiene una de aquellas experiencias inenarrables de conmoción interior por la cual queda transformada y se siente enviada a anunciar que Cristo sigue vivo. Hay dos detalles clave para la ekklesia del discipulado de iguales: [7] uno es este giro (shub, en hebreo, en el sentido de “convertirse”, “cambiar”), y el otro es que María Magdalena profesa “he visto al Señor”, es decir, supone esta mirada interior y relación íntima con Él que la convierte en testigo de resurrección y apóstol entre los apóstoles.
La imagen del sepulcro vacío con la piedra desplazada es una puerta abierta. El sepulcro se identifica inmediatamente con el símbolo de la cueva o la caverna, de donde se nos invita a salir, y esta imagen me ha hecho recordar la historia de Elías que, como María Magdalena, también hace una experiencia de silencio.
Elías (Eliahu) es un profeta consciente y ha liderado el pueblo hacia Dios alejándolo del culto pagano de los Baal mientras ha podido (1Re 19,9-13). Pero tiene miedo, huye de la barbarie de su tierra y se esconde en el Horeb, el Sinaí, en una caverna o cueva; es lugar de recogimiento. Dios le pide, “¿Qué haces aquí, Elías?”, “¿mi leha poh, Eliahu?”, en hebreo. Dios le habla como le habló a Abraham y le dice, “sal y ponte derecho”, “ábrete”. Le pide que se desprenda de su egoísmo y que se muestre en su presencia. El texto hebreo usa otra vez el verbo “enderezarse”, “levantarse”, que tiene un sentido activo de estar despierto, atento, alineado, con cierta tensión muscular con la que todas las células están en vibración.
Elías se dispone a escuchar Dios y, el relato, de forma poética, va describiendo como siente un viento fuerte, pero Yahvé no está en aquel viento que desmenuza las rocas; después nota un temblor de tierra, pero tampoco Yahvé está allí; ve un fuego, pero Yahvé no se presenta; y, de repente, se nos dice que Elías oye “una voz de silencio sutil” y sabe que Dios está allí. Será un ánimo, un estímulo. Se trata de una breve experiencia de indescriptible intensidad, percibe una voz que es síntesis de todos los sonidos y de todas las voces fuera de cualquier tiempo ordinario. Después de esta experiencia, sale de la cueva y permanece en la presencia de Dios. Mi profesora de hebreo[8] nos comentaba que ‘silencio’ (demamah) contiene las letras que equivalen a preguntarse “¿qué es la vida?” y comparte las letras de y eme (dàlet y mem) con las cuales escribimos adam (humanidad); añadía que la primera letra de silencio (demamah), tiene forma de puerta, de apertura, y es convite para dejarse vibrar en la palabra procurando espacio interior.
Se nos invita a estar en contacto con nuestra realización interior, arraigados en la tierra y orientados a lo divino, porque hay que saber cuándo el silencio deviene “voz” (qol). Si ensanchamos nuestro interior, la libertad espiritual nos conduce a esta paz (shalom) que nos permite conocernos, comunicarnos y amar a los demás. El silencio es gratitud, es fe, es amor. El silencio consciente se transforma en acción, se convierte en misión, ¿cuál es la tuya? Es el gozo del servicio inconmensurable. Como la imagen del justo, pobre y humilde, de uno que se salva (Zacarías 9,9), porque la tenemos, la capacidad de salvarnos. El gozo es una cualidad del alma, la tenemos con nosotros; la podemos expresar a través del canto, de la danza, de la plegaria, y cada vez que volvemos a la alegría, el alma se acerca a esta voz sutil que habla.
“Y por mucho que tuviéramos la boca llena de canciones como todo un mar, y la lengua nos hiciera cantar alabanzas como la multitud de las oleadas y los labios pronunciaran loores anchos como los espacios del firmamento, por mucho que los ojos brillaran como el Sol y como la Luna, los pies fueran ligeros como los de los ciervos y extendiéramos las manos como alas de águila en vuelo, no seríamos capaces de agradecéroslo bastante, oh, Señor Dios nuestro y de nuestros antepasados”.[9]
Hoy es mañana de Pascua de resurrección. ¿Y tú, qué haces aquí?
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[1] Neus Forcano Aparicio, “Fe y Nuevos feminismos. La Iglesia enredada en la ideología de género: invitación a una apertura transformadora.” en Sentires emergentes y fe (2019); Valencia: Chaminade y Tirant Humanidades.
[2] Eduardo de la Serna, Primera carta del apòstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Navarra: Verbo divino, 2019.
[3] Montserrat Camps Gaset (ed.) Pregàries cristianes antigues. Barcelona: Ateneu Universitari Sant Pacià (Facultat de Teologia de Catalunya), 2021; col. Grans textos cristians, 18; pàgina, 87. [traducción al español de Neus Forcano]
[4] Jürgen Moltmann (1995), La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2004; col. Verdad e Imagen, 149; p. 428-430.
[5] Neus Forcano, “No hi ha home ni dona, tots sou un sol cos. La confiança en el Déu que ve” dins Cristianisme contracultural, Qüestions de vida cristiana 267-268, (desembre 2020), pp. 25-36. Barcelona: Publicacions de l’Abadia d Montserrat i Fundació Joan Maragall.
[6] Eduardo de la Serna, Primera carta del apòstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Navarra: Verbo divino, 2019.
[7] SCHUSSLER FIORENZA, Elizabeth. En memoria de ella. Bilbao: DDB, 1989; o también, Discipleship of equals. A Critical Feminist Ekklesia-logy of Liberation. New York: Crossroad, 1993.
[8] Hora Aboav, Crescere con le radici delle parole ebraiche. Roma: Castelvecchi, 2021.
[9] Plegaria judía Nixmat kol hai, de los siglos I-II d. C. “L’ànima de tot ser vivent”, traducida por Manuel Forcano, en Montserrat Camps Gaset (ed.) Pregàries cristianes antigues. Barcelona: Ateneu Universitari Sant Pacià (Facultat de Teologia de Catalunya), 2021; col. Grans textos cristians, 18; pàg. 39.