Desconozco si Pierre Bourdieu, a lo largo de su vida, visitó alguna vez la ciudad de Badalona, pero estoy seguro que de haberse producido esta efeméride, el filósofo francés no habría podido evitar las lágrimas al ver su teoría de la distinción convertida en ciudad.

En estos últimos meses, Badalona ha vuelto a ser un punto de interés político para los medios de comunicación. El pasado 8 de noviembre, Xavier García Albiol dejó de ser el alcalde de la cuarta ciudad de Cataluña después de que perdiera la moción de censura impulsada por la mayoría de partidos presentes en el consistorio badalonés. Muchas personas que nos une una relación personal con la ciudad sabemos que es difícil hacer interpretaciones del motivo por el cual una opción política como la de Albiol es tan aceptada por la amplia mayoría de los ciudadanos de Badalona.

Albiol ha sido para muchos badaloneses y badalonesas la única respuesta que han recibido a la indiferencia institucional, al olvido selectivo de una sociedad que durante años ha querido construir una muralla física y social que evidenciara una diferencia de clase. Una respuesta, que personalmente considero injusta y errónea, pero que ha sido la única. Cuando en los años 50 y 60 los migrantes provenientes de otros puntos de España llegaron a ciudades como Badalona, se encontraron con unas instituciones que los ninguneaban, pero también con una población que los rechazaba y los tildaba despectivamente de inmigrantes. Tan solo la acción social de la Iglesia, a través de la promoción de vivienda social, de escuelas para niños y adultos, o su apoyo al asociacionismo vecinal, aportó dignidad y progreso en los barrios. En Badalona, la construcción de la C-31 supuso el levantamiento arquitectónico de una muralla que separaba los barrios olvidados y marginados de aquel centro que quería distinguirse como único baluarte de autenticidad y corrección. Durante los primeros años de la democracia, esta brecha social se consolidó con los hijos e hijas de aquellos migrados que habían llegado a la ciudad en pleno franquismo. En esta línea, no se procuró que los barrios formaran parte de este retorno a la cultura propia del país, aquella normalización cultural de los años 80 y 90. Un ejemplo bastante descriptivo es el hecho de que hasta hace escasos cinco años era prácticamente imposible comprar un libro en el barrio de La Salud de Badalona. No existía ninguna librería que permitiera el consumo de grandes clásicos, pero mucho menos mantener la atención a las novedades del momento. Como no existía el acceso comercial a la literatura, tampoco se creaba la necesidad en las personas. No fue hasta hace un tiempo que una gran superficie comercial decidió abrir una tienda dedicada, entre otros productos, a la lectura. En la línea del pensamiento bourdieriano, el capital económico y el capital cultural quedaban perfectamente desequilibrados.

A principios de los 2000, el fenómeno migratorio se repitió, y esta vez a través de personas venidas de países del este de Europa, Sudamérica o África. Con esta segunda oportunidad para corregir errores del pasado, la sociedad badalonesa optó para redoblar el mensaje de marginación social, convirtiendo aquellos barrios de la posguerra en puntos de conflictos sociales no resueltos. Nadie quiso proponer acciones para recibir a estos migrantes, nadie se molestó al crear una red que permitiera la acogida de personas que buscaban un mundo mejor en una sociedad que los recibía con recelo. García Albiol ha sido la opción de aquellos que lo votaban, pero también la elección de aquellos que han construido su victoria a través de la complicidad de años de clasismo y exclusión social.

Juan Pablo II habló del pecado estructural, un entramado complejo y cotidiano que permite la existencia de la injusticia y el mal gracias a la participación cómplice de muchas y diferentes personas. Una cadena difusa que permite engañar a nuestra propia conciencia, rechazando cualquier culpabilidad en el acto, pero perpetuando activamente la injusticia y el mal. Así pues, mirando a Badalona me pregunto: ¿Tener una vivienda en propiedad y especular con el precio de este alquiler no es formar parte de esta estructura de pecado? ¿Negar el acceso como propietarios al alquiler a una familia migrante por los prejuicios racistas no es formar parte de este mal? ¿Pedir la dimisión de Albiol, como fuente primera y última del racismo en la ciudad, pero a la vez afirmar que los barrios no son Badalona, sino una periferia, no es una contradicción en sí misma? Cuando Fiódor Dostoyevski clamó que la belleza salvaría el mundo, no solo pensó en la corrección estética o en la presentación visualmente agradable de nuestras vidas, sino en la coherencia entre aquello que busca el corazón y nuestra capacidad de reacción frente a la indiferencia.

Montse Santolino propone volver a los barrios, y tengo que reconocer que siento una desazón, un cruce de dudas y pensamientos. He hecho mía esta invitación, he podido reflexionarla y llevarla al terreno más personal como ciudadano que ha nacido y crecido en el barrio de La Salud de Badalona. Creo que tenemos que volver a los barrios, pero no para vivir. Esto legitimaría que continuara aquella muralla social construida por personas que ya no están entre nosotros, pero mantenida por otras que sí que podrían hundirla pero no quieren. Actuar de este modo mostraría una vileza que nunca hemos visto en las realidades urbanas en las cuales hemos crecido. En los barrios hemos aprendido que la solidaridad es un concepto vacío e inanimado, que tan solo nuestras acciones y nuestra conciencia pueden llenarlo de vida y sentido. Tenemos que volver a los barrios a tomar la voz y anunciar que hemos vuelto allí después de ir a la universidad que fue negada a nuestros padres y abuelos. Tenemos que volver a los barrios porque nos corresponde por obligación volver y pedir bibliotecas públicas y centros culturales, ahora que hemos conseguido salir con nuestro propio esfuerzo del analfabetismo del cual mucha gente no nos quería sacar. Tenemos que volver a los barrios y recordar la herida todavía abierta y alimentada por el clasismo, por el racismo siempre existente, la estructura de pecado que nos quiere hacer creer que todo ha pasado, pero que todo tiene que seguir en su lugar. Josep Pla decía que la injusticia es un hecho insalvable y natural en el ser humano, y que un buen ejemplo de ello es el hecho de encontrar personas de una gran belleza física y otros que no han tenido esta suerte. Por circunstancias obvias Pla no era muy leído en los barrios. Volver a los barrios sin más, seria traicionar el trabajo de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, ellos que de una manera bella y sacrificada nos entregaron la posibilidad de dejar el barrio y superar así la injusta distancia creada entre aquellos que estaban fuera y aquellos que tenían que permanecer dentro.

Sintetizar el papel que los barrios han representado y representan para nuestra conciencia no es una tarea fácil, es algo delicado que nos pide ser fieles a este digno testimonio de esperanza y justicia. Creo sinceramente que esto solo lo podemos hacer desde la profundidad y luz de aquellas palabras de Jesús de Nazaret: «Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado a los sencillos todo esto que has escondido a los sabios y entendidos. Sí, Padre, así te ha placido hacerlo».

[Imagen extraída de Wikimedia Commons]

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Profesor de instituto. Graduado en Humanidades por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha realizado también estudios en Filosofía en la Universitat Ramon Llull de Barcelona y en Teología en la Facultad de Teología de Cataluña.
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1 COMENTARIO

  1. «Tenemos que volver a los barrios y recordar la herida todavía abierta y alimentada por el clasismo, por el racismo siempre existente, la estructura de pecado que nos quiere hacer creer que todo ha pasado, pero que todo tiene que seguir en su lugar.» dice el autor, para líneas más adelante afirmar: » Volver a los barrios sin más, seria traicionar el trabajo de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, ellos que de una manera bella y sacrificada nos entregaron la posibilidad de dejar el barrio «: pero el barrio sigue ahí y la izquierda se juega en ellos su propia existencia. En el artículo de Montse Santolino, que el autor cita, sí que se hace una apuesta por volver a los barrios, pero desde una perspectiva de vocación y misión. Y eso, como dice el Papa Francisco, sólo es posible si cada uno es capaz de dejar búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. Como hicieron los curas obreros o algunos líderes sindicales ( estoy pensando en Marcelino Camacho ). Lo peor que valoran las personas de la clase trabajadora es tener un discurso y, en la práctica, vivir como aquél que criticas. Y estoy pensando en Pablo Iglesias y la compra del célebre chalet. Devastador.

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