El viernes pasado, Salvatore, el voluntario director de teatro de Figli in famiglia, nos llevó a recorrer san Giovanni a Teduccio en su coche. Pisamos sus calles, respiramos la vida de sus gentes, conocimos un poco más el barrio en el que pasamos unas pocas horas a la semana. Más tarde, cuando volvimos a la nave que sirve de sede a la asociación, me paré cinco minutos a contarle a Carmela, la jefa de este tinglado caótico y maravilloso. Sin levantar demasiado los ojos de la hoja Excel en la que trabajaba, me dijo: “El barrio tiene muchos problemas. Yo llevo aquí treinta años y parece que no ha cambiado nada”.
“Parece que no ha cambiado nada”: frase que se repite en muchos lugares del mundo, y que a mí me transportaba al Chad, donde también uno la escucha a menudo, donde tanta gente tiene la impresión no solo de que nada ha cambiado, sino de que nada cambiará nunca.
Y sin embargo los cristianos llevamos días leyendo en los textos que nos ofrece la Iglesia que llega un cambio, «el cambio». Leemos y celebramos que Dios se ha encarnado, que Dios visita a su pueblo. Leemos y celebramos –ojo, porque nos acostumbramos y lo domesticamos– que Dios ha estado dentro del vientre de una mujer (ya con esto quizá podríamos estar meditando media vida, o la vida entera). Y, sin embargo, de nuevo, lo que aparece ante nuestros ojos demasiadas veces es que nada ha cambiado. La historia se despliega como un proceso de necesidad, en el que el barrio será siempre este barrio empobrecido y dejado, lleno de problemas y de droga y delincuencia cuando cae el sol –y a la luz del día–. ¿En qué consiste esta Novedad, si lo que aparece parece siempre lo mismo? Es necesario prestar atención a las historias que, en medio tantos procesos necesarios, nos hablan de cambios buenos, y analizar y abrirse a lo que está sucediendo ahí.
Hace unos días, un reconocido filósofo español me escribía: “Los jesuitas me hicieron sentir importante; a mí, que soy el último de una estirpe de campesinos”. Que conste que no traigo esta frase porque hable de los jesuitas, sino porque cuenta el asombro de una persona al contemplar su vida y ver que se ha producido una novedad inesperada: no es que sea mejor ser filósofo en la universidad que campesino, pero es bueno que el hijo de campesino no tenga que ser, necesariamente, campesino. Para un creyente, este “sentirse importante”, que empuja a una persona a salir y realizar su sueño, es obra del Espíritu de Dios. El mismo Espíritu de Dios que con su generatividad impulsa y da aire a estructuras como las de Figli in famiglia. El Espíritu anima estructuras que trabajan para que el hijo del drogodependiente no sea también, por fuerza, drogodependiente; para que la hija de la prostituta no sea, necesariamente, prostituta; para que la hija o el hijo del que fue a la cárcel no termine también, sin más alternativa, en la cárcel.
Después de nacer de una madre tenida por estéril, al hijo de Isabel y Zacarías le ha llegado el momento de recibir un nombre. Todo apunta a que ese nombre será el del padre, Zacarías: el hijo de Zacarías se ha de llamar Zacarías. De hecho, Zacarías le empiezan a llamar todos ya el día de su circuncisión, cuando la voz de Isabel irrumpe en medio de la Historia necesaria y grita: “¡No! Se va a llamar Juan”, ofreciendo así un nuevo inicio para cualquier teología que quiera adoptar la perspectiva feminista. Pero antes que feminista, la teología es invención de esa novedad salida de la “chistera” del Espíritu Santo: si queréis, al hijo de Zacarías ya no le tenéis que llamar Zacarías, puede ser Juan el Bautista. Contamos con el soplo del Espíritu, si queremos que el hijo del pobre no tenga ser, necesariamente, pobre.
A la luz de estas historias de necesidad y de buena novedad que se alternan y luchan en la historia, creo que la Navidad no puede ser un tiempo de triunfalismo: son demasiadas las realidades que invitan a pensar que Dios lo tiene complicado en este mundo, que nada ha cambiado y que nada cambiará. Pero también hemos hecho experiencia del Reino que emerge en medio de procesos que parecían predestinados. La Navidad invita a estar atentos y a la escucha de un misterio que deja sumidas en el asombro a personas concretas. Personas que sienten el impulso de dar testimonio, porque lo que se les ha revelado no es privatizable: es para el pueblo. Es tiempo de agradecer el poder ser instrumento de esta Novedad, que nuestra pobreza hace posible, y de pedirle al Señor poder habitar los lugares en que esa Novedad sigue irrumpiendo, arrastrándonos a creer en ella.
[Imagen de Bhargava Marripati en Pixabay]