La primera vez que me encontré con un uso chocante del término «imposible» fue en el disco «Rock & Ríos» allá por los años ochenta del siglo pasado (la referencia musical da pistas de los gustos y las canas del que esto escribe). Encabezando la lista de músicos que participaron en la grabación, en los créditos de aquel vinilo podía leerse la frase: «Lo hicieron porque no sabían que era imposible». Años después, la película Lo imposible de Juan Antonio Bayona sobre la familia que sobrevivió al tsunami que en 2004 anegó gran parte de la costa del sudeste asiático, me volvió a confrontar con un significado inquietante de aquello que no puede ser. La última ocasión que me topé con un sentido paradójico de «lo imposible» fue en el título del libro Necesario pero imposible del filósofo Javier Gomá, ensayo que aborda la cuestión de la inmortalidad como prórroga de nuestra condición finita. Tres usos desconcertantes porque siendo «lo imposible» aquello que, por definición, no puede acontecer, en los ejemplos citados lo imposible sucedió.
Traigo esta reflexión sobre lo imposible que planta su hogar inexplicablemente, con motivo del Adviento. El Adviento es tiempo de esperar a Aquel que viene, pero, a poco que nos paremos a pensarlo, lo que aguarda el cristiano es radicalmente imposible: no se puede esperar que Dios se haga humano en un niño y que, además, esto sea una Buena Noticia para toda la humanidad empezando por los más vulnerables. Es un pensamiento absurdo, descabellado, herético… Otra cosa es que siendo imposible e impensable acontezca y nos encontremos sorpresivamente con un Dios en pañales (debilidad anticipadora de un Dios crucificado). Lo imposible solo puede acontecer como sorpresa, nunca como previsión.
Mucho me temo que hemos convertido el Adviento en un tiempo predecible carente de sorpresa: la estrella, los magos, la posada, el ángel, los pastores, el sí de María, el niño Dios en un pesebre… El guion ya está escrito, sabemos de antemano el final de la historia. Preparamos y anticipamos, pero no aguardamos una novedad desconcertante. No vivimos con el corazón en un puño anhelando algo tan insólito que ni siquiera podemos pensarlo.
¿Y si este año Dios irrumpiera como imposible real? ¿Y si esta vez nos sacara de nuestras casillas y nos sumergiera en una realidad tan nueva que no podemos ni imaginarla? Este Adviento no proyectemos, no anticipemos, no determinemos cómo será el Dios que viene: preparémonos para dejarnos sobrecoger. Y mientras esperamos el advenimiento de lo imposible, sigamos construyéndolo, aunque no lo sepamos.
[Imagen de Jeff Jacobs en Pixabay]
Boomer (lo digo por lo de Rock and Ríos jaja)