La última encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti, de clara influencia franciscana, es un llamado a la fraternidad, pero desde una perspectiva novedosa en el magisterio de las últimas décadas: la participación política de las cristianas/os. Hay aquí una llamativa orientación que no se escuchaba en las altas instancias de la Iglesia católica desde la época del Vaticano II. En efecto, con Juan Pablo II, de alguna manera, y tras las convulsiones de una época de cambios, cabría decir que se buscó refugio en una intimidad pietista.
Para Francisco, la fraternidad halla su fundamento más sólido en la espiritualidad y en nuestra condición de hijas e hijos de Dios. Es esta raíz religiosa la que dota de una potencia mayor a la mirada que hace del otro, también (y sobre todo) del lejano y diferente, un prójimo (próximo).
Esa perspectiva choca con una realidad atravesada por espesas sombras que la encíclica no duda en retratar de forma dura pero realista. Una realidad en la que, precisamente, la política (con minúsculas) no contribuye a un mayor entendimiento, sino más bien a una deshumanización del adversario, que se convierte en enemigo en un contexto crecientemente nacionalista, populista y electoralista. En esta situación, la mentira se convierte en un instrumento de separación y construcción de sociedades cerradas a las personas vulnerables, descartables y diferentes.
Sin embargo, el texto apuesta por la esperanza, una esperanza que se vertebra sobre la vía de la Política con mayúsculas, entendida como caridad social y diálogo fraterno. La apertura a la reconciliación exige de las cristianas/os una implicación en el ámbito público. Esa apertura no sígnica la inexistencia de lazos de solidaridad mutua que nos enraízan como pueblo, pero evita una mirada excluyente y xenófoba intolerable para una cristiana.
Francisco, sin embargo, insiste en la necesidad de que las cristianas/os participen y se involucren de manera clara en el ámbito del espacio público. Sin renunciar a su condición de creyentes, pero en franca alianza con las personas de otras religiones y con todas las de buena voluntad. La Política (con mayúsculas) no supone, por supuesto, sólo la institucional y de partidos, y está presente en muchos ámbitos cotidianos donde, desde nuestra condición de sociedad civil, podemos empujar en la edificación del bien común. Pero la política “oficial” tampoco debe ser evitada por las cristianas/os.
Así, el texto advierte de las limitaciones de la caridad personal y destaca las potencialidades del amor político, que transforma la sociedad en beneficio de todas, pero que, sobre todo, debe tener en el centro a las periferias, a los descartados. El papa nos invita de nuevo, a bajar al barro de la realidad, ambigua y compleja, a luchar desde ahí por la construcción de un mundo mejor.
Para eso, la encíclica no duda en criticar la forma de organización social que impregna nuestras sociedades, donde la política como cuidado del bien común se halla supeditada a la cultura neoliberal de la ganancia inmediata. Tilda de falsa la salida de la gran recesión de 2008 y nos advierte de errados abordajes de los desafíos que nos lanza la actual pandemia y que podríamos sintetizar en la idea del “sálvese quien pueda”. En este marco, recoge lo mejor del magisterio de los Santos Padres en lo relativo al principio del destino universal de los bienes y la sujeción de la propiedad privada al mismo. Y, de igual manera, conecta los efectos colaterales de nuestra crisis civilizatoria con cuestiones ya tratadas en la Laudato si’, como el cuidado de la casa común, poniendo siempre el énfasis en la protección de las más vulnerables.
Finalmente, subraya Francisco el papel de las religiones en la construcción cooperante de un mundo mejor, tanto en lo teórico como en la praxis. Y tras la crítica de las derivas integristas, que se descalifican como auténticamente religiosas, afirma la importancia de una fe vivida en el espacio público a través del compromiso y la implicación. Nuestra vivencia religiosa nos puede alentar a alejarnos del materialismo e individualismo, tan presentes en nuestra sociedad, para constituirnos en un Iglesia en salida que “acompaña la vida, sostiene la esperanza, tiende puentes, rompe muros y siembra reconciliación”.
[Imagen de Antonio Cansino en Pixabay]