“En verdad hoy te envío al mundo como si fueras una plaza fuerte,
una columna de hierro, un muro de bronce;
te envío a los soberanos, a los poderosos, a los jefes religiosos,
al pueblo entero.
Te harán la guerra, pero no prevalecerán,
porque yo estoy contigo para ampararte, te doy mi Palabra.”
Profecía de Jeremías, cap. I, vers. 18-19
El encargo de Yavé a Jeremías está expresando una llamada muy fuerte. Una llamada a ser arrojado a la existencia con un propósito preconcebido. O sea, está expresando una vocación. No es la descripción de una elección de esas que alguien puede tomar en su vida, entre una buena opción u otra mejor. Aquí no hay elección. Porque, ¿quién elegiría ser como una plaza fuerte frente a los poderes establecidos? Nadie, ni aun en medio de la locura. Así que el mensaje trata de una vocación. La vocación no se elige. Solamente se descubre. Y se puede ser fiel a ella o no.
¿Qué conlleva esta vocación? La vocación tiene un elemento dialéctico y confrontativo. Al trascender la metáfora de la ciudadela militar al terreno de la dialéctica, son las palabras, el mensaje, la voz, los que son fuertes, sólidos, férreos. Como toda verdadera dialéctica, en la vocación hay una confrontación con lo otro percibido como mensaje engañoso, inauténtico, desviado, tramposo.
Desde este punto de vista dialéctico, la vocación es luz y lucidez, la vocación revela y desvela. Por eso no se elige, deviene ella misma para ser acogida.
El contenido de esta confrontación se realiza en un resistir. Es sostener la confrontación. Sostener el ser de lo escondido, de lo ocultado, de lo olvidado, lo descartado, lo desechado. Sostener a Dios mismo, quizá. Todo aquello que es lo verdaderamente otro, lo opuesto a las promesas hegemónicas de felicidad puestas en el poder, el prestigio y la riqueza.
Esta vocación no cae en el victimismo. Esta vocación no envía “como cordero en medio de lobos” y ya está. Quien es llamado no es un kamikaze, un peón suicida. No hay sacrificio, holocausto o hecatombe. Esta vocación es para la vida, para vivir, aunque durante la confrontación y la dialéctica se consuma la vida.
La plaza fuerte esconde un rincón sencillo, una calleja sin salida seguramente, que representa también el lugar del cultivo y el alimento de la resistencia. Un lugar que es mi hogar y que sostiene. Que está aquí mas no es de ese otro mundo. La plaza fuerte íntima en que soy, vivo, pienso y amo. Donde y cuando recupero el aliento, el sostén. La calleja en la sombra en donde reposo con los míos, con mi gente, con quien me acompaña incansablemente en la vocación.
La vocación es difícil a menudo, después de todo. Sostener y sostenerse en la dialéctica es una tarea para toda la vida, para siempre. A largo plazo. Sin embargo, la vocación no es solo mía, ni siquiera solitaria. Es individual, tal vez, aunque no exclusiva. La vocación no ensimisma, ni aísla. La vocación requiere alianza y comunidad.
Lo más difícil de admitir es aquello por lo que resulta irrenunciable la vocación una vez descubierta: que implica la capacidad del profeta. “Eres capaz, te doy mi Palabra.” Entonces, no hay discusión posible.
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