[A mí profesor Ángel Fco. Méndez de la Ibero, a las Carmelitas de Tulpetlac; y a las Patronas de Amatlán. Con cariño, respeto y admiración.]
«El Reino de los cielos es semejante a la levadura
que una mujer tomó y escondió
en tres medidas de harina hasta
que todo quedó fermentado.»
(Lc 13, 21)
Alguien hace poco, no recuerdo quién, desatinó comentando que la mujer ha sido históricamente relegada a la cocina como una forma de sometimiento impidiendo con ello que se desarrollen en diversos campos del saber.
En esa conversación también se afirmaba, contrariamente, que hay mujeres que han aportado de modo significativo en la teología, la eco-espiritualidad y en estudios bíblicos entre otros espacios. El comentario desatinado fue que esa persona «no imaginaba a Santa Teresa (de Ávila) en la cocina» dado su enorme bagaje teológico y espiritual. Pero justo la Santa pensaba distinto y elaboró frases muy conocidas como: “también entre pucheros anda el Señor” (Libro de las Fundaciones).
Y es que este afán binario y maniqueo de ver un mundo sacro y otro profano, no termina de disolverse.
Una monja española, con sensatez y simplicidad explicaba que esa frase Teresa de Jesús “la decía porque al hacer las cosas tenemos que hacerlas mirando solamente al hermano, al que no tiene que comer y a Dios”.
Hay un camino espiritual y místico en Teresa de Ávila, que pasa por lo cotidiano, al cual no renuncia para «elevarse» con su teología y mística. Ese camino está también en la cocina.
La cocina es lugar de encuentro, comunidad y manifestación. En la selección de los ingredientes para elaborar la comida y la bebida, su preparación y mixtura, podemos encontrar también al Misterio, porque la comida y su elaboración son ante todo experiencia de don y de vida compartida.
En la reflexión teológica y en la praxis de la fe hay ejemplos de mujeres que han hecho de la cocina, no el lugar de sometimiento y exclusión, sino de resistencia y de experiencia comunitaria de Dios. Cito dos de ellas, en contexos absolutamente distintos: Sor Juana Inés de la Cruz y el grupo de mujeres solidarias que dan de comer a los migrantes en un pueblito de Veracruz, México, Las Patronas. Por cierto, con éstas últimas he preparado tamales hablando de Dios y pensando en el prójimo, gran experiencia mística.
La Décima musa, por su parte, elaboró una profunda filosofía y teología de la cocina y la comida, su gastronómica. Formuló, más por agudeza que por resignación, frases tan contundentes como «para fogones, mujeres» contenida en su Carta a Sor Filotea, aludiendo al calor y fuego de la cocina, pero sin duda también al saber que ilumina.
Ella misma, Sor Juana, afirmó, con esa sabiduría del saber y del sabor: «(…) pero señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.» Seguramente para Juana de Asbaje la cocina fue, junto a los libros y el servicio comunitario, una experiencia fundante, una revelación.
Esto también lo han entendido algunos hombres. Pascual Bailón aderezaba sus guisados con rítmicas danzas y oración, porque sabía que la vida conventual y comunitaria tiene que ver con el pan que es espiritual y material. Patrono de los Congresos eucarísticos, franciscano y de vida simple, Pascual Bailón promovió la fraternidad y la alegría que parten de una buena comida.
Y es que todos estos ejemplos ayudan a entender que las mujeres, y algunos hombres también, encuentran al Misterio a partir de su corporalidad y en la cotidianidad del comer y el beber, lo que se hace posibilidad y realidad a partir de la cocina.
El papa Francisco en medio de esta pandemia reconocía el genio de las mujeres en la cocina:»Pienso en la gente, sobre todo las mujeres, que multiplican el pan en las cocinas de la comunidad cocinando un delicioso guiso para cientos de niños con dos cebollas y un paquete de arroz», seguramente haciendo un rico recalentado del primer libro de Reyes en el que una mujer viuda comparte su último resguardo de harina y lo come hecho pan con su hijo y el profeta Elías.
Cada guisado de una madre o una mujer cuidadora en las periferias de cualquier ciudad del mundo, es una apuesta por hacer presente al Misterio que es amor, ternura y cuidado, y es una muestra de que entre ollas y pucheros anda el buen Dios.
¡Provecho!
[Imagen de Samuel Narciso en Pixabay]