Dios «opta»

Las relaciones personales con Dios se dan en lo cotidiano de nuestras sociedades, allí donde somos, trabajamos, vivimos, nos relacionamos… es decir, en ese «todo en todo» de Dios. Es importante subrayar que el Dios de Jesús es el Dios que «opta», desde la clave de los insignificantes-pobres-descartados. Nos podemos preguntar desde dónde caminará, con quiénes caminará, cómo caminará.

Jesús es la manifestación de Dios, rostro de Dios, del Dios «Padre-Madre», «Madre» creadora y «Padre» liberador, el Dios creador de todo y liberador de todos, desde abajo, desde el «lugar» más bajo, para acoger inclusivamente a todos. Esta es la «opción» de Dios, «opción por los pobres», «descartados», que a ojos de los que tenemos las «necesidades satisfechas» molesta, porque andamos en nuestro amor, querer e interés. Pero el Dios de Jesús no es un «bien a consumir», es acción amorosa en la constante expansión liberadora de todos y de todo.

El Dios desplazado con los desplazados

Si ponemos la atención en las personas que migran por fuerza mayor o por un proyecto migratorio, conoceremos historias de sufrimiento, peligro, abuso, carencia, trauma, conculcación de Derechos Humanos. Historias personales que siendo invisibilizadas, no dejan de ser parte de la historia de sus pueblos de origen y ahora de acogida. Esta experiencia de desplazarse y ser desplazado, si lo miramos desde una mirada espiritual y/o teologal, conlleva/revela «una imagen de Dios específica y diferenciada. Una persona que vive desplazada y desplazándose tiene una experiencia de un Dios también desplazándose» con él/ella. (Pau Vidal SJ)

La mesa compartida transparenta a Dios y es «lugar» de hospitalidad e inclusión

Así, en los pueblos y ciudades de nuestro entorno, en las fronteras sociales que se levantan en las mismas, la mesa compartida se convierte en el «lugar» de la hospitalidad e inclusión, «lugar» co-creado en el hecho de compartir. Es el obrar que se expresa en la danza del dar y tomar, en la co-relación de los que se encuentran. Encuentros que se dan en lo cotidiano de muchos micro-lugares de nuestro entorno y, entre ellos, en no pocas comunidades de inclusión y hogares de hospitalidad.

Estas mesas son espacios que posibilitan el tránsito de aquellos sitios de hostilidad a estos lugares de hospitalidad. Tránsito que se acompaña en el hacer de los verbos: esperar, acoger, sostener y compartir.

Esperar

La mesa espera (im)paciente la llegada de cada miembro de la casa, es la espera que se resume en aquellas palabras de un joven que, al ser preguntado por la comunidad en la que vivía, dijo «sé que a las nueve de la noche alguien me espera».

Acoger

Es la mesa que acoge, que acoge con incondicionalidad al que es parte de la misma. Es la acogida que dice «tú tienes un lugar en mí». Es saber que, a pesar de ser excluido de muchos sitios, en este, ocupas tu lugar. No es un lugar cedido, es su (tu) lugar, el lugar que lo esperaba.

Sostener

Pero quien llega a la mesa no viene de un modo neutro, en sí confluyen tanto las preocupaciones y frustraciones como las alegrías e ilusiones… En no pocas ocasiones es un joven que vive el presente con cierta pesadez, y a la vez, mira al futuro de un modo incierto. En otras, son personas adultas que transitan por dificultades que no posibilitan estar sosegado y tranquilo. Pero no todo se resume en aquello que desasosiega, hay momentos de alegría e ilusión. Así, la mesa sostiene, acompaña, a veces silenciosamente y en otras desde la alegría que festeja.

Compartida

La mesa por sí sola no puede ser posibilidad de hospitalidad e inclusión. Necesita de la presencia de las personas que habitan el lugar o vienen a la misma a compartir(se). Es la mesa compartida, la mesa donde se miran los unos a los otros, una mirada que penetra hasta el tesoro que es cada cual. Es dar de lo que se tiene y tomar de lo que se necesita. Es un intercambio gratuito que dice de amistad, compañía, agradecimiento.

Así, en estas mesas se obra el milagro de la hospitalidad e inclusión, porque nadie sabe ya quién es quién, ya que todos, al mirar y al ser mirados, transparentan la humanidad inclusiva, la humanidad que nunca dejaron de ser.

«Necesita(n)(mos) prójimos»

«De eso parece hablar la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37). Hemos estado muchas veces en la escena planteada en ella. No hay mucha diferencia entre el mundo descrito por la parábola y el nuestro. Aquel mundo está acostumbrado a bandoleros que atracan y dejan a no pocas personas en las orillas de los caminos. En nuestro mundo hay igualmente márgenes y en tales márgenes hay personas que necesitan prójimos.

[…]

La parábola advierte de que lo que le pasa al samaritano por dentro nada tiene que ver con un entusiasmo pasajero, un arrebato de filantropía o un gesto políticamente correcto. Su cuidado no es, en sí, exagerado. En realidad, el buen samaritano está expresando que se da a sí mismo. Hay un instante en que entiende que aquel malherido no sólo necesita de una cura, una posada y medios para recobrarse, sino que cuanto precisa es un prójimo, alguien que esté suficientemente cerca de su destino. Es entonces cuando el samaritano no puede poner medida cicatera a su presencia: prevé el largo plazo, acompaña y no abandona, se compromete» (Francisco J. Pérez Ruiz, Revista Manresa vol 93 nº 367 pp. 178-179).

Con todo lo dicho, podemos concluir que este «se compromete» conlleva una dimensión ético-política que, fundamentada en los Derechos Humanos, es acción que cuida, restituye y transforma. Acción comprometida de personas, comunidades, instituciones, estados y cualquier cooperación o co-participación de los mismos en pos del bien común.

[Imagen de Milada Vigerova en Pixabay]

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