(Actualización urgente tras el golpe de Estado del 1 de febrero de 2021: Este artículo se escribió inicialmente en diciembre de 2020, poco después de la celebración de las elecciones. La líder democrática, Daw Aung San Suu Kyi, había ganado por amplia mayoría. El pueblo esperaba que los nuevos líderes juraran el cargo. Desafortunadamente, el día de la formación del nuevo Parlamento, Daw Aung San Suu Kyi y los miembros del Parlamento fueron detenidos durante las primeras horas del 1 de febrero de 2021. El ejército había perpetrado un golpe de Estado inesperado. El pueblo de Birmania aún continúa rebelándose contra este acto infame, con un coste altísimo de vidas y bienes. La brutalidad que se vive en las calles horroriza al planeta, que recibe las imágenes del caos a través de las redes sociales. La cruel respuesta de la junta militar ha levantado condenas por todo el mundo. Daw Aung San Suu Kyi está encarcelada en algún lugar desconocido, acusada de crímenes abominables y privada de un proceso justo. La violencia continuada conmociona al planeta y genera incerteza por la presencia de un «estado fallido» en el sureste asiático que altere la estabilidad de los países vecinos. La deriva antidemocrática no es solo una pesadilla para Birmania, sino una amenazada para la estabilidad económica y social de la región. La paz es posible si potencias cercanas como China, India, la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) y la ONU se implican de forma proactiva en la resolución de este conflicto. La región puede recoger los inmensos beneficios derivados de la paz, cuando Birmania recupere la paz y la democracia. Este artículo, que conserva el formato original, desgrana los diferentes obstáculos que ha sufrido Birmania a lo largo de la historia y que, tras el golpe, es aún más urgente solucionar.)
Introducción
Es necesario explicar la historia de Birmania, como advertencia, a un mundo que tiende a caer rápidamente en democracias intolerantes infectadas de populismo demagógico y nacionalismo que busca la confrontación. La historia de Birmania es la historia de la resistencia de un pueblo contra uno de los gobiernos militares y totalitarios más asfixiantes. Tras siete décadas de conflicto, desplazamientos y muertes, Birmania ha puesto rumbo a una «democracia disciplinada». Daw Aung San Suu Kyi ha logrado recientemente la abrumadora victoria en las elecciones. Pese a los recelos occidentales hacia este ídolo de la democracia antes tan admirada, ella lleva en sus frágiles manos y hombros la confianza y la esperanza de millones de birmanos.
Birmania es conocida a lo largo de la historia como la «Tierra Dorada». Para el mundo espiritual, Birmania es considerada el lugar de origen del antiquísimo budismo theravada. Dos de las pasiones actuales de Occidente, la meditación vipassana y el mindfulness (consciencia plena), proceden de esta tierra. Tierra de recursos humanos y naturales extraordinarios, Birmania tiene una historia de mal karma, con guerras interminables, golpes de estado y desplazamiento de millones de personas. Considerada durante un tiempo el Xangri-La, en este país viven unos 500.00 monjes seguidores del budismo theravada, que llevan una estricta vida ascética. También es un país de una belleza resplandeciente: tres ríos majestuosos recorren alegremente el territorio, alimentando a millones de personas. La población compone un lienzo colorido y caótico de ocho grupos étnicos principales y 135 subtribus.
Situada en un punto geoestratégico privilegiado entre economías de crecimiento rápido como India y China, Birmania está rodeada por el 40 % de la población mundial. Los recursos que en ella abundan, en el suelo y el subsuelo, son el oro, el jade, metales preciosos, gas y petróleo. Tesoros como rubíes, zafiros, perlas y jade se ocultan en su vientre. Birmania es el valle de los rubíes, una gran fuente de ingresos, pues el 90 % de los rubíes de todo el mundo proceden de este país. Aparte, estas piedras rojizas son valoradas por su pureza y tonalidad. Además, el 50 % de toda la madera de teca de la variedad wooden gold del mundo procede de Birmania.
Estos recursos son el origen de un eterno conflicto entre el centro y la periferia: en el centro es donde vive el grupo étnico bamar, que supone el 70 % de la población y el que dirige el país. En la periferia es donde viven las minorías étnicas o no bamares, que constituyen menos del 20 % de la población, pero viven en el 40 % del territorio y sus tierras contienen el 80 % del jade, oro y rubíes, tan preciados. Los conflictos son frecuentes, pese a los breves intervalos de alto al fuego y las conferencias de paz.
Birmania es un país que está en guerra contra él mismo en tres fuentes: la cultural, la de los recursos y la identitaria. El punto más crítico del conflicto sociopolítico desde la independencia de Birmania son las disputas centro-periferia entre el gobierno central, dominado por la mayoría étnica bamar, y los insurgentes de las minorías étnicas que viven en las zonas fronterizas del país (Jones 2014). Es el clásico conflicto centro-periferia.
Esta historia de odio y muerte ha provocado millones de refugiados y de desplazados, y miles de personas asesinadas y enterradas en fosas comunes (International Crisis Group 2020). Los diferentes grupos étnicos han sufrido reubicaciones forzosas, subdesarrollo en las zonas en las que viven y altos niveles de pobreza.
Durante la pasada década, esta grave situación aumentó de intensidad, acentuó la división entre budistas y musulmanes, y generó en una de las peores crisis de refugiados rohinyás del mundo moderno (International Crisis Group 2020). En octubre de 2017, se calcula que había unos 800.000 refugiados rohinyás en Bangladés (ACNUR agost 2020). ACNUR se refirió a la persecución de los musulmanes rohinyás del noroeste del estado de Rakhine como «ejemplo de manual de limpieza étnica»[1].
Divisiones motivo de conflicto
Una serie de divisiones provoca las tensiones y enfrentamientos que hay dentro de este país y afecta a su capacidad de crear una unidad nacional y de distribuir de manera equitativa los frutos del desarrollo, en caso de que se produjese esta oportunidad.
Las divisiones y las tensiones que hay dentro de la Birmania moderna pueden conceptualizarse del siguiente modo:
a. Entre el nacionalismo birmano y un nacionalismo étnico relativamente nuevo y diverso, que es un componente de los problemas centro-periferia y que afecta al tema de la unidad nacional.
b. Entre los sectores civil y militar de la sociedad.
c. Ente la globalización y el nacionalismo.
d. Entre el centralismo y el pluralismo.
e. Entre la ortodoxia y las visiones opuestas del papel del estado y la sociedad.
f. Entre grupos religiosos.
g. Nuevas rivalidades geopolíticas internacionales que afectan a las actitudes internas de las autoridades[2].
Alcance de este artículo
Este breve artículo sobre Birmania analiza las causas originarias de los conflictos: la polémica teoría de la colonización interna por parte de las poderosas élites locales en la época de la descolonización, los efectos mutiladores de las narrativas excluyentes y esencialistas de la construcción nacional, la institucionalización de la injerencia militar en la política democrática, la manipulación del proceso constitucional nacional, la discriminación endémica, el origen étnico de los conflictos, la maldición de los recursos, los conflictos provocados por la corrosiva economía ilícita y, finalmente, el ascenso del extremismo religioso, la connivencia de las élites etnonacionalistas y las élites religiosas, y el uso que hacen de las ansiedades ontológicas para crear chivos expiatorios. Los actores internacionales también contribuyen a ello: Birmania rebosa de xenofobia e islamofobia. El mundo conoce Birmania sobre todo por cómo se ha tratado a los musulmanes rohinyás.
El estudio no acaba con pesimismo. La noche más larga de lágrimas silenciosas acaba al alba. Birmania ha sobrevivido a cinco décadas de dictadura de una junta militar. La dolorosa transición desde el totalitarismo viene marcada por dos elecciones. El pueblo ha votado de forma abrumadora a favor de la democracia: el icono democrático Aung San Suu Kyi ha ganado por amplia mayoría las últimas elecciones e inaugurará su segundo mandato en enero de 2021. El pueblo ha rechazado a los extremistas nacionalistas y al partido defendido por los militares. Incluso las etnias no bamares han votado a Aung San Suu Kyi, mostrando así su agotamiento por la guerra y el deseo de construir una nación sobre las bases de la inclusión, la justicia, la paz y la prosperidad para todo el mundo. Terminamos analizando las chispas de esperanza para una nueva Birmania.
La construcción nacional: el conflicto incrustado en el concepto de nación
i. Las heridas purulentas de la descolonización y el fundamentalismo binario
Birmania representa los fracasos poscoloniales en un microcosmos: conflicto étnico, impasse político, militarización, empobrecimiento económico y marginalización de los pueblos locales (Smith Dec 2019). La nación aún debe decidir entre el nombre de Birmania o el de Myanmar. Las semillas de discordia las plantaron los colonizadores británicos, quienes dividieron el pueblo en un sistema binario letal: bamares y no bamares (Greaves 2007). Uno, con valor; los otros, con un insignificante valor negativo intrínseco.
El dominio británico sobre Birmania duró de 1824 a 1948. La colonización prosperó sobre la teoría tóxica de la formación binaria. Siempre había un «alguna cosa». Como en el caso de la etnia bamar y las no bamares: a través de un proceso de «diluir y devaluar» la identidad de la gente, se crearon las bases de futuros conflictos. La supremacía colonial, como argumentan Sium, Desai y Ritskes, perfeccionó la configuración binaria como sutil herramienta de explotación:
«Es importante tener en cuenta el proceso y la lógica de la modernidad colonial y la supremacía blanca, el modo en que los europeos definían y clasificaban a las personas —como humanas y no humanas— y lo utilizaban posteriormente como base para conquistar tierras y subyugar poblaciones a través de la esclavitud, el trabajo no remunerado y la guerra» (A. Sium, C. Desai y E. Ritskes 2012).
¿Qué relevancia tiene este argumento para Birmania? Como Paulo Freire explicaba en Pedagogy of the Opressed, el pueblo oprimido y dominado interioriza los valores del opresor. En la Birmania posindependencia, la mayoría nacionalista bamar, durante el proceso de descolonización, no solo elaboró su fórmula binaria, sino que, incluso, adoptó leyes coloniales de la propiedad para adueñarse de las tierras y los recursos tradicionales de las etnias no bamares. Estos privilegios de la comunidad bamar y el hecho de que el Estado se quedara los inmensos recursos naturales han sido violentamente contestados por las otras nacionalidades étnicas.
Todo ello ha hecho aflorar el controvertido concepto de colonización interna. Chávez lo define así: «El término «colonialismo interno» explica el estatus subordinado de un grupo racial o étnico en sus propias tierras, dentro de los límites de un estado mayor dominado por un pueblo diferente» (Chávez, diciembre 2011)[3]. Las luchas históricas, como las de los indios y los colonizadores de las Américas, o las de los ingleses y asiáticos, tuvieron mucho que ver con las reclamaciones de las tierras, los recursos y la cultura de los indígenas (Chávez, diciembre 2011). En Birmania, la manera como eran tratados los grupos étnicos no bamares se basaba en una mentalidad colonial.
Sai Latt, un experto en conflictos perteneciente a una etnia no bamar, escribe que la colonización interna es el problema clave de los conflictos birmanos:
«La patología política de Birmania, si se me permite utilizar el incómodo término biopolítico, es un proceso de colonización interna aplicado por la clase dirigente birmana. Las conclusiones habituales sobre las causas del conflicto étnico, como la falta de un federalismo «genuino», de autodeterminación, de democracia y de derechos humanos son solo los síntomas. Sin atacar el tema del colonialismo interno, todos los intentos por estabilizar el país están condenados al fracaso»[4] (Latt 2013).
ii. Narrativa excluyente y esencialista en la construcción nacional
Incluso antes de que los movimientos independentistas bamares como Dobama Asiayone (‘Nosotros, los bamares’) comenzaran a propagar cuantificadores de «pertenencia» a la nación birmana, ser dobama (‘birmano’) equivalía a ser budista y bamar, una identidad esencialista que excluía a minorías tanto por lo que respecta a la etnia como a la religión (Clinic 2020). Cuando en 1948 llegó la independencia, la construcción nacional se promovió sobre atributos homogéneos comunes, en este caso, la etnicidad bamar y la religión budista. Lo chinos, los indios y los musulmanes quedaron excluidos, aunque hiciese generaciones que vivieran en Birmania. Las subsiguientes guerras internas obligaron a millones de personas a irse.
La legitimidad del espacio central posindependencia, dominado o bien por la junta militar o bien por el gobierno civil, ha sido violentamente contestada por las minorías no bamares y no budistas durante las últimas siete décadas (ICG 2017). El resentimiento y la victimización que sienten los no bamares y los no budistas quedan agravadas por la ausencia de intentos serios de modificar la narrativa esencialista y excluyente que rodea los conceptos de raza e identidad. En ausencia de respuestas a los agravios de las minorías étnicas, la liberalización política ha llevado al fortalecimiento del etnonacionalismo (ICG 2017).
iii. Injerencia de los militares: deficiencia e ineficiencia estatal
Los bamares han estado detrás de los golpes de estado perpetrados por el ejército (el Tatmadaw) y han gobernado durante cinco décadas de manera implacable. El proceso de construcción de la paz y de construcción nacional quedo interrumpido a partir de la intervención del ejército. Desde la institución de un gobierno civil en 2010, los militares continúan ostentando el poder en la sombra. Las fuerzas armadas se han transformado en un «estado dentro del estado» que hace y deshace a su antojo. La paz se ha convertido en un sueño lejano.
Sus líderes continúan insistiendo en que aún existen amenazas diversas contra la «seguridad del estado» y la «seguridad nacional» (Renaud Egreteau 2018). Los militares utilizan las amenazas del «alzamiento étnico» y la necesidad de evitar la «desintegración de la Unión» para justificar su «injerencia institucionalizada en el gobierno civil». Tres ministerios importantes del gabinete de la Unión están bajo la autoridad exclusiva de las Fuerzas Armadas (Defensa, Asuntos Internos y Asuntos Fronterizos), y una cuarta parte de los escaños del Parlamento están reservados a los hombres de uniforme, hecho que les otorga poder de veto sobre cualquier cambio en la constitución. Todo ello contribuye a la deficiencia y a la ineficiencia estatal, y boicotea los esfuerzos del gobierno civil por lograr la paz.
El pueblo birmano no había admirado nunca la junta militar, pero con maniobras sutiles de construcción de imagen, sobre todo tras la liberación política, los militares se han ido ganando la admiración de la mayoría del grupo bamar. El problema de los musulmanes rohinyás une a la mayoría de birmanos. Los militares lo lograron convirtiendo astutamente los musulmanes rohinyás en el chivo expiatorio y atrayendo la admiración de los mayoritarios bamares. Los monjes extremistas se sumaron a la disputa. Pese a las críticas occidentales, Aung San Suu Kyi acabó defendiendo al ejército ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ/ICJ). La reacción occidental fue indiferente tras de la crisis de 2017 en el estado de Rakhine, que acabó con más apoyo de la población a los militares y dejó al descubierto el etnonacionalismo que define desde hace bastante tiempo la política birmana. La agenda política oculta del ejército y sus intereses económicos son grandes obstáculos para un estado auténticamente democrático.
iv. Economía ilícita: la maldición de los recursos, el hub internacional de la droga, las industrias extractivas
Birmania tiene petróleo, gas natural, maderas preciosas, minerales, energía hidroeléctrica y gemas. Muchos de estos recursos naturales se hallan en tierras fronterizas donde son frecuentes los conflictos, o en la costa (Witness 2015). Las tierras fronterizas ricas en recursos son el refugio de los señores de la guerra y los barones de la droga. El estado de Kachin, en el norte, es rico en jade, que aporta miles de millones (de dólares) cada año. Según un informe publicado por Global Witness en 2015, la industria del jade está controlada por la «élite [de la antigua junta] militar, señores de la droga tolerados por los Estados Unidos y empresas implicadas», mientras que «muy pocos beneficios llegan a la población del estado de Kachin o a los birmanos en general». Basado en este claro ejemplo, Global Witness calculó que la producción total de jade habría ascendido a 31.000 millones de dólares en 2014, aunque oficialmente solo se declaró un 3 %. La economía ilícita tiene mucho peso en la economía nacional. Según un cálculo aproximado, la economía ilícita mueve unos 69.000 millones de dólares americanos.
Tráfico de drogas, economía extractiva
Birmania es el segundo productor mundial de opio después de Afganistán: produce un 25 % del opio mundial y forma parte del Triángulo de Oro. La frontera es la convergencia de la militarización (Aung Thwin y Aung Thwin 2013). Según Global Witness, las partes asociadas ganaron un total de 122.800 millones de dólares americanos entre 2005 y 2015[5]. Se mueven miles de millones de dólares mientras el país languidece al final del ranking de países menos desarrollados.
Las empresas y los holdings a manos de los militares, como Myanmar Economic Corporation, fortalecen las inversiones en el sector extractivo. Teniendo en cuenta que las explotaciones mineras a menudo se encuentran en zonas afectadas por conflictos entre Tatmadaw y actores no estatales, a los militares les interesa mantener el control de estas zonas. Esto tiene implicaciones importantes para el proceso de paz[6]. Los militares, en un intento por sofocar las rebeliones fronterizas, se han ganado sus enemigos a través de un «capitalismo de alto el fuego», permitiendo el saqueo indiscriminado de los recursos por parte de grupos armados, hecho que empobrece a los habitantes de estas zonas.
v. Leyes de Nacionalidad y marginalización de grupos como la población rohinyá
La Ley de Nacionalidad de 1948 especificaba que, para ser considerado indígena, un grupo tenía que haberse establecido de manera permanente en Birmania antes de 1826 (el año anterior al inicio de la primera guerra anglobirmana). Cerca de un millón de musulmanes rohinyás no tienen estado. El ascenso al oeste del populismo xenófobo, que tiene un elemento islamofóbico importante, ha sido un instrumento útil para los «nacionalistas budistas» de Birmania, ya que les ha dado credibilidad y ha justificado sus argumentos y narrativas[7].
Hacia la construcción de un futuro de esperanza
i. La primavera democrática
Aung San Suu Kyi se ha erigido como la gran esperanza del pueblo birmano. Su prestigio entre la sociedad ha aumentado gracias a su compromiso por la democracia. El conflicto de los rohinyás y la defensa que hizo el ejército en la Corte Internacional de Justicia continúan siendo una gran mancha sobre ella, que había sido la gran favorita de Occidente. Pero este hecho ha consolidado el apoyo que tiene por parte de la mayoría bamar. Las elecciones enfriaron claramente sus políticas. Pese al intento de los militares por alterar las elecciones, el pueblo birmano votó de manera abrumadora a favor de Aung San Suu Kyi. Sorprendentemente, también recibió un gran apoyo de los grupos étnicos no bamares de la periferia, que la protegieron a ella antes que a los partidos y grupos armados de su etnia, siempre en disputa.
Tiene un capital social enorme. Su mandato es claro: iniciar la reconciliación y construir una nación de paz y prosperidad. Ya ha empezado el viaje. Quiere formar una coalición de todos los partidos para la construcción nacional. Es el momento decisivo para la líder septuagenaria de ganarse la confianza de los grupos étnicos minoritarios del país.
ii. Mitigar la injerencia del ejército
La presencia institucionalizada del ejército en la legislatura y el hecho de que ocupe tres ministerios importantes ha acabado debilitando la transición democrática. El «poder moral de las manos vacías de Aung San Suu Kyi» ha arrojado un golpe al ejército con sus actos contra los seguidores del ejército y los monjes extremistas. Ahora es preciso que cure la fragilidad del Estado con sus esfuerzos por controlar a los militares y para enviarlos de nuevo a los cuarteles. Parece una utopía, pero Birmania está cambiando de rumbo.
iii. Apartarse del proceso excluyente y esencialista de construcción nacional
La élite bamar debe cambiar el proceso excluyente y esencialista de construcción nacional que ha sido rebatido violentamente por las nacionalidades no bamares. El general Aung San, el padre de la nación y padre de Aung San Suu Kyi, inició una estrategia inclusiva de construcción nacional con las conferencias de paz de Panglong. Su hija, Aung San Suu Kyi, ha continuado con este proceso. Ha demostrado la astucia invitando a los grupos no bamares a ser socios igualitarios del nuevo gobierno.
iv. Hacia un federalismo político y económico
Los recursos naturales deben aprovecharse para incentivar la paz y no el conflicto. En Birmania, el centro mayoritario y la periferia minoritaria tienen exigencias contrapuestas por lo que respecta a la tierra y a los recursos naturales. Diversas organizaciones étnicas armadas reclaman la autodeterminación étnica, el control subnacional de los recursos naturales y la responsabilidad de la gestión de estos recursos, mientras que el ejército, el Tatmadaw, intenta mantener un sistema estatal centralizado y unitario. El gobierno de Aung San Suu Kyi debe implementar el federalismo económico y expulsar a las milicias étnicas armadas y a las mafias internacionales de la economía ilícita. El papel de los gobiernos de China y Tailandia es vital.
v. Reformar la Constitución para defender los derechos humanos y de la ciudadanía
La primera víctima de la Constitución impuesta en 2008 por los militares es Aung San Suu Kyi. La naturaleza excluyente de la Constitución le ha impedido ocupar cargos oficiales, aunque sea muy popular y la líder de facto. Ella misma definió la cláusula excluyente como «injusta, imparcial y antidemocrática». También ha tenido que aceptar que casi un millón de musulmanes rohinyás hayan perdido sus derechos por culpa de esta ley antidemocrática. La desnacionalización es una maniobra política de la junta militar. Es alentador ver que el partido de Aung San Suu Kyi incluyó a dos candidatos musulmanes en las últimas elecciones, cambiando así la percepción que hay de esta maltratada minoría. La Ley de Nacionalidad de 1982 continúa siendo una de las más injustas que existen. Esperemos que Aung San Suu Kyi pueda enmendar esta injusticia.
Son retos descomunales, pero la historia ha llamado a una líder que es querida y admirada por todo el mundo. En los intentos por apartarla de la vida pública, el ejército ha perdido mucho terreno ganado. Con una presencia abrumadora en el Parlamento, ha llegado el momento de hacer historia. El optimismo llena las calles. Esperemos que no sea otro arranque en falso para la Tierra Dorada, que ha vivido ya demasiadas pesadillas. El pueblo de Birmania se merece una nueva alborada de esperanza.
(Artículo original entregado el 5 de enero de 2021)
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***
[1] Human Rights Watch, Burma: Discriminatory Laws Could Stoke Communal Tensions (Nueva York: HRW, 23 de agosto de 2015).
[2] http://www.burmalibrary.org/docs/Steinberg-Myanmar%27s_problems.htm
[3] https://scholar.smu.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1005&context=hum_sci_history_research
[4] https://www.newmandala.org/colonialism-and-ethnic-conflict-in-burma /
[5] https://oxfordbusinessgroup.com/overview/treasure-trove-complex-geography-provides-diverse-mix-rich-minerals
[6] Oye, Mari and Thet Aung Lynn. 2014. Natural Resources and Subnational Governments in Myanmar Key Considerations for Wealth Sharing. Yangon: The Asia Foundation, International Growth Centre, and Myanmar Development Research Institute – Centre for Economic and Social Development. https://asiafoundation.org/wp-content/uploads/2016/10/Natural-Resources-Subnational-Governance-in-Myanmar_Policy-Brief_ENG.pdf
[Imagen extraída de Wikimedia Commons]
Organizaciones que trabajan en el terreno
JRS – Educación
El Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) trabaja para garantizar que los niños que se ven obligados a huir de sus hogares y comunidades no se vean privados de su derecho a la educación y de su camino hacia un futuro esperanzador y productivo. La educación proporciona estabilidad y una sensación de normalidad; engendra esperanza a la vez que prepara a los refugiados para hacer frente a los retos futuros. El JRS lleva a cabo proyectos educativos en el campamento de refugiados de Ban Mai Nai Soi, situado en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Encontraréis más información aquí: “Thailand: Maw Meh’s dream”, “Thailand: Planting seeds of education in refugee camp”, “Thailand: A big dream for Peter”.